Horacio Labastida
A la H. Junta de Gobierno

Lo hice con anterioridad y en privado, a invitación de miembros de la Junta, en las elecciones que llevaron a Ignacio Chávez, Pablo González Casanova y Javier Barros Sierra, entre otros, a la Rectoría de nuestra Universidad. Sin embargo, ahora decidí expresar mi opinión públicamente porque, así creo, la especial situación que vive México exige que nada se haga en secreto; la elección del rector debe estar a la vista de todos, no sólo de los universitarios, pues la Universidad es una institución creada por el pueblo para cultivar su talento en las ciencias y las humanidades. Mi tratamiento del problema tiene que ver fundamentalmente con lo que la Universidad es como comunidad académica y lo que esta comunidad significa para la Nación, pues el sucesor del distinguido maestro José Sarukhán Kermez, tendrá las gravísimas responsabilidades de la marcha de la Universidad en el marco de un Estado revolucionario, el sancionado por el Constituyente de 1917, y de una mayoría de gobiernos, incluida la administración del presidente Zedillo, que lo han inmerso en turbulentas crísis económicas sociales y políticas.

La historia del México independiente, apenas de ciento ochenta y cinco años de edad, es en su conjunto una doble historia de nobleza y generosidad al lado de otra historia de perversidades, mentiras y traiciones; una y otra historias no han logrado hasta ahora una definitiva victoria de la una sobre la otra, pero lo cierto es que la primera nace y renace por sobre la segunda, aun en las circunstancias de mayor estragamiento y corrupción.

Morelos sobrevivió a Calleja en Vicente Guerrero y resultaron vencidas así la corona peninsular y el infausto Primer Imperio. Carlos María de Bustamante denunció las felonías de Santa Anna y la generación de Ayutla, lo expulsó y abrió las puertas a una grandeza republicana, la de Juárez, dinamitada por Porfirio Díaz con sus guardias rurales y la entrega del poder político al poder económico de las subsidiarias extranjeras. La Revolución recobró la soberanía arrebatada por el empresariado trasnacional y devolvió la dignidad oprimida y casi destruida en las tiendas de raya, a los burlados habitantes del campo y las ciudades. Lázaro Cárdenas exhibió el gran dilema de nuestro tiempo: frente a las pruebas que ofreció sobre la viabilidad del camino revolucionario, otros gobiernos, en mayor o menor grado, lo han bloqueado al mudar el Estado de derecho por un presidencialismo autoritario y servidor de élites enseñoreadas de vidas y haciendas mexicanas.

Desde su nacimiento la Universidad optó por la historia de nobleza y generosidad. Cuando Justo Sierra invocó a Palas Atenea a ocupar el claustro de la Escuela Nacional de Altos Estudios se echaron los cimientos de los compromisos supremos que desde entonces tiene la Academia con la Nación.

¿Cuáles son en su esencia esos trascendentales compromisos? La lucha estudiantil de 1929 por la autonomía marcó el que se halla en la base de sus quehaceres: la autonomía es la práctica inmarcesible de la libertad en la cátedra, la investigación y la conducta moral, en la sociedad, de quienes llevan el título universitario. Ahora bien, la libertad de la comunidad es una libertad para desvelar, enseñar y difundir la verdad no por la verdad misma y sí por su trascendental vinculación con el bien común del hombre y del mexicano. En la Universidad no se hace ciencia para construir bombas atómicas o habilitar a los opresores de los demás, ni tampoco se facultan tecnólogos y profesionistas que cambien doctorados por el clásico plato de lentejas; no, el saber en la Universidad es un cultivado saber de los más altos valores para condicionar bienestar material y perfeccionamiento espiritual de la sociedad. De este modo, la autonomía universitaria reconocida hoy en el artículo 3o. constitucional y modelada en sus procedimientos en la Legislación de 1944, diseñada por la comisión de rectores que presidiera Alfonso Caso, es el baluarte moral de la libertad por la verdad y el bien que define el ser y significado de la gran Universidad de México, institución académica del Estado revolucionario desprendida en sus funciones del aparato gubernamental a fin de impedir la infiltración de sus intereses pasajeros, sin perjuicio de cargar con la obligación constitucional de proporcionar recursos suficientes e indispensables a las tareas que el Estado y el pueblo le encomiendan.

Así es la percepción que seguramente guiará a los miembros de la Junta, en el momento de sufragar en favor de un próximo Rector incapaz de ceder a las presiones externas y amante de la verdad comprometida con la moral. Sin estos requisitos no se puede ser rector de nuestro Claustro del mismo modo que la Universidad dejaría de serlo sin la libertad de descubrir la verdad para el bien. Sólo de esta manera el espíritu habla en nuestras aulas.