La Jornada 16 de noviembre de 1996

UN RETO A LA CONCIENCIA MUNDIAL

Uno de cada cinco habitantes del planeta ha nacido en Africa, pero ese continente está enfrentado hoy a grandes epidemias mortales, a la hambruna, a la miseria siempre creciente, las migraciones masivas (que son rechazadas por los países europeos o arruinan aún más la economía de las naciones fronterizas), las guerras civiles e interétnicas, como si en él cabalgasen a rienda suelta los cuatro jinetes del Apocalipsis. Esta situación desafía el concepto mismo de humanidad y coloca a la comunidad internacional ante un reto ineludible.

La tragedia de Zaire ha sido preparada por la política de las potencias ex coloniales (el ex Congo ni siquiera era ``belga'', sino propiedad privada del rey de Bélgica), que trazaron fronteras artificiales para que los nuevos Estados fueran inviables y dependientes. Ha sido también organizada por la continua intervención de esas potencias en la vida de los Estados africanos. El siniestro Mobutu fue mantenido en el poder por las grandes potencias y el régimen militar tutsi de Burundi fue armado y organizado en Uganda por Estados Unidos para desplazar la influencia francesa en la región, que apoyaba a los dictadores hutus hoy refugiados en Zaire: esa fue la pólvora que se acumuló en las fronteras de Africa central y que ahora está estallando.

Además, el cambio cualitativo en la economía y el mercado mundiales, en los años ochenta, dejó al continente africano librado a sí mismo, abandonado, pero siempre expoliado. Las heridas abiertas y sangrantes en Angola, Somalia, Sierra Leona, Sudán, Ruanda, Burundi y Zaire atestiguan, como la barbarie del fundamentalismo en Argelia, que la modernidad, para Africa, es un retorno al pasado lejano que está unido al caos profundo y la desorganización resultantes de una integración subordinada en la economía mundial, negadora de la existencia de millones de sus habitantes por el hecho mismo de no formar parte del mercado.

Como lo demostró la participación de la ONU en el caso de Somalia, la solución a estos males estructurales no reside en una intervención armada extranjera, por necesaria que pueda resultar en lo inmediato para separar a los combatientes hutus, tutsis y zaireños, y salvar la vida de millones de refugiados que ahora están muriendo de hambre y de sed. Sólo una masiva intervención económica humanitaria a largo plazo, una especie de Plan Marshall internacional a fondo perdido, puede crear las condiciones para la supervivencia de millones de seres y para su convivencia pacífica sobre bases democráticas.

Para ello sería necesario desconocer la deuda de esos países, con el fin de que tengan recursos para el desarrollo; acabar con los planes de ajuste estructural impuestos por el Banco Mundial y el FMI; impedir la exportación de armas (que esos países no producen); declarar fuera de la ley a las dictaduras; impulsar planes de desarrollo agrícolas, sanitarios, educativos y de alimentación a partir de los recursos locales; exportar masivamente tecnologías adecuadas. Africa necesita justicia, solidaridad, apoyo económico, conciencia humana, no los soldados de la ONU o de la OTAN. Una declaración de las Naciones Unidas en ese sentido tendría mucho más efecto que las dudosamente eficaces misiones militares