Antonio Peña
La ciencia mexicana, otra vez sin dinero

Durante el sexenio pasado recibimos la noticia, y de hecho se inició un aumento en el apoyo a la investigación científica mexicana. Se concertó un préstamo con el Banco Mundial para apoyarla; se hicieron reacomodos en el presupuesto federal para investigación, y las cifras con que contó nuestra principal agencia financiadora, el Conacyt, aumentaron. Aunque en el reacomodo, los presupuestos y otras fuentes de financiamiento para las universidades se redujeron en términos reales, se apoyaron proyectos, se envió estudiantes a prepararse al extranjero y, en fin, parecía haber si no un plan sí la intención de invertir en la creación de la infraestructura científica que tanta falta le hace al país. En los grupos de investigación y en las universidades se hicieron planes para el futuro, pensamos inclusive en que luego podrían llenarse los huecos que aún persistían, como los números insuficientes, los bajos montos y las condiciones de las becas del posgrado.

Pero estamos viendo que se repite la historia que tanto trabajo nos cuesta aceptar, pero que no es sino nuestra única realidad. Ante ésta tampoco nueva crisis económica del país, se toma otra vez la decisión de cortar el gasto público en todos los renglones; desde luego que la investigación científica no se escapa; se reduce el apoyo en todo; las solicitudes de apoyo a proyectos de investigación se satisfacen con una cifra que suele ser más o menos la mitad de lo solicitado.

Inclusive, de entrada se fija un límite a lo que se puede pedir. Los presupuestos de las universidades no sólo siguen siendo insuficientes, sino cada vez más insuficientes, no obstante que la demanda de educación superior aumenta; ante ésto, se ven también obligadas a cortar sus presupuestos para investigación.

Me pregunto si alguna vez será posible ver a la ciencia no como un gasto, sino como una inversión. El conocimiento científico es cada día más la base inmediata de muchos desarrollos tecnológicos; los posgrados en ciencia producen una derrama de personal calificado, que no únicamente trabaja en la propia investigación y en las instituciones educativas. Mucho del trabajo que se realiza, o debiera realizarse, versa sobre nuestro entorno y recursos naturales; tampoco para éso hay suficiente.

Un ejemplo: nuestros mares. Tenemos 11 mil kilómetros de costas y más superficie en nuestra Zona Económica Exclusiva que en tierra; ¿hay dinero para explotarlos? Por supuesto que no; sólo se ha abierto en el Conacyt un tímido programa para apoyar cuatro cruceros (sí, sólo cuatro) oceanográficos, con menos de la mitad del costo de cada uno, y no hay perspectivas de apoyo de este tipo para 1997. Tenemos poco más de 40 investigadores nacionales en el área de oceanografía; ¿hay un plan para desarrollarla? Por supuesto que no, Había inclusive una Comisión Intersecretarial de Investigaciones Oceanográficas, con poco dinero y pocas acciones; ¿se decidió impulsarla? Por supuesto que no.

La cancelaron por recortes presupuestales. Nuestra representación en los organismos internacionales es prácticamente nula; ¿se ha hecho algo para impulsarla? Por supuesto que no. Se invita, por ejemplo, a las instituciones que hacen oceanografía a asistir a las reuniones de la Comisión Oceanográfica Internacional, pero no hay apoyos para quienes quieren ir. ¿Hay siquiera un esbozo de plan general para conocer nuestros mares? Por supuesto que no. La oceanografía anda a salto de mata, buscando apoyos y rechazada; se le ve como enemiga del país, pues el que no ahorra es casi enemigo de la nación.

Parece que ya hemos renunciado a tener ciencia. Pero no sólo; tampoco parece importarnos, por ejemplo, que la tendencia mundial es a que aquellos países que no se preocupen por explorar su Zona Económica Exclusiva en el mar, deberán ceder sus derechos a las naciones que sí lo hagan. De hecho, ya son muchos más los cruceros de buques extranjeros en nuestros mares que los propios.

Sin duda hay muchas teorías y hechos que no entiendo, pero una de las cosas que más trabajo me cuesta es la actual teoría económica. No encuentro economista que me la explique, pero como científico y como mexicano me preocupa, y finalmente acaba por darme rabia, este sistema de ahorro mal entendido que no discurre, que no distingue lo importante de lo urgente: que está dispuesto a sacrificar en sus aras la oportunidad de generar una infraestructura científica, que debiera estar entre sus actividades más importantes. En particular, tratándose de un país que no es capaz de producir su propia comida ni cubrir sus necesidades más esenciales, y cuyos habitantes están obligados a gastar menos y reducir su nivel de vida. No entiendo que no busque establecer programas prioritarios para apoyar a su mejor gente, y alrededor de ella multiplicar su número. Sinceramente creo que sería mucho más inteligente aumentar la formación de científicos que la de economistas.