No me gusta actuar en mis películas, señala Woody Allen
Gabriel Lerman, especial para La Jornada, Nueva York La entrevista se concreta inmediatamente después de la función de Mighty Aphrodite, su película número 25 como director y su retorno a la pantalla grande como protagonista.
En cuanto se pone a hablar, da la sensación de que el que está enfrente no es el intérprete sino el personaje, algo que el propio Woody Allen lleva asumido desde hace muchísimo tiempo:
``Como actor tengo muchas limitaciones. No soy Dustin Hoffman'', acepta con humildad, y agrega: ``Yo puedo hacer solamente una cosa, que es lo que hago, y mi mejor solución es no actuar en cada película que dirijo, porque si no el público se cansaría de verme demasiado. Está bien si lo hago de vez en cuando. Pero no puedo hacer otra cosa. Si actúo en Annie Hall o en Manhattan o en Hannah and her sisters siempre interpreto a la misma persona. Creo que lo más cercano que he hecho a un verdadero personaje fue en Broadway Danny Rose, en donde hice lo mejor que pude. Pero no podría ganarme la vida como actor.''
Sin embargo, dentro de muy poco se le verá en un remake para la televisión de The sunshine boys, en el papel que algunos años atrás hiciera George Durns, ``aunque lo que yo hago en el filme está muy lejos de lo del viejo George. Básicamente sigo haciendo de mí mismo. Nunca seré Laurence Olivier'', admite resignado.
Mighty Aphrodite narra las peripecias de un periodista deportiuvo que, tras adoptar un niño con su esposa (Helena Bonham-Carter), decide investigar quiénes fueron sus padres genéticos. Así da con la madre del pequeño, una prostituta muy singular (Mira Sorvino). Aunque se enoja cuando le señalan las coincidencias con su propia vida (tiene una hija adoptiva con Mia Farrow), revela que fue a partir de la pequeña que se le ocurrió la historia:
``Un día, mientras miraba a mi hija y pensaba en lo brillante, lo dulce y lo maravillosa que era, me di cuenta que tenía que tener buenos padres biológicos'', explica, y completa: ``Un año después pensé que podía ser una historia divertida que yo fuera un periodista deportivo que tuviera un hijo adoptivo, tratando de descubrir quiénes habían sido los padres de este niño porque mi matrimonio no estaba yendo bien, y que podía tener fantasías de que yo podía amar a la verdadera madre de este niño porque amaba a ese niño, pero cuanto más averiguaba sobre ella, peor se ponían las cosas. Y entonces me di cuenta que la idea era como una tragedia griega, donde todo se va poniendo cada vez peor. Por tanto puse un coro griego y me di cuenta que funcionaba muy bien para acompañar la historia. Y para el final, me pareció que iba a quedar perfecto --ya que iba a hacer el amor con ella al menos una vez-- que quedara embarazada y que tuviera mi niño y yo no supiera nada. Quedó un final feliz, aunque un tanto extraño, y preferí dejarlo así''.
--En la película hay una frase sobre la adopción que genera carcajadas, justamente porque el público la vincula con su vida personal...
--Nunca se me hubiera ocurrido de esa manera. Me alegra que la gente se ría, porque siempre voy a recibir con entusiasmo toda carcajada que pueda obtener. Pero simplemente escribí lo que la historia requería. Es una ironía que este hombre no quiera adoptar un niño, y que en cuanto el niño es adoptado se deja seducir totalmente por él.
``Eso me ocurrió en mi vida, es cierto, esa es una nota autobiográfica en la película. Cuando yo estaba con Mia y ella me dijo que quería que adoptáramos un niño, yo pensé que no era una buena idea, porque ya tenía siete en ese entonces, y me parecía que no ibamos a tener tiempo para nada si adoptábamos otro más. Ella adoptó un niño de todas maneras, y en cuanto lo vi me enamoré perdidamente de él. Me transformé en un padre. Luego le dije que si quería podíamos adoptar otro, y fue entonces que ella se quedó embarazada de Sachel. Y aunque este sea un elemento autobiográfico, la historia en sí misma es totalmente inventada.
``Yo no tengo la menor idea de quiénes son los verdaderos padres de ninguno de los hijos de Mia, no se quiénes son los padres de Dylan. En la primera escritura del guión yo puse que la madre biológica era una doctora, no una prostituta. Yo iba a visitarla todo el tiempo inventando enfermedades, pero esa historia se volvió demasiado seria. Cuando la mujer tenía una ocupación tan seria eso influía en el estilo general de la película, y no podía conseguir que fuera una comedia. Por eso abandoné la idea y la convertí en prostituta.
``Pero mis historias son absolutamente inventadas. Cuando Annie Hall se estrenó, me harté de decirle a la gente que yo no nací en Conney Island, que esa no fue la forma en que conocí a Dianne Keaton, que nuestras vidas no tenían nada que ver con las de esos personajes. Pero nadie me quería escuchar. En Manhattan murder mystery había gente que encontraba paralelos entre mi vida y ese personaje, cuando lo que yo quería hacer era escribir un thriller como los que yo veía cuando era adolescente y me gustaban mucho. Era una idea que yo había tenido 20 años atrás y nunca la había escrito, porque hasta ese entonces no tenía interés en hacer un thriller. Con todo, la gente encontró paralelos con mi vida privada.''
--¿Alguna vez le pasó por la cabeza la idea de averiguar quiénes eran los padres de su hija adoptiva?
--Se me ha ocurrido, pero yo no sería capaz de hacer algo así. No sabría por dónde comenzar...
--¿Le gusta trabajar como actor en las películas que dirige?
--No, para nada. Me sentiría muy feliz si pudiera abstenerme de actuar en las películas que dirijo. Hay dos razones por las que de vez en cuando actúo: a veces aparece un papel que es perfecto para mí, como en Manhattan murder mystery. De la manera en que ese guión estaba escrito yo siempre supe que teníamos que hacerlo yo y Diane Keaton. Mi presencia tiene alguna importancia en Europa, ninguna en los Estados Unidos. En Europa, mi presencia en un filme ayuda mucho.
--Alguna vez dijo que nunca ha hecho un filme excepcional...
--Dije que nunca hice una gran película.
--¿Qué le diría entonces a alguien cuya mente ha sido afectada intensamente por sus películas?
--Yo fui tremendamente influenciado por un gran número de películas, que no necesariamente eran maravillosas. Las grandes películas son El ciudadano Kane, Ladrones de bicicletas, El séptimo sello, y yo nunca he hecho un filme en esa categoría. Si se reunieran los grandes genios del cine del mundo y me dijeran que alguna de mis películas están a la altura de lo que han hecho Orson Welles o Kurosawa, yo tendría que decirles que no es cierto, y que es algo que me gustaría mucho hacer. Es una meta para mí. Creo que he hecho varios filmes decentes, que no me avergüenzan.
--Pero debe sentirse bastante seguro de lo que hace...
--Me siento seguro, pero sé que tengo mis limitaciones. Acabo de cumplir 60 años, Mighty Aphrodite es mi película número 25, siento que sé qué es lo que estoy haciendo y que estoy limitado solamente por mis limitaciones. Sé como hacer películas, pero me falta tener una gran visión; sin embargo, me siento lo suficientemente afortunado como para tener una visión con cierta profundidad, y que puedo poner en una pantalla. Lo difícil es tener la visión, eso no se logra fácilmente.
--Tiene una lista impresionante de postulaciones al Oscar y estatuillas, y aún así sigue negándose a ir a la entrega de los premios. ¿Irá algún día?
--Dudo que algún día lo haga. Para empezar, y esto puede resultar ridículo, la entrega de los Oscares es en California, y yo vivo en Nueva York y no me gusta mucho viajar. No me voy a subir a un avión para volar cinco mil kilómetros para estar en la noche en un teatro. Y aunque te cueste creerlo, lo hacen un lunes en la noche, que es cuando yo toco con mi banda de jazz. Ese es el mejor momento de la semana para mí, y aun con todo lo que ha aparecido en la prensa y todos los juicios y problemas en los que he estado metido, nunca dejé de presentarme un lunes para tocar con mi banda de jazz.
``Además, no me entusiasman demasiado los premios. Nunca permití que una compañía cinematográfica hiciera campaña para que me dieran un premio. No me molesta si lo hacen por las demás personas que trabajaron en mi película, pero no es algo que a mí me entusiasme. Aprecio que les guste lo que hago, pero no significa demasiado para mí que me den un premio.
``Cuando hago algo es para que a la gente le guste, no para que lo odie. Pero no haría nada para que me tengan en cuenta a la hora de entregar los premios. El año pasado le otorgaron en Venecia un premio a mi carrera. Yo no estuve para recibirlo, llegué después, y el León de Oro estaba en mi hotel esperándome. Fue muy agradable y muy dulce. Me encanta que les guste lo que hago y ellos me gustan porque yo les gusto. Pero eso no es lo que busco en la vida, no es lo que necesito. Lo que necesito nadie me lo puede dar.''
--¿Dónde guarda los Oscares que se ha ganado?
--Todos los premios que me dan se los doy a mis padres. Mi padre tiene 95 años, mi madre 88; viven muy cerca de mi casa, y cada vez que llega un premio se los envío por correo. Ellos los tienen todos. El día que fallezcan no sé qué haré con esos premios, pero estoy seguro de que no los tendré en mi casa. No tengo fotos de mis películas, no me interesa el pasado. Por ahora los tienen ellos. Qué pasará en el futuro, no lo he pensado..
Prodigiosa Afrodita
Woody Allen mostró desde sus primeras películas que su cine aspiraba a una libertad absoluta de géneros, y con la evolución de su oficio, transformado en maestría, esa libertad ya no es una promesa sino un hecho cumplido. Desde luego que la capacidad para cambiar de registros y estilos sin perder el tono hace mucho que está presente (tal vez desde esa pieza maestra llamada Manhattan) y en cada nueva obra lo confirma.
Nada, pues, debe resultar sorprendente en las películas de Woody Allen, ya que se lo permite todo: psicoanálisis y teología, chiste burdo y pastiches muy sofisticados, uso de un extraordinario blanco y negro (Zelig) y un no menos extraordinario color (La rosa púrpura del Cairo), guiños codificados de neoyorkino entendibles hasta en Timbuctú, ajustes de cuentas con sus admirados maestros --Bergman, Fellini-- en hilarantes parodias.
Nada, pues, debe resultar sorprendente, y sin embargo: en Disparos en Broadway llamaba la atención el férreo control del tono en una película de una redondez absoluta y sin pretender un registro mayor, divertimento con firma de obra maestra; ahora en Prodigiosa Afrodita se complace en volver a cierto estilo que parecía haber dejado atrás.
Con un argumento sin desperdicio, con diálogos llenos de hallazgos casi milagrosos en su eviencia burlona, y todo apoyado en una bordada actuación del propio Allen, con un fondo de tragedia/parodia griega que no le pide nada a las radicales puestas en escena de Jean Marie Straub/Daniele Huille ni a las comedias musicales de Otto Preminger: es decir, usa lo que quiere sin pedirlo, para conseguir una película de trazo notable y difícil planteamiento.
El coro griego transformado en coreografía de Broadway no hace olvidar en su irreverencia el planteamiento trágico que tiene la trama, a la que es inevitable --y estoy seguro de que Allen juega con esto-- leer desde la biografía del artista y los escándalos en que se vio envuelto hace un par de años.
El problema/detonador es la adopción de un niño por un típico matrimonio acomodado de intelectuales neoyorkinos --ella galerista de éxito, él reputado cronista deportivo--, pero el verdadero núcleo de la película está en la reivindicación gozosa del azar que pone en relación a este matrimonio con una prostituta con aspiraciones de actriz, un padrote de medio pelo (es calvo), un boxeador ingenuo y medio idiota... todos ellos transformados por la mirada del director.
Allen tiene la virtud de plantearle al espectador muchas opciones, y supongo que habrá a quien no le guste Prodigiosa Afrodita y sí otras películas (y otro estilo) del mismo director. En ellas la anécdota es muy imporante, y lo es en buena medida porque parece que se va improvisando a cada momento (de allí le debe venir su afición por el jazz), pero también es cierto que si no fueran historias filmadas por él no tendrían valor. Por eso Prodigiosa Afrodita es otra muestra de cómo se hace el buen cine.
José María Espinasa