Los resultados de la jornada electoral del pasado domingo en tres estados han dado motivo a proclamas jubilosas de los dirigentes del PAN y del PRD durante toda la semana, y a explicaciones cautelosas y en actitud defensiva, de los voceros del PRI.
No es un tema agotado. En su mayor parte, las declaraciones y comentarios han enfocado sus proyecciones lógicas hacia el vaticinio, sin poner énfasis en la ponderación de los factores que pudieron determinar una votación claramente diferenciada en lo geográfico y, por las mismas causas, estratificada en términos socioeconómicos. Es más fácil profetizar si el comportamiento electoral observado en la zona conurbada del estado de México se reproducirá o no en el Distrito Federal en julio de 1997, que intentar descubrir las probables motivaciones de triunfos y derrotas, avances y retrocesos.
Es un axioma aceptado por todos los partidos, inclusive el PAN, que éste obtiene cifras de votación que están muy por encima de su grado de organización y de su capacidad de penetración social por medios directos. Su fuerza electoral se concentra en las zonas urbanas y se acentúa en los sectores medios y altos de la población, cuyo peso es más significativo mientras mayor sea el tamaño de las ciudades.
Por cierto, el triunfalismo de los días recientes indujo a sus dirigentes a hacer cuentas alegres, pues afirman que son 33 millones los mexicanos que viven en estados o municipios gobernados por el PAN. El subterfugio consiste en sumar todos los habitantes de una entidad, cuando el gobernador es miembro de ese partido, sin deducir el número de pobladores de los municipios que presiden militantes del PRI. Pero cuando el gobernador es priísta, agregan a sus cuentas los municipios donde los cabildos son mayoritariamente panistas. Dos criterios distintos, según convenga a sus fines. Una estadística correcta debiera basarse solamente en estados o únicamente en municipios. Por ejemplo, en ese último caso, los municipios gobernados por el PAN son 240 (incluidos los de los tres estados donde todavía no toman posesión los ayuntamientos triunfantes) y el número total de sus habitantes es de 22 millones 567 mil. Once millones menos que en las cifras infladas por Felipe Calderón.
El empobrecimiento de las clases medias ha generado una psicosis colectiva que beneficia al PAN. El miedo a perder la seguridad económica es el factor determinante. Por un mecanismo mental de eliminación, un gran número de personas llega a la conclusión, sin datos reales ni bases programáticas, de que el PAN es el único partido que puede garantizarla. Gana adeptos la idea de que el PRI no puede dar estabilidad ni seguridad económicas, porque es el responsable de la desestabilización e inseguridad de los años recientes. El PRD resulta también eliminado, porque la imagen que se le ha delineado (apenas en vías de corrección) ha sido la de una agregación de corrientes populistas sin un proyecto de gobierno coherente y viable.
Son sin duda simplificaciones, pero de ellas emergen ventajas comparativas para el PAN. Los votos que obtiene no son producto de un apoyo razonado a un programa de rectificaciones en materia económica o social, sino la manifestación del miedo de las clases medias a su proletarización. Votar por el PAN es una actitud conservadora, no sólo en un sentido típicamente ideológico, sino porque entraña el afán de conservar lo que se tiene. Enmedio de la crisis económica, el PAN adquirió los contornos (tal vez sin proponérselo) del partido de la preservación patrimonialista de las clases medias.
Pero las clases y estratos sociales que no tienen nada que perder, porque nada o muy poco poseen, no votan por el PAN. Razonada o intuitivamente saben que su mejoramiento depende de cambios profundos en la conducción económica del país, y que esas políticas difícilmente serían asumidas por un gobierno panista. El ejemplo más claro es Ciudad Nezahualcóyotl.
La gran caída del PRI en las preferencias electorales se debe a que dejó de ser el partido de la estabilidad pero también el de los cambios sociales. Las clases medias y altas desconfían de su capacidad para asegurarles el grado de bienestar que ya poseen; y las clases bajas dejaron de verlo como el partido comprometido a rescatarlas de la pobreza y mejorar sus niveles de subsistencia. Para aquéllas, la nueva opción es el PAN y para quienes aspiran a mejorar sus precarias condiciones de vida, la opción es el PRD. El gran problema estratégico del PRI es frenar y revertir ese proceso de desplazamiento que ha sufrido en ambas direcciones.