Octavio Rodríguez Araujo
¿Lo irreversible, a debate?
A B. B. Rivulet, in memoriam
No entiendo muy bien al presidente Zedillo. En una parte de su discurso a los industriales dijo: ``Como todo avance político, éste se haya sujeto al examen libre, abierto y diverso de los analistas, a diferencias de opinión, al debate, e incluso a la polémica''. Y más adelante dijo que ``los consensos alcanzados (sobre el sistema electoral) son irreversibles'' (La Jornada, 19/11/96). Si son irreversibles los consensos, entonces ¿para qué debatimos? Irreversible significa que no puede echarse para atrás, no puede repetirse en sentido inverso.
Para empezar, no me parece afortunado que un presidente sugiera que después de él, el diluvio. Pienso que si algún día tenemos un verdadero Poder Legislativo, autónomo, independiente y no sujeto a los ``criterios de Estado'' de un gobernante llevado a las urnas por el 38 por ciento del electorado, lo que ahora se haya reformado tanto en la Constitución como en las leyes secundarias podrá revertirse. ¿O no se supone que para eso es el Congreso de la Unión, el Poder Legislativo, la representación de la nación y del pacto federal?
Por otro lado, si alguna vez, en el delirio de la ingenuidad, los mexicanos hubiéramos querido creer que el Poder Legislativo podría tener autonomía, el presidente Zedillo nos ha revelado, con toda crudeza, que no habrá tal, no durante su gobierno. Es más, todos quisimos creer, seguramente en un momento de severa confusión política, que los diputados priístas habían aprobado solos lo relacionado con el financiamiento de los partidos. Aunque sea por ofuscamiento, llegamos a pensar que el desacuerdo sobre este tema había sido entre diputados, entre los que llegaron a la cámara por el PRI y los que llegaron por los otros partidos. Pero ahora nos enteramos, por boca del mismísimo presidente de la República, que no fue así. El desacuerdo de los diputados opositores no fue con los diputados del PRI sino con el Ejecutivo Federal. ¿Así es cómo se cumplen los propósitos de sana distancia entre el presidente de México y su partido? Así es como se cumplen los propósitos de fortalecer la división de poderes en México? ¿Así se sientan las bases para una ``reforma política del Estado'' definitiva y, a la vez, contradictoriamente, sujeta a debate?
El argumento presidencial sobre la aprobación del Ejecutivo Federal (por la vía de sus diputados) referido al financiamiento para los partidos y las campañas electorales es, para decirlo suavemente, discutible. Dijo el presidente Zedillo que el sistema de financiamiento aprobado para partidos y campañas es el que mejor garantiza que no haya sujeciones de los partidos frente a intereses particulares o compromisos inconfesables. La pregunta que salta inmediatamente es la siguiente: ¿cuál es la cantidad mínima de financiamiento para los partidos y campañas que puede evitar que haya sujeciones de los partidos frente a intereses particulares o compromisos inconfesables? Porque si no se puede determinar esta cantidad mínima, tendríamos que concluir que la visión de Estado del presidente Zedillo es un tanto subjetiva, como ``el ojo del buen cubero''. Y esto no es muy serio que digamos, a menos de que existan estudios de probabilidades con rangos debidamente comprobados de los límites específicos en los que un partido, en función de los montos de financiamiento, queda sujeto o no a intereses particulares o compromisos inconfesables. Algo así como: con mil 500 millones de pesos, los partidos pueden ser rehenes de intereses inconfesables; con 2 mil millones, hay riesgo; pero con 2 mil 225 millones, están a salvo de ``ser vasallos de privilegios ...(o) de organizaciones que, incluso, pueden llegar a ser delictivas''. He aquí la visión de Estado, supongo que con fundamento matemático comprobado empíricamente en la historia comparada del financiamiento a los partidos y las campañas electorales en el mundo.