Jaime Martínez Veloz
En política no hay sorpresas

En política las sorpresas suelen ser raras. Los políticos, en cambio, somos sorprendidos a menudo por una realidad que, las más de las veces, se resiste a quedarse estática. Esto queda demostrado por los resultados de las elecciones del 10 de noviembre pasado, celebradas en Coahuila, Hidalgo y México.

Para nuestro partido y parafraseando a García Márquez, fue la crónica de una derrota anunciada y así hay que asumirla. Paradójicamente, lo que fue revés para nuestra organización fue éxito no sólo para la oposición sino en muchos otros aspectos. Demostró que al menos en el gobierno federal hay voluntad por hacer de los comicios fuente de legitimidad y no motivo de incertidumbre. También fue claro que hay una buena cantidad de electorado que confía en las elecciones como instrumento de cambio, o por lo menos como un sistema de castigos y premios por medio de los cuales canalizar sus insatisfacciones y aspiraciones ciudadanas.

Las causas de la derecha serán analizadas por los priístas en los próximos días. De la rigurosidad de esta evaluación dependerá que definamos caminos de éxito para las elecciones federales del 97. La autocomplacencia y la crítica superficial serán la mejor garantía para que se repita la fórmula que nos ha llevado al golpe de noviembre. Evitémoslas.

Algunas lecciones que hay que asumir son: la cuantía del financiamiento e incluso una buena campaña en los medios, no son suficientes para convencer a la ciudadanía de votar por una fórmula determinada si ésta no es reconocida por los votantes y legitimada con su trabajo. Otra más: la democracia electoral va, con nosotros o sin nosotros.

El comportamiento de muchos correligionarios demuestra su profunda rebeldía para asumir como propios los errores y la línea del gobierno e incluso de la dirección partidaria, sea ésta municipal, estatal o nacional. Esta es la buena noticia. La mala es que mucha de esta rebeldía se debe al deseo, muchas veces explícito, de regresar a los viejos métodos antidemocráticos que ``garantizaban'' las victorias. En la Asamblea 17 se manifestó la voluntad de cambio hacia adelante, hacia la democracia, no un reclamo de retorno a una situación imposible. Intentar regresar al carro completo a como dé lugar, no sólo sería una torpeza sino un suicidio político.

Un partido de escándalo no puede resultar atractivo a la ciudadanía. Un partido de la ausencia de liderazgos, de la falta de ofertas políticas alternativas, de la selección de candidatos poco conocidos realizada de espaldas a las bases, no puede ganar los comicios. En junio del presente se dijo, con respecto a la selección de candidatos en Coahuila, que el perfil y el arraigo de éstos era fundamental; que había que tener cuidado en no seleccionarlos con métodos más propios del PAN que del PRI. Teníamos candidatos con arraigo y trabajo a los que se marginó. Los resultados hablan por sí mismos.

Decía algún pensador que de las derrotas se aprende más que de los triunfos. Esto es aplicable para este caso. El 10 de noviembre no fracasó el PRI, fracasó en gran parte un método de hacer política sobre la base de la cesión de espacios entre grupos internos de poder, que por definición ignoran que, aquí y ahora, los ciudadanos razonan su voto. Votan y votan bien.

Somos muchos los que creemos que un PRI que utilice métodos democráticos de lucha política es condición indispensable para la consolidación democrática del país. Más aún, teniendo a la vista las contribuciones que el PRI ha hecho en materia de paz social y consolidación de instituciones sociales, creemos que aún tiene mucho que aportar hacia el futuro. Pero recordemos que eso lo decidirá la sociedad.