La Jornada 23 de noviembre de 1996

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Elena Gallegos y Mireya Cuéllar, enviadas, Pekín, China, 22 de noviembre Seguros ya de que su reforma económica va ``sobre rieles'' --las cifras así lo hacen presumir--, los dirigentes chinos se aprestan ahora a emprender una cauta apertura política.

Por eso, esta mañana el presidente Jiang Zemin le dijo al mandatario Ernesto Zedillo que sólo la apertura política garantizará y hará perdurable el éxito de la reforma económica.

Los chinos parecen haberlo aprendido de la experiencia de la desaparecida Unión Soviética y tienen la certeza, así lo hacen saber a sus visitantes, de que sólo corriendo en ambas vías (una vez consolidado lo económico, iniciar el cambio político) lograrán mantener su sistema.

Y lo que fue punto medular de la discusión de hace una década, cuando Mijail Gorbachov llevó a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas a un acelerado cambio que metió a expertos de todas las latitudes a la inacabada discusión de qué debía ser primero, si glasnost o perestroika, parece aquí comenzar a ser resuelta por la llamada Tercera Generación de la Revolución Comunista.

Mucho sacaron de la lección de la ex URSS los dirigentes chinos, al fin y al cabo varios de ellos allá se formaron --como sucede con líderes políticos de occidente que cursan estudios en Estados Unidos--, y es así como los herederos de Mao Tse Tung y Chu Enlai, y quienes hoy aspiran a suceder en el liderazgo moral a Deng Xiaoping, están decididos a permitir una mayor participación ciudadana con tal de evitar el colapso.

Pero este es apenas el comienzo. El camino por recorrer es todavía muy largo. Tan lo es que, según los corresponsales extranjeros acreditados aquí, la censura muestra aún sus feroces garras.

En esos medios se ha dado especial difusión al proceso al que recientemente fue sometido un periodista de apellido Wang y que culminó con una condena de once años en prisión, supuestamente por haber cuestionado a la dirigencia china y por haberla acusado de violaciones a los derechos humanos.

Sin embargo, el gobierno local ha negado fehacientemente esas versiones y ha señalado que si Wang está en la cárcel, es por haber cometido delitos perfectamente tipificados por la legislación china. Entre ellos --aseguran los voceros oficiales--, el de haber revelado secretos de Estado.

Este tipo de ataques, que encuentran tanto eco en las cadenas estadunidenses --cuentan en voz baja los chinos--, no son sino patrañas para desacreditar al gobierno y sus logros.

En tanto, es indudable que la apertura económica parece transformar el rostro de esta nación, que no deja de ser un enigma para quienes nacieron del otro lado del planeta.

Hoy aquí, con el invierno, llegaron a la ciudad árboles de Navidad y figuras de Santa Claus que nada tienen que ver con esta cultura y que dejaron perplejos a quienes conocieron Pekín hace poco más de dos décadas, cuando el entonces presidente Luis Echeverría efectuó una visita de Estado.

Además, los chinos han sido arrastrados en la vorágine del recientemente descubierto libre consumo. Las tiendas en las que hasta hace muy poco tiempo sólo se esperaba a los turistas, están repletas de gozosos lugareños que, atrapados por la mercadotecnia occidental, compran y compran.

Los grandes anuncios luminosos en inglés se multiplican en las atestadas y caóticas avenidas por las que los visitantes transitan entre sobresaltos, ya que los enloquecidos conductores se dejan llevar por la emoción de la velocidad y amenazan con embestir a los cientos de chinos que, en bicicleta, se trasladan de un lugar a otro. Por si fuera poco, ni unos ni otros parecen hacer caso a los cambios de luz en los semáforos.

La transformación también se plasma en el paisaje urbano, en el que puede observarse una rara mezcla de viejas casas y grises unidades habitacionales edificadas en serie, hace 40 años, en la época de la asistencia soviética, con las novísimas construcciones que reflejan en sus cristales todas las caras de esta China que quiere modernizarse.

Estos lujosos edificios que han ido apareciendo por la ciudad en los últimos diez años, se levantan en concurridas avenidas como Jianguomenguai, que es la que lleva al centro político y cultural de China: el conjunto que, en torno a la Plaza de Tienanmen, está formado por el Gran Palacio del Pueblo, la Ciudad Prohibida y el Mausoleo de Mao Tse Tung.

Tan peculiar resulta esta mezcla como el socialismo que, para no dejar de serlo, se viste de economía de mercado en un raro híbrido que a los chinos comienza a rendir buenos frutos.

Se desconoce en el extranjero nuestra realidad política: Zemin

En este que fue su primer día de actividades en China, el presidente Ernesto Zedillo sostuvo conversaciones privadas con los más altos dirigentes. Primero, con el presidente Zemin; por la tarde, con el primer ministro Li Peng, quien el año pasado estuvo en México y quien tiene un gran interés en el acercamiento de su país con América Latina.

Luego de su encuentro con Li Peng, Zedillo sólo cruzó un largo pasillo del Palacio del Pueblo para charlar con Li Ruihuan, presidente de la Asamblea Consultiva del Pueblo Chino, en uno más de los 30 salones de este imponente edificio construido bajo los auspicios de Mao Tse Tung a finales de 1959, y cuyo foro principal puede dar cabida a cerca de 10 mil personas.

Según narraron después algunos miembros de las comitivas, el acercamiento entre Zemin y Zedillo fue especialmente cálido. Lo fue a tal punto, que los chinos tan celosos de los tiempos marcados en los programas protocolarios, se quedaron de una pieza cuando su presidente decidió ignorarlos.

En la Sala Norte del Palacio del Pueblo donde los dos mandatarios conversaron, acompañados exclusivamente por sus intérpretes y los cancilleres José Angel Gurría y Quian Quichen, está colocado, un reloj de dos carátulas, justo enmedio del sitio donde Zemin recibe a sus invitados.

Cada una de las carátulas mira a anfitrión y a invitado, de esta manera, los interlocutores pueden estar atentos al tiempo y, cinco minutos antes de lo previsto en la agenda, comienzan las despedidas. Y no, no es una falta de cortesía, al contrario, para los chinos es una muestra de respeto al tiempo de los presidentes que los visitan.

Pero hoy aquí Zemin estaba tan a gusto, que prolongó el encuentro quince minutos más. Se dio lugar para contarle al presidente Ernesto Zedillo algunas anécdotas y para hablar con largueza de las virtudes de uno de los siete miembros del politburó del Partido Comunista, Hu Jintao, y al que, por el deferente trato brindado por Zemin, se le augura un brillantísimo futuro político, no obstante que ocupa el séptimo lugar en la jerarquía del Partido Comunista Chino.

``El señor Hu --precisó Zemin-- es el más joven de los miembros del politburó (54 años), y recuerde usted que en los jóvenes está el futuro''.

Será Hu Jintao el que viaje a México cuando se cumplan 25 años en que las dos naciones reanudaron relaciones y, es tal el entusiasmo de Zemin en torno a Jintao, que ofreció a Zedillo que lo llevaría a la cena que le brindó esta noche para que pudiera apreciar sus virtudes.

Así lo hizo. En el banquete, Jintao fue ubicado a la derecha del mandatario mexicano.

Pero antes, en el contexto de la amena charla y las manecillas ignoradas, Zemin habló al presidente Zedillo de lo que es para él una convicción: en el extranjero no se entiende la realidad política de China.

Y en palabras de Zemin ésta es muy simple. En el esquema chino, el politburó del Partido Comunista reúne a los hombres que manejan las estructuras de poder y de gobierno: ``El primero soy yo''.

También, cuando Zedillo agradeció el apoyo de China a la Asamblea Extraordinaria que, en el seno de la Organización de Naciones Unidas y a iniciativa de México se efectuará en el 98, para fijar políticas globales contra el consumo de drogas, Zemin recordó que fue precisamente ésa, la lucha contra las adicciones, la primera que dio cuando era un joven estudiante y el invasor japonés propaló los fumaderos de opio.

Zemin reunió entonces a un buen número de compañeros de la universidad de Jiangsu, provincia en la que nació, y los muchachos se dieron a la tarea de destruir esas casas, lo que les valió prisión.

Por eso, dijo, uno de los afanes de su gobierno es erradicar todo aquello que tenga que ver con el narcotráfico y por eso, además, el firme apoyo chino a la iniciativa mexicana.

Más tarde, con Li Peng, la conversación giró en torno a la llevada y traída economía de mercado, difícil de entender en el modelo occidental, pero en cuyo proyecto los chinos apuestan su porvenir.

En la última cita en el Gran Palacio del Pueblo, el presidente Zedillo escuchó de boca de Li Ruihuan cómo, en el seno de la Conferencia Política Consultiva del Pueblo Chino, se da forma a los entramados que habrán de derivar en programas de gobierno o en iniciativas de ley.

``La Conferencia --explicó Ruihuan-- ha tenido seis líderes. El primero fue Mao, después Chu Enlai, enseguida Deng Xiaoping. El cuarto y el quinto también fueron presidentes de la República. El sexto soy yo''. Así nada más.

Ruihuan recordó que hace 18 años estuvo en México y cómo le impresionaron la historia y la cultura mexicanas, ``estoy seguro --le dijo al presidente Zedillo-- que han operado tremendos cambios en vuestro país''. ``Debería regresar --invitó el Presidente--, para que usted mismo pueda verlos''.

Ni tardo ni perezoso, Ruihuan señaló a los cancilleres Gurría y Quichen:

``Hay que decirles que hagan los arreglos''.

Afuera, alrededor de la Plaza de Tienanmen, cientos de hombres y mujeres se apean de sus bicicletas para ver el cambio de guardia en este helado atardecer invernal, de este país tan desconocido y enigmático para quienes nacieron del otro lado del planeta