Jack era el único en esa casa con la disposición suficiente para ir a comprar cerveza. Esa misión incluía caminar seis cuadras debajo de un verano que buscaba quitarle sus atributos al infierno y colocar, no sin cierta dificultad, los tres envases vacíos encima del mostrador. El dependiente, acostumbrado a las anormalidades, se los devolvió llenos de cerveza. Jack se consideró vencido por ese calor del demonio cuando llevaba apenas la mitad del camino de regreso. Decidió hacer una escala en la sombra y para incrementar la parte fresca bebió unos tragos de cerveza. Esa parte fresca acabó liquidando las tres botellas. Jack emprendió las mitad del camino hasta su casa, llegó borracho y chapeado sosteniendo con las dos manos la prueba irrefutable de que todo, cuando menos en ese pueblo, tendía a regresar al origen: esas tres botellas que habían salido vacías, regresaban a casa vacías.
Esta historia puede parecer una vulgaridad si no se advierte que el personaje de las botellas tenía cinco años de edad y que con el tiempo se convertiría en un escritor prolífico y famoso, que ya desde entonces respondía al nombre de Jack London. Después de esta borrachera de marca mundial, London alternó su oficio literario con los de policía, buscador de oro (siempre sin éxito), ladrón de ostras (siempre con éxito), capitán de barco; y al final, cuando la fortuna, además de sonreírle también le había llenado sus cuentas en el banco, se entregó a la tarea de arrancarle a sus viñedos miles de litros de un jugo de uva, irremediablemente agarroso, que fue embotellado, empaquetado, y vendido bajo el conveniente nombre de ``Jugo de Uva Jack''. Sus detractores aprovecharon el episodio para declarar que el jugo era malo, pero no tanto como su literatura.
A los 40 años (que eran menos que sus 48 libros publicados), fastidiado por la uremia, Jack London decidió terminar con su vida, su obra y su empresa de jugos Jack que había nacido prácticamente terminada. Con la misma mano que había escrito Colmillo Blanco y John Barleycom, se metió a la boca las 24 pastillas de sulfato de morfina que lo condujeron hasta la muerte. Junto al cuerpo de este escritor adulto que había sido niño borracho, encontraron una libreta con los números y las anotaciones científicas que conformaban el cálculo de cuántas pastillas necesitaba su organismo para detener las máquinas. También, en otra de las páginas, apareció un nombre que hasta la fecha sigue siendo un misterio, pero que puede comprobar, en determinados registros, la elasticidad de las canciones, o como quiera que se llame al fenómeno de una canción apareciendo, sin explicación aparente, en una vida y luego en otra.
El 26 de enero de 1855, 21 años antes de que naciera London, Gérard de Nerval salió de un bar, murmurando la tonada de la canción Desolé, que acababa de estrenar una amiga suya, ante un público escaso, exigente y gritón. Unas horas antes de meterse al bar, había recogido las primeras pruebas de su obra Aurelia. En el manuscrito de su libro The Kempton-Wace Letters, Jack London incluye un personaje que antes de quitarse la vida canta a todo pulmón una vieja canción francesa de título Desolé. Nadie ha podido explicar nunca por qué ese personaje, con todo y su canción, fue extirpado de la versión definitiva del libro. En una de las críticas nada suaves que recibió esta obra, aparece entrecomillada una cita larga de London en donde asegura que su canción favorita es Desolé, de un autor anónimo francés. ¿por qué quitó su canción favorita del libro? ¿La Desolé de Nerval será la misma que la de London? ¿Ese autor anónimo francés sería la efectivamente anónima cantante del bar? Es necesario agregar que el nombre misterioso del cuaderno de notas que se encontró junto al cuerpo de London, era, por supuesto, Desolé.
En este marco generoso de evidencias sueltas cabe todo tipo de especulaciones. Gérard de Nerval salió de aquel bar murmurando Desolé y nadie supo más hasta el día siguiente, cuando lo encontraron ahorcado en un poste, sin su tradicional abrigo negro, pero con las pruebas de Aurelia en la bolsa del pantalón. Uno de sus amigos llegó al lugar de los hechos y observó que la cuerda de donde colgaba el cuerpo del escritor, era la misma que, durante los últimos meses, le había servido de cinturón.