Con el peso de los crímenes de Tlatelolco y del 10 de junio gravitando sobre sus hombros, Luis Echeverría fue abucheado y apedreado en la UNAM al pretenderse émulo de su ``amigo'' el doctor Salvador Allende. De Echeverría, escribió Scherer en su libro Los Presidentes: Destructor sistemático de todo lo que defendía, benefactor solícito de aquéllos a quienes señalaba como sus enemigos. Líder indiscutible del tercer mundo, terminó denunciado como colaborador de la CIA sin refutación de su parte.
Antes de asumir el poder, José López Portillo se reunió con el primer mandatario de Estados Unidos, logrando limpiar el expediente de su amigo y jefe de Seguridad Arturo Durazo, implicado por las autoridades norteamericanas en actividades de narcotráfico. El precio de la negociación no se conoce, pero sí el hecho de que el ex presidente nombrara y mantuviera como director de Petróleos Mexicanos a un hombre estrechamente vinculado con la CIA, o mejor dicho con su director, el señor George Bush. Tampoco es un secreto el proceso que convirtió al gobierno norteamericano en principal beneficiario del florecimiento petrolero de México, y a nuestro país en víctima cautiva de las deudas que lo hicieron posible.
De hecho, ésas fueron la causas que obligaron a hablar a Miguel de la Madrid sobre el país ``que no debía deshacerse entre sus manos'' y actuar en consecuencia, entregando el mando económico de la nación al Fondo Monetario Internacional y a otras fuerzas de naturaleza aún menos clara; como resultado, el país se sumió en una crisis política cuya solución hizo necesario el más grave fraude electoral del siglo XX. Durante la campaña electoral de Antonio Zorrilla para diputado por el estado de Hidalgo, el joven ex director de la Federal de Seguridad no paraba en gastos para promover su candidatura que lucía segura del triunfo en un estado cien por ciento priísta como él mismo, hasta que en mayo de 1985 desapareció sin dejar otra huella que una lacónica renuncia; después se sabría de su vinculación con el narcotráfico y ligada a ella, su responsabilidad en el asesinato del periodista Manuel Buendía. La cercanía del ex funcionario con el Presidente y su secretario de Gobernación les resultaba riesgosa o al menos incómoda a ambos.
Después vino Salinas de Gortari con toda su cauda de hechos, frescos hoy en la memoria de México; de su vinculación con el crimen organizado poco sabemos, pero mucho sospechamos, tanto como de su participación en los crímenes de Estado recientes y no aclarados aún; dados los valores éticos que hoy le conocemos, poco podría sorprendernos ya de él o de su brillante asesor José Córdoba. La complicidad de los gobiernos norteamericanos, de Bush primero y de Clinton después, al mantener la imagen de prócer y líder mundial del hoy ex presidente, cuando sus servicios de Inteligencia ya conocían seguramente de sus andanzas, nos llevan a pensar que estos personajes actuaban como agentes al servicio de la Inteligencia norteamericana.
Del presente sexenio están los gastos conocidos de las campañas electorales de Tabasco, con sus 250 millones atribuibles a la responsabilidad de Roberto Madrazo; sin orígenes conocidos de esos dineros, y nuevas asociaciones no aclaradas con el crimen organizado, el gobernador de Tabasco recibió el apoyo decisivo e inexplicable del nuevo Presidente que, siguiendo el ejemplo de sus antecesores, utilizó razones de Estado para actuar en consecuencia.
Una causa larga de hechos, de decisiones ``de Estado'' tomadas por los presidentes deMéxico en contra de los intereses y el bienestar de la nación, constituyen los antecedentes directos de la que tomó ahora Ernesto Zedillo para sacar adelante su prometida reforma electoral definitiva. Sorprenden sus argumentos justificatorios, tanto como el cinismo del líder priísta: ahora resulta que la reforma electoral y sus financiamientos no tienen otro objeto que impedir que el crimen organizado intervenga y financie las campañas electorales (de la oposición por supuesto). No pues sí, eso es justamente lo que nos hace falta.