Héctor Aguilar Camín
La reforma de los electores
Finalmente, el PRI fue solo a la aprobación de las reformas al código electoral. Hay un fracaso político en el hecho de que tantos meses de negociación terminen en el voto solitario de un partido. No obstante, las reformas aprobadas están lejos de ser una imposición, un capricho o una arbitrariedad priísta de viejo estilo. Son, pese a todo, el fruto de múltiples acuerdos, e incluyen transformaciones serias, como la salida del gobierno del Instituto Federal Electoral y su plena ciudadanización.
Las protestas de los partidos de oposición ante este nuevo ``mayoriteo'' priísta suenan un tanto impostadas y, por momentos, fariseas. La diferencia final de los dirigentes del PAN y del PRD frente a esta reforma fue el dinero. Según ellos, el PRI y el gobierno querían muy altos los presupuestos de los partidos para beneficiar al PRI, que no puede vivir sin grandes gastos y habría de llevarse la mayor tajada. Así es. Los dineros del PRI para 1997 crecerán de 179.9 a 873.3 millones de pesos, un aumento de 385 por ciento. Pero el pastel aprobado por el PRI es generoso también para sus contendientes. Hará crecer los ingresos públicos del PAN de 92.4 a 520.7 millones, un aumento de 463 por ciento. Y los del PRD de 59.8 a 388.4 millones, un aumento de 549 por ciento. Los dirigentes de esos partidos pueden decir ante el público que el asunto les parece ofensivo para la población en épocas de crisis y que los avergüenza y los indigna recibir tanto dinero. Pero los ciudadanos tenemos derecho a recibir sus comentarios con una sonrisa irónica, como ante aquel exitoso galán de la preparatoria que llegaba al cogollo de amigos quejándose: ``Odio que me persigan las mujeres''.
Los partidos agraviados por el dinero que el PRI aprobó tendrán oportunidad de deshacerse de él cuando lo reciban e invertirlo no en sus campañas políticas sino en obras de interés social. Por lo pronto, el fracaso del consenso en la reforma parece haber agotado las expectativas en la materia del presidente Zedillo, quien anunció que sería la última de ese tipo que emprenderá su gobierno. Es un fastidio público, sin duda, el pobre espectáculo de dirigencias partidarias negociando interminablemente para al final no ponerse de acuerdo. Pero no es el Presidente quien puede garantizar que el espectáculo no volverá a repetirse durante su mandato. Si la oposición gana el congreso federal el año entrante y decide emprender una nueva reforma electoral, el Presidente no podrá impedirlo.
En todo caso, lo verdaderamente importante de la reforma política de México, lo decisivo, no está ya en los códigos que la ordenan, aunque éstos sean fundamentales. La gran reforma de fondo empieza a estar en los votantes mismos, en la forma como los ciudadanos han hecho suyo y utilizado el espacio electoral para expresar inapelablemente sus preferencias políticas. Si algo demuestran las elecciones de los últimos años es que, con toda las deficiencias que se puedan imputar, las instituciones electorales vigentes en México son suficientes para permitir el despliegue de los votantes y para garantizar el respeto a su voluntad expresado en las urnas.
Más aún: las recientes elecciones del estado de México muestran que esas instituciones y garantías son suficientes para que empiece a consolidarse y a expresarse en el electorado un ánimo de alternancia política, la búsqueda de un nuevo partido en el gobierno de la nación. Ese partido es por lo pronto el PAN, que ha tenido triunfos estratégicos en los municipios mexiquenses conurbados de la ciudad de México, y parece tener el candidato idóneo para triunfar en las elecciones del DF el año entrante.
La otra tendencia institucionalizadora de los procesos electorales en México, es la que parece consolidarse en torno al PRD, como una opción efectiva para los votantes. Los recientes triunfos de ese partido en Guerrero y en el propio estado de México, empiezan a perfilarlo como una fuerza competitiva y en ascenso. Esos triunfos ayudan a sus militantes y simpatizantes a creer en las vías legales como un camino eficaz de acceso al poder y extienden la representación política del sistema de partidos a muchas zonas críticas del país, marcadas por la exasperación y tentadas por la violencia. Paradojas de la vida democrática: los votos que el PRD pueda quitarle al PRI en las zonas rurales y las zonas urbanas pobres, podría darle la victoria al PAN en las elecciones del año entrante y las siguientes.
En todo caso, mi impresión es que no son ya las reformas negociadas y aprobadas por los partidos en el Congreso, sino la reforma escrita por los electores en las urnas, la que ha tomado el mando de la transición democrática de México.