El llamado de López Obrador a los alcaldes de su partido para que cuiden y unan a sus familias propone diversas lecturas. La mía es la de una posibilidad: que quienes preconizan la democratización de nuestra sociedad incorporen de manera definitiva la discusión acerca de la democracia genérica, cotidiana, vital. Y en esa posibilidad entera la perspectiva de tomas de posición claras y de acciones concretas que vayan más allá del discurso.
López Obrador pensó quizá en el imperativo ético de los perredistas que ocupan cargos de elección: combatir la corrupción es para cualquier persona democrática con responsabilidades de gobierno, combatirla en el ámbito institucional tanto como en el personal. Si la democracia (es decir, el trato equitativo, igualitario y justo entre ciudadanos, entre ciudadanas, entre ellos y ellas y entre la ciudadanía en las instituciones) llega algún día a tener sentido pleno, será porque rebasará los límites rigurosos de la vida pública y arraigue también en los ámbitos formales e informales de la cotidianidad privada e íntima.
Las palabras del presidente perredista pueden ser el llamado a una reflexión amplia, profunda y honesta sobre la relación realmente posible entre adoptar un proyecto de sociedad democrática y un programa democrático de gobierno, y las formas concretas de personalizar ese proyecto en la vida individual y colectiva de todos los días.
Cuidar a la familia y mantenerla unida es una frase cuyos referentes pueden ser, más que conservadores, patriarcales. Pero puede implicar también la convicción de que en gran medida es aún dentro de la familia (en todas las variadas y contradictorias formas que ésta adopta en nuestros días) donde se pueden iniciar cambios importantes en las relaciones.
Estos cambios tenderían a hacer equitativas las responsabilidades domésticas entre hombres y mujeres, a apoyar adecuadamente y también de manera equitativa la formación de los menores, a eliminar el autoritarismo y la violencia. A construir todos los días mecanismos para que todos y todas en la familia tengan acceso real a las alternativas de desarrollo personal, para que la fidelidad sea cuestión de convicciones y afectos profundos y no de hipocresías, convenciones y coerciones: para aprender que eldeber ser puede sustituirse por undesear ser cuya realización se arme construyendo elpoder ser necesario, que no ocasione daño a nadie y que permita hacer de la obligación coercitiva el placer del deseo cumplido. Si la posibilidad de algo semejante estuvo detrás de las palabras de López Obrador, eso significa que en el PRD, más allá de sus círculos feministas y de quienes asumen masculinidades críticas, están desarrollándose concepciones (y tal vez estrategias y acciones) en que finalmente se acepte que las perredistas tengan las mismas posibilidades de desarrollo partidista y personal que los perredistas; puede significar también que lo que se ha expresado como principios, como buena voluntad e incluso como acuerdos estatutarios (cuotas de mujeres en los puestos de dirección y representación) se traducirá en cambios concretos en la vida de ese partido y en su proyección antisexista hacia la sociedad. Lo que no es simple ni sencillo.
Imaginemos qué pasaría en su partido y en México si una alcaldesa del PRD declarara: ``Soy soltera y en mi municipio puede haber un primer caballero diferente cada mes''. O si una diputada del mismo partido arguyera: ``Como lo indicó López Obrador, yo cuido y mantengo unida a mi familia y lo demuestro porque mi marido y mis hijos me acompañan a todas partes''. O bien que una senadora perredista concluyera: ``Lo que dijo Andrés Manuel sólo concierne a los presidentes municipales'', y se retirara entre sonrisas maliciosas evocando su o sus casas chicas en las que también tuviera que cumplir manteniendo cautivos a sus queridos y ufanándose con ellos del poder sexista que le da poseerlos.
Las declaraciones equivalentes que hicieron la semana pasada algunos señores notables del PRD muestra el camino que aún le queda por recorrer para que la alocución de López Obrador se aleje con certeza de la visión conservadora que haría su discurso idéntico a cualquiera que proviniera del tradicionalismo misógino.
El PRD, sin embargo, tiene ya un buen trecho de camino andado, recuperable cuando convierta en acciones precisas sus acuerdos de Oaxtepec y los aportes a la democracia genérica de mujeres que militan o han militado en sus filas (sabiendo que omito a la mayoría, menciono ahora sólo a Dora Kanoussi, Marcela Lagarde, Amalia García, Rosario Robles...).