Pablo Gómez
Polo del progreso
La derrota electoral del PRI en casi toda la periferia del Distrito Federal es una expresión concreta de la ruina de ese partido --el Estado mexicano convertido en partido-- en la mayor parte del país. Nezahualcóyotl, Tlanepantla y Naucalpan forman parte de la misma gran ciudad y no se distinguen demasiado de la parte central de la misma: el colapso político del PRI es un hecho, aun cuando todavía logra comprar votos masivamente.
Tenemos hoy una clara tendencia hacia la conformación de una mayoría político-electoral en la gran ciudad en apoyo a la oposición. La cuestión básica es cuál de los dos partidos de ese signo alcanzará más votos para asumir el gobierno capitalino en 1997.
Entre el sector oficial --conformado por la vieja burocracia priísta y los neoliberales tecnocráticos-- y Acción Nacional --esencialmente conservador y en muchos aspectos reaccionario--, no existen hoy grandes diferencias de carácter político. El resultado de la acción de gobierno de uno y otro no es ya demasiado diferente. Frente a este polo antipopular y enemigo de reformas sociales, debe crearse otro: el polo del progreso, de la democracia y del programa social.
Hoy es evidente que la formación más importante de ese posible polo lo constituye el PRD, debido a su carácter de gran partido unitario de fuerzas, y a su capacidad de asimilar candidaturas muy diversas dentro del espectro que básicamente representa. Por esto, es decisivo mantener la política de apertura dentro de ese partido y, al mismo tiempo, promover una actitud unitaria entre las fuerzas democráticas que se encuentran fuera del PRD.
El polo del progreso no tiene por qué ser una estructura formal, sino un movimiento político incluyente, con expresiones electorales y sociales de diverso género, capaz de aglutinar a una parte del pueblo en torno a un programa básico. En la medida en que este polo se desarrolle, la opción de un cambio democrático y popular se hará cada vez más viable: esta es la tarea del momento actual.
En la capital del país, lo más importante quizá no sea el candidato, con toda la relevancia que debe tener, sino la unidad de las fuerzas del progreso, las que le dan la espalda a la derecha, hoy representada por dos partidos que han pretendido ser los dos únicos rivales, de acuerdo con el plan político diseñado por Carlos Salinas y sus colaboradores y cómplices.
El hecho de que aquel bipartidismo no esté en desarrollo en el centro-sur del país --la región más poblada del país--, nos habla de que existe un amplio espacio para una izquierda democrática y popular relativamente nueva, es decir, que a la vez que cuente con su propia propuesta, tenga gran apoyo popular.
La elección del gobernador de la capital del país sin duda también estará relacionada con la lucha por una nueva mayoría en la Cámara de Diputados, pues el Senado solamente cambiará en una cuarta parte de sus integrantes. Pero la Cámara aprueba en exclusiva el presupuesto federal y éste es muy importante en el diseño de la política económica del gobierno, de tal suerte que desde ahí se podría tener incidencia real en las grandes decisiones de rumbo del país.
Un viraje electoral en 1997 podría ser la puerta para alcanzar un equilibrio político, es decir, una relación nueva entre los dos grandes polos políticos que se han venido fraguando en México: la derecha y las fuerzas del progreso, pues mientras el PRI y el PAN no se pueden unir más que en la gestión política y no en el plano de las candidaturas, el polo progresista no cuenta hoy más que con un partido electoral significativo. Si todas las fuerzas democráticas y populares se unen y hacen a un lado la tentación de utilizar a pequeños partidos sólo para procesar su propia imagen y sus propios matices, la unidad electoral podría ser la llave para lanzar una fuerza estable, multiforme, unida en su propia diversidad, capaz de dar gran vigor a una opción de cambio.
El polo del progreso puede fraguar en 1997 si predomina una política de apertura y espíritu unitario. Grandes segmentos del pueblo mexicano podrían entender un claro mensaje político de carácter propositivo, más aún cuando se trata de detener a la derecha, cuyos programas siguen llevando al país a perniciosos ciclos de empobrecimiento y regresión social.
No es hora de titubeos.