La Jornada Semanal, 17 de noviembre de 1996


Entrevista con Seamus Heaney

Cómo sobrevivir al Nobel

Jacek Zakowski

La revista polaca Wyborcza entrevistó a Seamus Heaney a raíz del otorgamiento del Premio Nobel de Literatura a la poeta Wislawa Szymborska. Heaney plantea una serie de recomendaciones a su colega para que conserve su libertad, en peligro frente a las solicitudes, reconocimientos e invitaciones que por arte de magia se multiplican al recibir el galardón.



Ya sabe usted?

Qué cosa?

Quién recibió el Nobel?

Wislawa Szymborska. Maravilloso. Ya tienen ustedes otro Nobel. Es fantástico que se lo hayan dado a una poeta que realmente admiro. Aunque no sé cómo lo va aguantar. Con su timidez, su aprecio por la intimidad.

Qué le aconsejaría?

Pienso que Szymborska no necesita mis consejos. El más importante es que siga siendo la misma, ante todo que sea la misma, que no se convierta en "Premio Nobel". Pero Wislawa lo sabe muy bien, ya que durante toda su vida ha sido como es, y escribía como escribía, esos poemas que yo leía con admiración en las traducciones de Barañczak.

Piensa usted que el Premio Nobel hay que aguantarlo, soportarlo?

Mucho más. Hay que saber defenderse de él. "Nobel" es una palabra mágica que hace que el mundo comience a verte de un modo muy distinto. El Nobel es una etiqueta que uno lleva, quiera o no, hasta la muerte. Es también una gran prueba, un test al que se somete nuestra identidad. Y es también un test de la vitalidad: nos pregunta si acaso nos dejaremos enbalsamar en vida, o si sabremos mantenernos vivos. Mi segundo consejo es: vive, vive con plenitud. En Irlanda hubo, antes que yo, tres premios Nobel de literatura: Yeats, Shaw y Beckett. Tres gigantes perfectos. Si yo me dejara colocar junto a ellos en la misma fila, si aceptara verme a mí mismo como uno de estos gigantes, me sentiría atado.

Sin embargo, esto implica...

Entonces, olvídese de las implicaciones.

De qué modo?

Siendo como antes: amigo de los mismos amigos, familiar de los mismos familiares, viéndose como el ser humano que vive en el mismo patio donde vivía antes de recibir el golpe del Nobel. No creo que Wislawa tenga algún problema al respecto. Supo guardar su identidad porque se ve que sabe resistir tanto al éxito como a la estupidez humana, ya que es capaz de ofrecernos en sus poemas una radiografía moral de nuestro mundo. Quizá la vida se le va a hacer más pesada, un poco más agotadora. Pero ella la aguantará.

Lo fue para usted?

Desde luego. Y lo será para Wislawa. Su universidad, su gobierno, su escuela primaria, su barrio, su ciudad, todos querrán honrarla. Se parecerá a un deportista que gana el penúltimo tramo de una carrera, pero que tiene que seguir corriendo hasta el honroso final. Y esta carrera, aunque no lo quiero anticipar, este último tramo va a ser más agotador que la carrera misma.

Para todo aquel que ha recibido el Premio Nobel, el primer año es como un terremoto. Ante todo, porque nos separa de nuestro trabajo. Además, porque tenemos que aprender a utilizar una breve palabra: No. Sin embargo, el Premio nos otorga el derecho a negar. El Nobel por sí mismo hace que la gente nos mire con cierta timidez. Por lo menos en Irlanda, tanto mi mujer como yo lo hemos experimentado en forma muy clara. Tanto en una tienda como en algún tren podemos ver ciertas miradas que nos hablan de reconocimiento. Sin embargo, muy rara vez alguien nos molesta. Mucho menos que antes.

Qué otra cosa tuvo que aprender, además de decir No?

Distinguir una lisonja de una expresión de reconocimiento. Szymborska sabrá hacerlo. Creo que poca gente es más inmune que ella a las lisonjas, aunque ahora se sentirá abrumada por ellas. Además, tendrá que aguantar las funciones representativas: cada frase que pronuncie va a ser sometida a un análisis despiadado, disecada desde todos los puntos de vista posibles. También va a estar bajo una enorme presión: "Haga esto, no haga aquello, diga esto, o no diga aquello."

Dos días después del anuncio de otorgamiento del Nobel, cuando regresaba con mi esposa de unas vacaciones en Grecia, Mary Robinson la presidenta de Irlanda, con la que llevábamos una amistad desde antes de que ocupara este cargo, me dijo en un discurso medio oficial: "Tengo la esperanza de que ahora empieces a ser libre." Fue el comentario más importante que oí en esos días. Desde hace muchos años me acostumbré a ser objeto de observación constante, como hermano mayor, como presidente de la asociación de alumnos, como maestro, como profesor, como director de la Facultad o como poeta. No pasaba un momento sin que alguien me observara con atención. Siempre serví de ejemplo para alguien. Desde entonces aprendí a comportarme con una honradez absoluta. Pero después del Nobel fueron millones las miradas que se fijaron en mí, y yo sentí el peso de esas miradas. El consejo de la sabia Mary Robinson fue salvador: tenía que ser más libre, actuar en sentido contrario a esa situación que amenazaba con esclavizarme a miles de esperanzas.

Y se siente más libre?

Creo que sí. Decididamente, sí.

En qué sentido?

No siento la necesidad de destacarme. Durante largos años trabajé como maestro en Irlanda y en el extranjero. Cuando, después de haber enseñado en varias universidades, fui nombrado profesor de la Universidad de Oxford, en vez de sentirme sólo un representante de la poesía, me sentía también representante de Irlanda, metido en problemas irlando-británicos. Un irlandés que en las universidades inglesas enseñaba a los ingleses la poesía inglesa. Aquel sentimiento se desvaneció completamente hace un año. Me liberé de la coraza del ciudadano. Después del Nobel, me dije: "Basta de esfuerzos cívicos. Dedícate a tu trabajo, deja de preocuparte de si eres o no un buen irlandés, si eres un buen ciudadano de tu pobre patria. Contribuiste con un Nobel. Cumpliste con tu deber. No te queda mucho tiempo. Concéntrate en la poesía. No podrás hacer nada mejor." Terminé con la misión. Antes del Nobel, dictaba conferencias públicas. Ahora ya no las doy más. Me dedico únicamente a la poesía.

Y en la poesía, se siente también más libre?

¡Oh, sí! Durante los últimos veinticinco años mi poesía fue analizada con excesiva atención, debido a la situación de Irlanda y a las diferentes corrientes literarias y a las distintas polémicas intelectuales. Yo tomaba muy a pecho las críticas.

Se sentía prisionero de lo correcto?

Nuestro sentido de impecabilidad irlandesa nos exige vernos como luchadores de la libertad, de los peligrosos valores representados por el IRA y de las reinterpretaciones constantes de la historia de un pueblo conquistado. Existen palabras nobles y palabras que provienen de una ideología. Esas palabras fueron "inspeccionadas" en mis textos aun antes de que fueran publicados. Y antes de que mis libros estuvieran en las librerías, ya en las universidades se escribían disertaciones dedicadas a descubrir esas palabras. Me encontraba siempre bajo vigilancia, y esa vigilancia me atormentaba. Fue después del Nobel cuando me dije: "¡Al diablo con la vigilancia!" Todo lo que escribí luego es más despreocupado y, por lo tanto, más limpio, más espontáneo.

Entonces, el Nobel otorga la libertad?

El Nobel puede otorgar la libertad a condición de que antes del Nobel escribas como si fueras el Premio Nobel. Es el caso de Szymborska. Milosz es el cerebro majestuoso, sinfónico, del siglo XX. Su poesía es como una orquesta, su horizonte intelectual es extraordinariamente amplio, es un maestro no tan sólo en la poesía, sino también del ensayo, del periodismo político y el análisis literario. Para Milosz, el Nobel fue la consagración de su grandeza universal. Szymborska es como Beckett, y, como él, permanecerá libre con o sin el Nobel. Como él, continuará su camino, siguiendo aquella aguja delgadita de la brújula que se encuentra en alguna parte de su cerebro y que nadie podrá remover.

Volvamos a las obligaciones... Hay que saber negarse, cosa que no siempre es posible. Ayer, en la Feria del Libro en Frankfurt, tuve que participar en los encuentros oficiales, ya que Irlanda fue este año elegida como huésped oficial. Tuve que viajar este año más de lo que acostumbro y más de lo que deseo. Después del Nobel hay que viajar. Pero la preocupación más grande la constituyen los "mensajes". A partir de la nominación empieza la avalancha. Hay que abrir una verdadera oficina con una secretaria que conteste miles de llamadas. Desde el momento de la nominación hasta el inicio del año nuevo, esta avalancha inunda la casa, bloquea el teléfono y hacer funcionar el fax durante 24 horas. Cualquiera que hayas conocido en tu más temprana edad va a escribirte, llamarte, mandarte una carta. Los amigos de escuela, del kinder, del barrio, todos aquellos a los que has olvidado desde hace muchos años, ahora van a encontrarte de un modo milagroso. Como si uno se hubiera ido al cielo. Como si te hubieras parado en el centro abstracto de tu vida. Como si te encontraras en un estadio gigantesco lleno de gente más o menos conocida y de caras amables. Durante todo este año, sentía el deber de contestar las cartas, y en realidad pude contestar solamente algunas. Felizmente, en el primer periodo tuve tres personas que me ayudaron: mi esposa y mis dos hijos. Recibían el correo, cambiaban las cintas de fax, contestaban el teléfono...

Desde luego, cambié inmediatamente el número del teléfono o simplemente no lo proporcionaba. Únicamente el fax funcionaba como antes, sólo que era muy difícil llamar para obtener la respuesta. No pude detener los mensajes, que llegaban por toneladas. Y aquí comenzaba el drama. Para las vacaciones llevé a España una gran caja de cartas personales.

Cuántas cartas ha recibido usted?

Desde el anuncio del Premio hasta el principio de este año, llegaron alrededor de tres mil. Y no eran cartas con algún problema concreto, un asunto importante, de esas que los políticos reciben por docenas. A un poeta, la gente le escribe de otro modo. El tema, en su inmensa mayoría, es su alma. No son cartas a las que uno pueda contestar con una tarjeta elegante que diga: "Le agradezco su carta, que he leído con mucha atención"... Estas cartas no puede contestarlas ni siquiera la mejor de las secretarias. No se trata de formas, sino del alma. Del alma del poeta y del alma del lector. El alma no se puede sustituir. Todas aquellas cartas que los carteros trajeron en cajas esperan desesperadamente un momento mejor.

Desesperadamente?

Quizá con poca esperanza, ya que la energía del Premio Nobel comienza a extinguirse a la mitad de diciembre, inmediatamente después de la entrega del Premio. Desde el momento de anunciar el Premio hasta el 10 de diciembre, la vida del laureado se parece a la vida de un corredor. El mundo se posesiona de él y le ordena correr. Él corre desde el amanecer hasta la noche a toda velocidad. Mira desesperado a su alrededor, todo oscila ante sus ojos, se siente raptado, secuestrado, inhabilitado. El fax que uno recibe la primera noche dice más o menos así: "La Academia Sueca le otorgó el Premio Nobel de Literatura. La ceremonia de entrega tendrá lugar el 10 de diciembre. Dará su conferencia el 6 de diciembre. Tenga la amabilidad de presentar el título de su ponencia a más tardar dentro de dos semanas. Favor de mandar el texto de la ponencia", etcétera.

Se sentía como un esclavo atrapado por una máquina?

Exactamente. Y no tan sólo por una máquina. El recién nombrado Premio Nobel se convierte en el prisionero de una sociedad cordial. Aun si es un hombre muy organizado, aun si lleva una vida muy arreglada, no puede prescindir de la ayuda de otros. Esto se refiere en especial a un poeta que toda su vida aprendió a evitar los aspectos prácticos que pudieran violar sus lazos con el mundo. Los jefes de las corporaciones escriben a la gente sobre un papel membretado, intercambian formularios; sus secretarias sellan estos formularios con los facsímiles de sus firmas. Un poeta nunca mandaría un formulario, ya que se siente responsable del alma de otro hombre. No por la eficacia de su modo de actuar, sino precisamente por el alma.Pero cuando se dirigen a él al mismo tiempo miles de hombres diferentes, no es capaz de estar a la altura de las necesidades de cada una de las almas que esperan su palabra.

Entonces qué hace?

Vive con el sentimiento de la culpabilidad. Se convierte en un esclavo de los "deberes no cumplidos", de las cartas no escritas, de los contactos no realizados, de las preguntas que se multiplican constantemente, de las invitaciones rechazadas, del audífono no levantado. El sentimiento de culpabilidad lo acompaña sin tregua, ya que cada vez entiende mejor que su paz, su sueño, su descanso, resultan siempre un perjuicio para otro, no solamente para los lectores "extranjeros" de sus poemas sino también para sus amigos, a quienes escribe cada vez más raramente y de modo más convencional.

Qué pasa con el Nobel cuando el 10 de diciembre termina la carrera y comienza el maratón?

Es la Navidad. Esto ofrece algunos días de alivio, aunque la bolsa de mensajes sigue hinchándose. Se aproxima la segunda ola con las tarjetas de color, con una enorme cantidad de felicitaciones. Las siguientes cajas de cartas aterrizan cerca de las paredes. Y después siguen los festejos. En el teatro de los aficionados donde antaño actuabas, en un viejo club deportivo. Y los periódicos solicitan las entrevistas. Luego de un mes de gran gala, el Premio sigue siendo una mercancía de buena venta. Es entonces cuando comienzan las presiones para condecorar, para asistir, para estar presente. Ser un Nobel es un cargo. A la gente le gusta tener alguien con un título importante. Quieren colocarte en el estrado, sentarte en la mesa. Nada importante. Quieren solamente que llegues, que aparezcas en un baile, en un jubileo, en un acto de beneficencia.

Como una vela sobre un pastel.

O como una condecoración en el frac.

Y qué opina de esto el Premio Nobel?

Puedo hablar únicamente de mí. Por lo general, no me cuesta negarme a participar. La falta de tiempo lo explica bien. Y la gente lo comprende. Es peor cuando se trata de firmar algo, poner el apellidobajo una petición, un llamamiento o una protesta. Antes de haber sido nominado Nobel, no tenía la menor idea acerca de todos los textos de este tipo que se producen en el mundo.

Qué hace usted con ellos?

No me apego a una regla, con excepción de una: ninguna firma bajo presión. Firmo lo que considero justo. Durante este año aprendí a negarme sin que me provoque culpa. Mi ego no es solamente una firma. También me niego a recibir honores, ante todo los títulos honorarios que las universidades otorgan tan generosamente. El título honorario no cuesta mucho, y de paso se puede organizar un evento muy bonito, traer algunas cámaras, hacer publicidad. Al principio, no se le ocurre a uno que puede rechazar el título de Doctor de alguna universidad. Si quieren honrarme, por qué debo comportarme de modo antipático? Pero cuando los honores resultan demasiados, en vez de ser honrado quedas en ridículo.

Cuáles son los doctorados que usted ha rechazado?

Es un secreto militar estrictamente guardado... Por lo menos siete u ocho. Antes del Nobel, ya eran demasiados para un solo hombre. No quiero convertirme en un Árbol de Navidad en el que se cuelgan las condecoraciones.

Entonces, ya no acepta ninguna condecoración?

Acepto únicamente las que me dan gusto a mí mismo. Sin embargo, la tensión crece cuando la invitación llega de una ciudad pequeña, que se encuentra al otro lado del mundo, donde una pobre gente hace algo bueno para otra gente pobre. Es fácil rechazar el esnobismo de la gente poderosa. Mucho más difícil rechazar una petición de gente pobre, modesta e infeliz. Nadie es inmune a tales peticiones.

Se convierten entonces en una orden, un deber, una necesidad?

Desgraciadamente, a veces sí. Pero hay que pensar que el primer deber del escritor es su trabajo. El Nobel es una señal de que este trabajo, el escribir, la poesía, constituye un valor por el cual vale la pena de sacrificar algo más. La supervivencia de la identidad de un Nobel depende cada vez más de su entrega al trabajo, de su creatividad. Hoy, comprendo mejor que debo defender a toda costa mi vida, mi tiempo, mi paz, mi poesía.

Estamos educados en una moralidad que exige de nosotros que nos entreguemos a otros, que nos sacrifiquemos por otros, que ayudemos a los vecinos. La tenemos bien grabada no tan sólo en nuestra cabeza, sino quizá también en nuestros genes. Pero para un escritor, cuyo deber es escribir, lo que a menudo exige un gran esfuerzo, esta moralidad puede convertirse de cierto modo en una justificación. Uno puede imaginarse que los deberes sociales justifican su inactividad. Es una ilusión muy peligrosa, ya que la moral de un escritor es ante todo escribir. Que otros se dediquen a dar consejos, participar, condecorar. Yo tengo que escribir poemas. Es mi más profunda convicción moral, a la que, desgraciadamente, no siempre puedo ser fiel.

Porque vive en usted, siempre, el buen ciudadano?

Desde luego. Puedo acallarlo, quizá hasta ahogarlo, pero él siempre se despierta. No creo que un día llegue de modo definitivo la solución a esa tensión que existe entre la estética, la poesía y la creatividad literaria, por un lado, y la vida en sociedad, aquellas raíces que nos unen con otros y que siempre nos involucran en más compromisos.

Quizás ahora, después de un año, cuando el mundo tiene un nuevo Premio Nobel, sentirá usted un poco de alivio.

No tiene usted idea hasta qué grado contaba con esto. ¡Pobre, pobre Wislawa!

Traducción: María Sten