MARGO GLANTZ, ACADEMICA DE LA LENGUA
Renato Ravelo La escritura, el rigor mental, los silencios de José Gorostiza y Juan Rulfo fueron evocados la noche de este jueves por Margo Glantz, quien tejió un fino vestido de razones con el que ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua y se convirtió en la cuarta mujer en pertenecer a la institución encargada de mediar entre el idioma y su uso.
Contestó el discurso de la también investigadora y docente, Carlos Montemayor quien celebró la ``extraña combinación de inteligencia y talento creativo que se conjuntan en Glantz''. Destacó asimismo su visión enciclopédica y ``generosa'' que la lleva lo mismo a escribir sobre Sor Juana Inés de la Cruz, a traducir a Georges Bataille o a fundar la revista para jóvenes Punto de partida.
El motivo azaroso para el discurso de ingreso de Glantz fue que la silla que ahora ocupa, la número 35, fue la trinchera y resguardo desde el que discutieron, reflexionaron, estos dos escritores mexicanos que la precedieron. En el presidium que le dio la bienvenida, presentes entre otros José Luis Martínez, José Angel Moreno de Alba, Gonzalo Celorio. El auditorio del recinto de Donceles, casi insuficiente.
Antes que ella han ocupado un sitio en la Academia María del Carmen Millán, en 1974; luego, en 1985, ingresó Clementina Díaz y Ovando, y en 1993, Margit Frenk.
--¿A quién recomendaría para que ingresara? --se le había preguntado en entrevista previa.
--A Elena Garro o a Elena Poniatowska; invariablemente a una mujer --respondió.
Ahora vestida de oscuro, aunque sin corbata como mandata el reglamento de la academia fundada en 1875, Margo Glantz disertó.
Con celeridad ``como de un río a punto de desbordarse'' (como recordó Montemayor las clases a las que asistió con Margo Glantz en Filosofía y Letras), la autora de Genealogías tejió las primeras puntadas entre ambos escritores al señalar que son ``autores ambos de una brevísima obra realizada cuando eran aún jóvenes y que de inmediato los consagró, dejándoles una vida vacía de escritura --o mejor dicho de escritura pública-- y abierta a una eterna y obcecada indagación acerca de su reiterado silencio''.
Gorostiza como Wittgenstein, dijo Glantz, ``quizá advirtió que el intento de hablar con exactitud condena al silencio, obstáculo al que probablemente también se enfrentó Rulfo. O quizá también, ¿por qué no?, le pasó lo que a Hofmannsthal, a quien el lenguaje se le deshacía entre las manos como si se tratara de hongos podridos''.
Y a pesar de todo, continuó en el siguiente apartado de su discurso titulado La escritura como ceremonia, ``para Gorostiza y Rulfo, poetas que optaron por el silencio, la escritura fue un acto incesante, un acto ritual, en cierta medida un juego: el de estar vivos como escritores en la acción cotidiana de escribir''.
Habló entonces de la constante revisión a que se mantuvo el poema Muerte sin fin (1939) al que le fue quitada una coma entre el primero y segundo verso en 1964: ``Lleno de mí, sitiado en mi epidermis,/ por un Dios inasible que me ahoga''. Asimismo las reglas minuciosas a que Rulfo sometía sus textos: una pluma Sheaffer, tinta verde, papelitos de colores específicos, cuadernos escolares de forma francesa, hojas sueltas de block de distintos tamaños.
En el apartado titulado La asepsia del poeta, Glantz abordó el problema entre el oficio de escribir y los requerimientos cotidianos que lo llevan a trabajar en la burocracia. Expuso las impresiones de Gorostiza, que lamentaba vivir del servicio en la administración pública porque ``es perjudicial para México el que no exista todavía un profesionalismo literario propiamente''.
Glantz enlazó la circunstancia del oficio del escritor en México con la visión pesimista que Gorostiza tenía de la narrativa nacional. Antes había hecho hincapié en la paradoja de que el mismo año que se publicó Pedro Páramo, fue el que Gorostiza ingresó a la Academia. Al contrario de Gorostiza, destacó la escritora, ``Rulfo se acerca a los novelistas de la revolución, los estudia, los aquilata y define''.
En el análisis de la visión que ambos escritores tienen de la muerte, puso Margo Glantz los hilos más finos. De la muerte que en José Gorostiza es forma rigurosa ``por el rigor del vaso que la aclara/ el agua toma forma'', a esa visión de la muerte como un sueño al que hay que despertar en Rulfo: ``la muerte sobreviene cuando el alma abandona el cuerpo, aunque esté todavía vivo... No toda el alma sale del cuerpo; pero lo poco que queda en él es insuficiente para defender al cuerpo de las enfermedades'', citó Glantz. Luego vinieron los aplausos