Es inevitable no reflexionar a propósito del cúmulo de emociones y depresiones que provoca una película después de su proyección. Recoger estas pulsiones que me produjeron cinco cintas de la XXIX Muestra para incorporarlas a este texto de una manera impresionista, es decir sin artificios de ninguna especie, es ahora mi intención.
Acerquémonos a Edipo Alcalde (1996), de Jorge Alí Triana y Gabriel García Márquez --basada en Edipo Rey de Sófocles--, y que fue un trabajo cinemático altamente fallido, entre otras razones por el desconcierto que causa a los espectadores los cambios de tonalidades dramáticas que oscilan entre la tragedia de alto contenido premonitorio (matarás a tú padre, pernoctarás con tú madre), el melodrama telenovelesco a cargo de los eróticos encuentros entre Yocasta (Angela Molina de vastas redondeces maternales) y Edipo (Jorge Perugorría, de inconfundible acento caribeño) y el auténtico testimonio documental sobre los embates de la guerrilla colombiana. Entonces, y más allá de consideraciones técnicas también oscilantes (excelente fotografía, mediocrísimas actuaciones) de Edipo... me emocionó el heroísmo guerrillero y me deprimió el pretencioso transvase de la tragedia griega a la realidad latinoamericana de acentos tan personales.
El convento de Manoel de Oliveira (nació el 12 diciembre de 1905 en Pasamarinas, Portugal, autor de 20 largometrajes, entre los que destacan Le soulier de Satin, Os Canibais --1985 y 1988 respectivamente--, y desde luego Aniki Bobo, año 42, interpretado por una banda de niños en las calles de Oporto, filme que antecede al neorrealismo italiano de la cuarta década) nos estrujó con inúmeras emociones, mismas que surgieron por la posibilidad de enfrentar a través de diversos episodios, el presente inmediato y el pasado remoto, realidad físicamente tangible, irrealidad únicamente discernible con la ayuda de la imaginación. Propuestas que alientan en los fotogramas de singular manera. La real a partir de los intrincados amoríos de seis personas, la irreal encarnada en las vetustas piedras que limitan y ornamentan conventos, capillas y esculturas.
Sí, El convento me emocionó por plantear la intrincable dualidad que encaramos, aunque a ratos me haya deprimido por no resolver la identidad de Shakespeare --¿fue o no fue un judío-español que emigró a Inglaterra a la búsqueda de la fama?
Comenzando de nuevo, del neoyorquino debutante Lee David Zlotoff, me decepcionó cuando finalmente pude constatar que se trataba de una convencional y sensiblera historia al servicio de los dramáticos ``clises'' de la sociedad estadunidense. Antes de recibir ese postrer impacto, es decir durante el transcurso de la mayor parte de la película, me interesaron los espacios abiertos, metafóricamente libertarios, donde se desarrolla la acción, el concurso a través de cartas para obtener la posesión de la fonda ``The Spitfire Grill'', cuyas líneas otorgaban múltiples retratos a la masa que ahoga al país vecino... Pero de pronto, un lacrimógeno final me disolvió aquellas iniciales emociones. ¡Ahora entiendo por qué el filme de Zlotoff obtuvo el Premio del Público en el Sundance Film Festival de 1996! Pero abreviemos la transcripción de nuestras emociones y depresiones. Por ejemplo, para referirnos a Extraños placeres, de David Cronenberg (entre otros trabajos, Zona muerta, La mosca, Naked Lunch) y expliquemos la onomatopeya Crash que otorgó título a la película y que simboliza el ruido que produce la colisión de dos o más presencias. Explicación que servirá para definir la emoción que me causó ver en la pantalla las intensas confrontaciones carnales de los protagonistas, los metálicos choques de automóviles, la inevitable admiración que profesaban los personajes por cicatrices y tatuajes.
Extraños placeres, filme tres veces premiado en Cannes, año 96, fue un verdadero crash emocional para mí y el resto de los espectadores. Ahora bien, si Crash me obligó a recorrer cinematográficamente un rebuscadísimo laberinto pleno de eróticos recovecos sado-masoquistas, Obsesión de una mujer, cuyo título en lenguaje mandarín es Hua Hun (``Collar de flores''), en cambio me condujo por los caminos luminosos de la pintura, el arte visual por excelencia. Pero no sólo me emocionó la obsesiva labor pictórica que desarrolla en diversos espacios (Shangai, Nankin, París) Pan Yuliang, encarnada en los fotogramas por Gong Li, sino también su irrenunciable lucha por los derechos de la mujer ancestralmente degradada y esclavizada por una pudibunda sociedad machista y paternal como fue la China hasta 1949, año durante el cual Mao estableció un proyecto libertario de inspiración marxista-leninista.
Y hasta aquí, emociones y depresiones de la Muestra de Cine