El centralismo nos agrede a todos. A los capitalinos porque, aparte de ser rehénes políticos que apenas vamos a elegir a nuestras autoridades, la concentración de las mejores ofertas culturales --amén de las netamente económicas, por precarias que sean para miles y miles de mexicanos que ven en las capitales su única posibilidad de sobrevivencia-- han atraído a muchas personas de los estados hasta crear este monstruo defeño que cada vez degrada más la calidad de vida para los aquí nacidos y los muchos avecindados. Para los provincianos, porque han podido incidir poco en la creación de polos culturales en todos los ámbitos, muy especial en el teatro. Las respuestas son, asimismo, polarizadas y negativas: los defeños, con un cierto desprecio al todo Cuautitlán que nos rodea; los residentes en los estados con una fobia hacia todo lo que sea chilango.
Ejemplos de esto último sobran. Está el enojo de los regiomontanos --extraño, por cierto-- ante las propuestas del INBA en las Muestras Nacionales de Teatro que tienen a Monterrey por sede; el año pasado se sintieron ofendidos porque se llevó a cabo en su ciudad un estreno de la Compañía Nacional de Teatro y este año existió el boicot hacia un muy importante Seminario de Política Teatral, que contó con distinguidos invitados del país y del extranjero (y que de haberse realizado en el DF hubiera tenido sin duda la asistencia de muchos teatristas interesados en algo que les concierne de modo inmediato). Está el ejemplo de una compañía en Colima que sufrió la hostilidad del instituto y de los miembros de la comunidad teatral cuando se enteraron de que los integrantes de esa compañía eran chilangos, hasta que se logró su desintegración. Está algún distinguido teatrista de provincia que afirma que el teatro defeño es malísimo, peor que el que se hace en algunos estados.
No es así como se puede lograr la República Teatral en la que insiste Mario Espinosa, porque además existen muchos otros signos desalentadores. Quienes este año recorrimos las cinco muestras regionales --Rodolfo Obregón, de Querétaro; Ignacio Flores de la Lama, de Tijuana, y quien esto escribe-- para invitar a los grupos que irían a la Muestra Nacional, constatamos con mucha tristeza el muy bajo nivel de lo que llegó a ellas y que ya había pasado por el cernidor de las muestras estatales. No es, por supuesto, un diagnóstico del teatro que se hace en nuestro país. La provincia ha dejado de ser algo remoto de la que ignoremos todo lo que en ella se hace; sabemos que hay gente de primera haciendo teatro en los estados. Sin embargo, con un costo excesivo, por convertirse en derroche, se llevaron a escena muchos de los más deleznables montajes que en el país han sido. Pudimos otear algunas causas del fenómeno. Una probablemente sea que muchos teatristas importantes ya no desean participar en las muestras, o que los tiempos de sus propuestas no se adecuen a los tiempos de las convocatorias.
También supimos con azoro que muchos institutos no dan a conocer a tiempo a todos los grupos las convocatorias. Amén de presiones políticas para que fuera tal o cual espectáculo o de las extrañas decisiones de los jurados estatales. Un ejemplo que puede resumir muchos otros. En Tehuantepec trabaja uno de los más talentosos teatristas jóvenes del país, Marco Antonio Petriz, quien nos ha interesado vivamente a quienes --cada vez más-- conocemos su trabajo: Petriz, que se dedica a hacer un espléndido teatro regional, participó en el primer Programa de Teatro Escolar para los estados con un montaje de La petición de mano, de Chéjov que, a pesar de apartarse de su línea, resultó de muy alta calidad, como constatamos todos los que lo hemos visto. En la muestra estatal de Oaxaca resultó eliminado y en su lugar fueron enviadas dos de las más fallidas escenificaciones de la muestra regional, lo que todavía no acabamos de entender.
Por todas esas razones y muchas más, la Muestra Nacional de Teatro ha dejado de ser representativa en su formato actual. Por fortuna, en la sesión de clausura del Seminario de Política Teatral, y ante los pocos que nos quedamos para establecer las conclusiones, se tocó el punto y a pregunta expresa Mario Espinosa externó esa misma inquietud y pidió a los presentes que le enviaran sus propuestas en torno al formato futuro de la muestra. Muy probablemente se llegue al consenso de eliminar las muestras previas y que la próxima dirección artística invite realmente a lo mejor del teatro nacional, ya sea que recorra el país o, lo que me parece más adecuado, conozca de las posibles propuestas a través de videos, para asistir sólo a las representaciones en que observe un buen nivel.
Un cambio así de radical salvará a la Muestra Nacional y ahorrará no poco dinero a muchos institutos, sobre todo en los estados sedes de las regionales; dinero que les vendría muy bien para dar becas de capacitación --de las que están muy necesitados muchos teatristas-- o apoyar a los mejores. Porque otro lastre del teatro en las diversas regiones es que se tiene la idea de que se deben dar apoyos indiscriminados, sin tener en cuenta los niveles de los diferentes grupos o personas, lo que no resulta la mejor solución