``Los serenos'' era el nombre que la población daba en el siglo XVIII a los guardianes encargados de la seguridad nocturna en la ciudad de México. Tenían entre sus obligaciones encender los faroles para lo que estaban equipados con una escalera, combustible y material de ignición; su paso por las calles, con su lucecita y pregón, proporcionaba un sentimiento de seguridad a los habitantes. El afamado historiador Don Manuel Orozco y Berra señala en su Historia Antigua y de la Conquista: ``En el sereno estaban depositadas las tradiciones inimaginables de honradez y disciplina''. Ahora es difícil imaginarlo, maravilla saber que alguna vez un policía fue un personaje público de respeto y afecto.
Aunque hay antecedentes de cuerpos policiacos desde la época prehispánica y en los primeros siglos del gobierno virreinal, es realmente hasta 1790, con el segundo conde de Revillagigedo, virrey notable que ``modernizo'' la capital de la Nueva España, cuando surge una organización policial perdurable. En ese entonces la capital tenía 397 calles y callejones, 78 plazas y plazuelas, una catedral, 14 parroquias, 41 conventos, 10 colegios principales, 7 hospitales, un hospicio para pobres y la Real Fábrica de Puros y Cigarros. Acababa de instalarse la gran novedad de 493 faroles de trementina, que venían a complementar los antiguos mil 168 de aceite.
Al nacer el México Independiente, la seguridad fue, como ahora, un reclamo ciudadano por lo que el 28 de mayo de 1826 se estableció un cuerpo de policía municipal, conocido como ``celadores públicos'', integrado por 150 hombres de a pie y 100 a caballo. Poco después aparecieron los ``soldados de policía'' a los que el pueblo llamó gendarmes --derivado del francés gens d' arms (gente de armas), que en su reglamento establecía: ``cada vigilante debe nombrar a cuatro vecinos, en cada manzana, quienes se alternarán de día y de noche, para auxiliar en la vigilancia, colocándose sus nombres y domicilios en las esquinas para que los vecinos puedan acudir en caso de necesitar ayuda''. No sabemos si se llevó a cabo, pero no suena nada mal.
Después surgieron diversos cuerpos policiacos, como los ``agentes secretos'' que instauró Santa Anna, mismos que Benito Juárez desapareció declarando: ``Hacer de los esbirros empleados públicos, es contradecir abiertamente la moralidad y nivelarse con los usurpadores del poder, que miran este medio como el más firme apoyo para ejercer su tiranía''.
En la búsqueda de seguridad, se añadieron a las agrupaciones y reglamentos edificios especiales; así surgió el que se encuentra en las calles de Victoria y Revillagigedo, hoy sede del Museo de la Policía, que perdió la mayor parte de sus salas para alojar al agrupamiento especial Policía 2000, que supuestamente cuida la seguridad del Centro Histórico, muy bien vestidos pero con muy poca eficiencia. Una de las funciones que se ha arrogado, desde luego no gratis, es prevenir a los ambulantes de que se acerca la camioneta.
El edificio mencionado data de principios de siglo y es uno de los más horribles de la ciudad; de piedra oscura tiene unas extrañas torrecillas y unos truculentos adornos neogóticos; el conjunto recuerda los castillos de las películas de terror. Quizás una de las razones de su horripilancia era asustar a los delincuentes.
A raíz de la Revolución, prácticamente desapareció la gendarmería de la ciudad de México; muchos de sus miembros fueron enrolados en las fuerzas regulares, otros regresaron a sus lugares de origen y se incorporaron a las fuerzas revolucionarias. El 30 de diciembre de 1912 se instaló en la calle de Bucareli, el Casino-Escuela de la Policía y al establecerse el orden al amparo de la Constitución de 1917, se expidió la Ley de Organizaciones del Distrito Federal, haciéndose depender la policía citadina directamente de su gobierno, que transmitía las órdenes por medio del Inspector General.
Al repasar la historia, se ve cómo ha ido decayendo la actuación e imagen del policía en la ciudad de México, lo que constituye una de las principales causas de la terrible inseguridad que vivimos; hay un severo problema de ética policiaca y ciudadana.
Muy preocupado el gobierno ha emprendido una labor de limpieza y formación que confiamos tenga éxito; entre otras acciones, ha distribuido entre los policías, un manual que habla de sus obligaciones y derechos, estableciendo como guía los principios que deben normarlos: legalidad, eficiencia, profesionalismo y honradez. También se mencionan las prestaciones, derechos, recompensas y estímulos; por último, las sanciones, que si se aplican con seriedad, ayudarán a mejorar las cosas, para lo que se requiere también la honradez ciudadana, o sea, que no queramos arreglar todo con una ``mordidita''.
Y hablando de morder, qué tal hincarle el diente a un costillar de cabrito, acompañado de un vigorizante caldo de camarón, en las profundidades del Bar-Sobia, en la calle de Palma, casi esquina con 16 de Septiembre.