Resistir a un tirano, a una ideología, a los fundamentalismos, a un virus son, sin lugar a dudas, los retos de hoy a finales del siglo. Resistir: una palabra idónea para estos tiempos de posmodernidad.
Porque los tiranos existen: no puede negarse la irresponsabilidad política de aquellos que, manifestándose como demócratas, en sus campañas de salud no incluyen la prevención de enfermedades mortales. De quienes, por respeto a su ideología, y amparados en el poder, crean campos de concentración para dizque proteger a la población de los enfermos del mal del siglo. Y, sobre todo, esas religiones basadas en textos sagrados que niegan en lo absoluto cualquier placer fuera del matrimonio y condenan la libertad del hombre y la mujer para amarse como les venga en gana, protegiéndose con un condón que ha logrado sobrevivir a los fanatismos religiosos por más de tres siglos.
Un virus ha cambiado el pensamiento sexual de las sociedades. Un virus ha provocado debates coléricos de la Iglesia católica. Un virus ha sacado a flote, nítidamente, la homofobia imperante en sociedades que se dicen civilizadas. Un virus se ha convertido en fenómeno cultural de la humanidad y ha sido responsable de que la cultura esté llena de novelas, obras pictóricas y de teatro, filmes alusivos, pensamiento filosófico y ensayístico: los artistas, como siempre, han plasmado un fiel reflejo de las realidades del mundo. Y saber de ese virus lo indispensable para protegerse contra él es algo que tendría que ser tan inherente al humano como lavarse los dientes cada vez que termina de comer.
Hablar en voz alta del virus es un deber moral y ético de los intelectuales y políticos. Crear espacios de reflexión en los que se involucren todas las tendencias políticas sobre el suceso y en los que se abra el debate a acciones educativas en contra del virus, es un elemento indispensable en cualquier sociedad que de verdad crea ser de carácter avanzado.
¿Cómo se le puede contestar a los denostadores que niegan la necesidad de protección ante el virus? Con campañas eficaces, con argumentos infalibles sobre ética y moral, y no moralismo recalcitrante e hipócrita amparado en textos bíblicos fuera de lugar y tiempo. El mundo ha avanzado y no debemos convertirlo en cementerios producto del inhumanismo, como los dedicados a la primera y segunda guerras mundiales, Auschwitz, Vietnam y ahora los supuestos centros de rehabilitación para enfermos en Cuba, el espacio que el comandante Fidel Castro destina a todos aquellos combatientes en la guerra de Angola y que hoy mueren por un virus letal. ¡Vaya manera de pagar la de una revolución cubana dependiente de un solo hombre!
En materia de salud no hay tiempo para diplomacias frente al tirano, frente a los fundamentalismos, frente a las ideologías, frente a un virus que mata indiscriminadamente. En materia de salud hay que sentar a las religiones a pensar el futuro que les espera si no son capaces de mirar realidades insoslayables. Los creyentes, por mucho que lo sean, ya no ven en el infierno ni la gloria ni la salvación de sus vidas, porque la realidad se les está desbordando con hechos irrefutables: gloria e infierno pertenecen al mundo y uno escoge la fortuna en ésta, la tentación de existir
Y a propósito de ideologías: hay que sentar a todos los partidos políticos a discutir políticas de salud y educación sexual. Al Partido Revolucionario Institucional (PRI): que enfrente con valor la prepotencia de la Iglesia católica que impide batallas eficaces contra el virus. Al Partido Acción Nacional (PAN): intentar enfrentarlo al modo en que sus prejuicios niegan fanáticamente a la modernidad crítica. Y al Partido de la Revolución Democrática (PRD): exigirle que no calle frente a un problema que le concierne tanto como defender a los indígenas, porque las políticas de educación sexual son, también, para el bienestar social de todos. Hay que decirles que el virus no respeta derecha, izquierda o centro; que la hipócrita sociedad que defiende a la familia no considera la permisividad de los hombres para ser infieles en los burdeles de la vida y que son, en la mayoría de los casos, los causantes de que crezca el número de infectados en nuestro país.
No tengo por qué meterme en la vida íntima ni en la cama de nadie. Si alguien quiere reprimir su sexualidad y que nadie sepa qué clase de sexualidad ejerce, es su problema. El problema no es ése. El problema es que quieren legislar a partir de sus prejuicios como norma de conducta. El tema de la sexualidad, hoy en día, debe romper los prejuicios imperantes --en el caso mexicano-- de la moral judeocristiana, para abrir la educación que se requiere con el fin de luchar contra la muerte por contagio del virus. Así de fácil y concluyente. Políticas de educación sexual para hacer más y mejor nuestras prácticas sexuales. Matar las tiranías, los fanatismos y las ideologías para acabar con un virus. Es como empezar la cruzada por una reforma sexual de la sociedad.
En México poco se hace en este sentido. La Iglesia católica se impone en la casas de los gobernates. Los gobernantes se imponen sobre la sociedad civil. Y la debilísima sociedad civil lucha contra los gigantes como David luchó contra Goliath, aunque hoy con un condón, en vez de onda. El círculo vicioso no acaba por romperse. La ineficacia del gobierno provoca más y más ignorancia en la población, de tal manera que familias enteras dan la espalda a sus enfermos. Los centros de salud continúan sus prejuicios en detrimento de los seres humanos afectados por el virus, mientras la Iglesia católica mexicana continúa estúpidamente hablando del condón como ``un instrumento del demonio''.
Sin embargo, unos cuantos se mueven en sentido contrario. Unas cuantas asociaciones luchan contra el virus. Y un suplemento, Letra S, nace como producto de una sociedad civil que no quiere perder las batallas contra la intolerancia (Letra S es la única publicación en América Latina que, en un diario de circulación nacional, La Jornada, publica mensualmente sobre el tema). También, unas cuantas personas hacen su agosto en torno al virus logrando becas y apoyos sin ser, en la práctica, luchadores contra el virus (``río revuelto, ganancia de pescadores''). El mal sirve para todo: las responsabilidades sociales no siempre son compartidas y unos cuantos, con inteligencia, dignidad y pasión se enfrentan al asedio del virus. El egoísmo social es, en realidad, el signo de estos tiempos.
Y mientras todo lo anterior sucede, un intelectual mexicano, Carlos Monsiváis, ha escrito lúcidamente ensayos contra toda esta intolerancia de los fanatismos, las ideologías y sus tiranos. Un hombre, un ciudadano que, al margen de sus preferencias sexuales, siempre ha trabajado por los movimientos de liberación, incluido el homosexual. Sin más perversidad pública que su amor por los gatos, Carlos Monsiváis pudo, desde 1983, detectar el cambio de comportamiento humano a partir del nacimiento público del virus. Hoy, todo lo escrito por Monsiváis acerca de esa enfermedad es una historia que, cuando terminen las tiranías, los fanatismos y las ideologías por encima del humanismo, tendrá que tomarse en cuenta para poder llegar al siglo XXl con políticas de educación sexual que permitan a los seres humanos tener esperanza en el futuro. Y acaso entonces, la palabra intolerancia, en materia de salud, sea un término caduco. Y si lo es en materia de salud, lo será en todo lo tocante a la razón.
* Texto leído durante la presentación del suplemento Letra S, * antenoche en la Librería Pegaso de la Casa Lamm.