Horacio Labastida
Un 20 de Noviembre sin revolución
El supuesto de un cambio radical del Estado no fue contemplado por el antirreleccionismo maderista en el Plan de San Luis Potosí, donde se convocó al pueblo a levantarse contra la tiranía de Porfirio Díaz, reafirmada una vez más en las fraudulentas elecciones de 1910. En esa época el problema para el caudillo coahuilense, y sus seguidores, contemplábase como una muda en los titulares de los órganos del Estado por la vía del sufragio, o sea de una efectiva democracia electoral. Pero luego de publicado el Plan de Ayala zapatista y registrada la Decena Trágica, el panorama marchó del punto de partida antirreleccionista al conjunto de demandas económicas sociales y políticas expresadas por los grupos revolucionarios que izaron las banderas de una innovadora transformación en la organización política del país.
La violación que sacudiera a la República en el trienio 1911-1914 echó tan profundas raíces que los movimientos y corrientes desatadas tendrían que florecer en el afortunadamente generalizado consenso de dotar al país con una nueva Constitución. Ni la extirpación del huertismo criminal ni la crisis de las fuerzas revolucionarias en la Convención de Aguascalientes (1914) y la irremediable división del movimiento revolucionario, fugazmente unido en la lucha contra el terrorismo del audaz golpe militar fraguado en la Ciudadela, detuvieron el avance de las fuerzas progresistas; y de este modo pudo llevarse adelante, en la ciudad de Querétaro, el debate institutivo de la Nación. Rechazado el proyecto moderado de constitución, que enviara a la Asamblea el Primer Jefe, por tratarse de un documento tangencial a los sentimientos de los pueblos, los diputados en algo más de dos meses pudieron hallar el acertado coeficiente de equilibrio que permitió elaborar, al lado de los clásicos derechos del hombre y del ciudadano, de la división de poderes y del régimen representativo-republicano, sancionado por igual en las leyes supremas de 1814, 1824 y 1857, una concepción revolucionaria de la propiedad de la riqueza y de las funciones del poder público; es decir, del Estado.
¿Cuáles son las características fundamentales de la Constitución de 1917? El núcleo esencial es la identificación de democracia y justicia social, o sea de las libertades del hombre y de la soberanía con una equitativa posesión y explotación de la propiedad por parte de los individuos y clases integrantes del conjunto social; ecuación lograda con el reconocimiento del derecho eminente de la nación sobre sus recursos y las modalidades que por interés público se darían a los recursos concesionados en propiedad social y privada, sujeta ésta a los intereses generales, así como con la edificación de un Estado administrador de las riquezas reservadas como propiedad de la nación y garantizadora de la equidad, en lo interno, y del libre ejercicio de la soberanía en el concierto mundial. Sólo una economía justa, no excluyente del capitalismo empresarial no abusivo podría gestar un verdadero Estado democrático y soberano apoyado en el consciente y no enajenado ejercicio de los derechos ciudadanos, por una parte, y de la práctica independiente de los derechos de autodeterminación, por la otra. Así fue el acuerdo sancionado, en el Teatro de la República queretano, el 5 de febrero de 1917.
Cardenas planteó con claridad el tremendo dilema postrevolucionario. O se cumplían las normas constitucionales para transformar en historia la Carta revolucionaria, o se transgredían por la ruta contrarrevolucionaria. ¿Qué ha pasado en los últimos 49 años de vida pública? El Estado de derecho edificado por el Constituyente se ha visto sustituido por un sistema presidencialista no democrático ni justo.
Singularmente en los recientes tres lustros casi han desaparecido las propiedades pública y social al ser reemplazadas, en las vetas principales, por una poderosa élite nacional dependiente de élites metropolitanas y transnacionales; y consecuentemente, el Estado democrático bajo peso gravitatorio de la razón económica sobre la razón política. Esta es en síntesis la radiografía del México actual, donde aún celebramos el 20 de Noviembre maderista con un patético ritual ajeno a la Revolución Mexicana.