La Jornada 17 de noviembre de 1996

EL HAMBRE Y LA POBREZA SON IMBATIBLES

Después de la Conferencia de Copenhague contra la pobreza todo siguió igual o se agravó. Ahora la conferencia mundial de la FAO contra el hambre y sobre la alimentación corre el mismo riesgo a pesar de que, naturalmente, todos los gobiernos adoptarán sus recomendaciones. El problema central consiste en que el sistema de las Naciones Unidas formula recetas técnicas y científicas y emite exhortaciones morales, pero dentro del marco de políticas que se esbozan y deciden fuera de la ONU y que van en el sentido opuesto al de las resoluciones de las conferencias mundiales, sean éstas sobre el ambiente y la ecología, como la de Río, de quien nadie se acuerda, sobre la situación de la mujer, sobre la pobreza o sobre el hambre. Como las organizaciones de las Naciones Unidas están integradas por los gobiernos nacionales, y éstos aceptan de buen grado los ajustes estructurales y las políticas de libre mercado impuestas no por la ONU sino por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, es difícil que aquéllas vayan más allá de piadosas propuestas o de quejas y buenos deseos.

Es evidente que la lucha contra la pobreza y el hambre no puede ser esencialmente tecnológica, por importantes que puedan ser las medidas y técnicas recomendadas para aliviar ambos flagelos. Ahí está para demostrarlo el ejemplo de la Revolución Verde, que elevó la producción y la productividad pero también hizo crecer la crisis ambiental, las desigualdades sociales en las zonas rurales, la pobreza en éstas y en las zonas urbanas, donde se refugiaron los campesinos expulsados de la tierra. No se puede proponer una política macroeconómica que minimiza sus consecuencias sociales, y creer que, con dicha política, se puede reducir la pobreza que, precisamente, sigue aumentando vertiginosamente, en términos absolutos y relativos, a partir del ajuste estructural que se insiste en aplicar a rajatabla. Un sistema que cambia el uso de los suelos en beneficio de los productos comercializables en el exterior --y, por ejemplo, en el cual las vacas destinadas a terminar en el extranjero como hamburguesas ``se comen'' a los campesinos productores de alimentos tradicionales-- no sólo engendra pobreza, desastre ecológico, concentración urbana, pérdida de identidad cultural y nacional sino que, sobre todo, es insostenible en el mediano plazo. Un sistema que da crédito a los ricos de las zonas rurales y usura o nada a quienes no lo son, multiplica también la pobreza y es moral y políticamente no sustentable. Sobre esto tiene razón el presidente cubano y aún más la tiene el Papa, que propone una economía alternativa y solidaria, y la tienen en particular las Organizaciones no Gubernamentales reunidas en una Cumbre del Hambre paralela a la de la FAO. Estas llaman a cambiar de rumbo a partir de la defensa del mercado interno, de los consumos y cultivos populares, de las comunidades rurales y de los campesinos medios y pobres para defender al mercado agrícola y rural del dominio aplastante de las agroindustrias trasnacionales y del capital financiero, que están destruyendo enteras zonas y enteras sociedades y que fomentan la pobreza, el drama de la emigración y la desertificación por el uso aberrante de los suelos y de los recursos. Si estas conferencias tienen un valor, el mismo consiste en dar conciencia del peligro y en plantear la necesidad de un viraje a tiempo