Karol Wojtyla, o si se prefiere, Juan Pablo II, Supremo Pontífice de la Iglesia Católica, inauguró el 13 de este mes en Roma la Conferencia Mundial de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) con un discurso en el cual expuso un elemento programático que, no por casualidad, recibió muy poca atención por parte de las agencias de noticias, las cuales prefirieron destacar el reiterado, obvio y polémico alegato papal contra el control de la natalidad.
A éste no me referiré, aunque lo merece por su hipocresía y por el contraste con la posición que quiero destacar, pues es evidente --lo demuestra la densidad demográfica de Holanda, similar a la de Haití-- que una población numerosa con respecto no es sinónimo obligado de pobreza, pero es igualmente cierto que ni Haití ni el resto del mundo dependiente pueden ya adquirir el nivel de gastos energéticos y de consumos y tecnificación de Holanda sin que el mundo estalle.
Quiero, en cambio, subrayar la posición del papa polaco sobre la intolerabilidad ética y moral del sistema económicosocial actual y sobre la necesidad de desarrollar una economía y un mercado basados en la solidaridad. Las palabras del ``Papa llegado del frío'' --aparentemente utópicas-- adquieren un carácter más concreto si se recuerda que la experiencia política que les da su base la realizó el entonces obispo Woytila en una región donde el mercado no era --ni todavía es-- un intocable tabú y donde la idea de justicia social tiene fuertes raíces, independientemente del odio a las burocracias que con ella se escudaron y que, por último, la prédica moral del Papa contra el sistema burocrático-totalitario del ``socialismo real'' demostró una vez más que el Vaticano tiene muchas ``divisiones'' para lanzar a la batalla por el poder (al menos, de las mentes).
El mercado ha existido antes del capitalismo, desde hace miles de años, y posiblemente seguirá existiendo después del fin del neoliberalismo, que lo ha convertido en un Moloch al cual todo debe ser sacrificado. Hace bien el Papa al hablar entonces de ``otro'' mercado, basado sobre la solidaridad. O sea, sobre el que, en las grietas del capitalismo, se basa en relaciones de trueque y de intercambio simple, como el que realizan en todo el globo millones de campesinos, en la ayuda voluntaria y ``política'', como el mercado de la asistencia social que se desarrolla masivamente incluso en los países industrializados (donantes de sangre, bomberos voluntarios, cruces rojas, asistencia social, trabajadores políticos de las ONG, etcétera). O el que puede realizarse en condiciones de ayuda mutua, no lucrativas, entre organizaciones y hasta entre naciones.
Ya que la destrucción del medio rural es también la destrucción de las identidades étnicas y nacionales, así como de las culturas tradicionales y, al mismo tiempo, la destrucción de la biodiversidad indispensable para preservar la producción agrícola, y el irreversible deterioro ambiental a escala planetaria, es evidente el daño apocalíptico que está causando y puede provocar en términos humanos y ecológicos la continuación sin traba alguna del neoliberalismo, desde el punto de vista de la supervivencia de la civilización y de la propia especie. Y, mientras el mercado causa daños irreparables, el papel del Estado, superado en parte por la mundialización, no basta para contrarrestar ese papel y, por el contrario, añade al mismo las consecuencias nocivas de la coerción creciente.
Hoy el hedonismo, el ``primero yo'', la eliminación de las reglas éticas en nombre del utilitarismo, no sólo se oponen frontalmente a las ideas que desde el Iluminismo dieron base al humanismo laico y democrático y, a partir de éste, al socialismo sino que también afectan la raíz misma de 2000 años de humanismo cristiano. Surge así la posibilidad de un ``frente único'' entre las dos corrientes históricas más influyentes de nuestra sociedad actual: la religiosa y la laica y socialista. Y el punto de contacto que establece el Papa con el humanismo socialista (el que se basa en las necesidades humanas y reconoce el papel de las culturas y no adora al Estado) es precisamente el concepto de ``mercado solidario'', al lado del mercado libre y del Estado y, en gran medida, contra ellos. Este concepto, por lo tanto, merecería ser vertido en propuestas concretas, explicitado con ejemplos y experiencias que aquí no podemos exponer pero que las ONG progresistas, donde se entrecruzan laicos y cristianos, creo deberían estudiar y destacar.