Adolfo Sánchez Rebolledo
No al bipartidismo

La realidad política del país va siempre adelante de las previsiones de los partidos. Estancada en la Cámara de Diputados por el asunto del financiamiento, la reforma electoral tan arduamente discutida meses atrás corre el riesgo de aprobarse a retazos, sin pena ni gloria, no obstante la magnitud de los acuerdos alcanzados durante los días previos. Es un vano esfuerzo, sin duda. Las elecciones realizadas el pasado domingo en tres estados de la República comprueban que los cambios políticos democráticos son definitivos, en el sentido de que solamente podrían revertirse mediante una gigantesca operación de contrarreforma autoritaria.

El fin de semana tuvimos elecciones tranquilas, competidas, sin graves incidentes. La alternacia comienza a ser un viaje de ida y vuelta entre los partidos. La gestión realizada en los ayuntamientos es ahora un elemento básico de evaluación electoral. No hay ley, en buena lógica, capaz de evitar las consecuencias del pluralismo que se afianza de elección en elección, al punto de poner en tela de juicio el mito del bipartidismo que fue, durante décadas, la piedra de toque para una evolución conservadora del viejo régimen revolucionario.

La historia de la transición mexicana demuestra, en cambio, que hay espacio real para la consolidación de otras fuerzas, en particular de la izquierda, capaces de disputar con éxito el poder a los partidos tradicionales. No otra fue la gran apuesta del PRD en sus orígenes y es, a mi modo de ver, la lección fundamental que para la izquierda se desprende de los pasados comicios. Es evidente que ya existe en la sociedad mexicana una amplísima capa de electores que busca otra alternativa, que desea escuchar y adherirse a un discurso vinculado a sus problemas de origen con una visión de futuro que nadie proporciona en esta época de crisis, que está dispuesta a seguir el curso democrático electoral y propiciar los cambios de fondo que la vida nacional exige.

En la medida en que el PRD logre ofrecer una política definida y madura se producirá la reconciliación del electorado, que ya se dio en el estado de México. Cierto es que las condiciones externas han mejorado pero también es verdad que ayuda la actitud de los dirigentes, más comprometidos hoy con el juego propiamente democrático. Los triunfos del PRD en municipios como Texcoco y Nezahualcóyotl, junto con los otros muchos logrados en éstas y anteriores elecciones, incitan a construir una estrategia menos dependiente del día a día noticioso, centrada conscientemente en potenciar y extender sus fuerzas (que no son pocas) sin necesidad de sacrificar aquellos rasgos que le confieren identidad a la izquierda.

Cierto es que el PRI sigue ganando la mayoría electoral y que el PAN se afianza como opción en las grandes ciudades, pero el Partido de la Revolución Democrática tiene a su favor la ausencia de compromisos vitales con los núcleos de poder, que de un modo u otro se resisten al cambio, y la posibilidad de elaborar un programa apropiado para el México que surgirá de la crisis. El desafío consiste en no sacrificar esa perspectiva por la estridencia del momento, como ya ocurrió en el pasado