Toda sociedad está, de una u otra manera, en constante transición. Hasta una dictadura que ejerce un fuerte control sobre la población y las instituciones transita hacia una situación distinta, cuando menos por el envejecimiento del dictador, el desgaste de su poder y la expectativa cierta de que algún día morirá. Esas transiciones son verdaderamente lentas y penosas pero finalmente pueden capitalizarse y lograr que esa sociedad realmente se convierta en algo diferente, y de preferencia en algo mejor. El caso de España tras la dictadura franquista es un caso ilustrativo.
En México se ha utilizado de manera extendida en los últimos años la idea de la transición, tanto para referirse a la economía como a la política. En el primer caso se afirmó que el país estaba en un proceso de modernización que eliminaría las trabas seculares del crecimiento. La apertura comercial significaba una mayor eficiencia productiva y capacidad para competir en los mercados internacionales. Ello no sólo serviría para reducir en el corto plazo las presiones inflacionarias, sino para cambiar la estructura productiva, extender la innovación tecnológica y generar más empleos con trabajadores mejor capacitados que recibirían mayores ingresos. Los beneficios para los ganadores de la apertura compensarían con creces las pérdidas de aquéllos que fueran desplazados por las nuevas condiciones económicas. Las metáforas fluían de la boca de los promotores del cambio, aunque algunas veces fallaban. México entraba a las ``grandes ligas'', se dijo, sin darse cuenta que ese año la gran carpa beisbolera estaba en huelga y ni siquiera hubo serie mundial. Los flujos de capital, por su parte, se convirtieron en una muestra de la aceptación de los inversionistas extranjeros de esa transición a la modernidad, muy bien vendida en Wall Street. Sin embargo, los capitales van y vienen con rapidez de una parte a otra del mundo y no fue suficiente el incentivo para evitar que salieran y el peso fuera vapuleado nuevamente. La crisis de fines de 1994 afectó severamente esta imagen del país que muchos --dentro y fuera-- se hicieron, y la transición se efectuó pero en dirección contraria. Hoy, la política económica está dirigida exclusivamente a contener el retroceso, y cada vez que volvemos a empezar el camino hay más desplazados y los costos son más grandes. Llevamos veinte años de continuas crisis y quince con un muy lento crecimiento productivo.
En política, la transición ha sido igualmente la noción favorita. Avanzamos en la realización de elecciones más libres en las que los partidos de la oposición ganan terreno de manera constante; contamos con un Instituto Federal Electoral en el que ya no participa el gobierno, pero también se registran muy elevados niveles de abstención ciudadana en las urnas. La cuestión electoral solamente es una parte del cambio político que requiere este país. En los últimos años ha habido varias reformas políticas, muchas de ellas presentadas como definitivas. La más reciente, iniciada en este sexenio, había llevado arduamente al acuerdo entre los partidos políticos y finalmente el mismo PRI la ha echado para atrás. Otra vez hay que revisar detenidamente el contenido y significado de la transición a la democracia en este país. Con ello no debemos confundirnos entre lo que es, por ejemplo, el ejercicio legislativo mediante el voto partidario y el mayoriteo por instrucciones de arriba.
Siempre hay posibles sutilezas en el análisis de los expertos y los profesionales de la economía y la política que permiten sostener que efectivamente hay una transición en el país. Pero hay veces en que el salami se tiene que rebanar fino y hacer teoría profunda acerca de los fundamentos de la transición. Otras veces las rebanadas tienen que cortarse gruesas y, así, el cuestionamiento del cambio que se ofrece y no se alcanza queda a la vista de una población que cada vez tiene menos opciones y ve reducidas sus expectativas de bienestar. Hay un tiempo, un método y unos objetivos para rebanar fino; los que preferentemente practican este pensamiento pueden siempre decir que cuando se rebana grueso no se entiende la profundidad de los procesos en curso. Pero saben bien que están esas rebanadas gruesas de la transición y que en ese terreno ella no convence.