León Bendesky
Otra vez Malthus

El fantasma de Malthus sigue rondando por el mundo. A pesar de que su predicción de una gran crisis de hambre parece haber sido constantemente desmentida, su figura resurge siempre en los debates sobre la situación demográfica y alimentaria del mundo. Esto ocurrió otra vez en la reciente cumbre sobre la alimentación convocada por la Organización de las Naciones Unidas.

Malthus propuso a principios del siglo XIX que el crecimiento de la población sería mucho más acelerado que el de la producción de alimentos. Por ello, para evitar la miseria progresiva de las clases más pobres había que limitar los casamientos y así controlar su número. La propuesta malthusiana fue rebasada por el incremento de la productividad agrícola desatada por la Revolución Industrial, y al parecer habría capacidad para generar suficientes excedentes para alimentar a toda la población.

En la década de 1960 se publicó el controvertido Informe del Club de Roma en el que se enfatizaban los límites al crecimiento económico creados por la dotación de los recursos naturales. Otra vez las propuestas de restricciones provenientes de la lucha entre la sociedad y la naturaleza ocuparon el centro del debate. Pero la visión de un constante progreso en la capacidad productiva rebasó las consideraciones de aquel informe. Ahora, tal vez, una nueva modalidad del debate provendrá de la disputa sobre el desarrollo sustentable y las advertencias de los ecologistas acerca de la depredación de los recursos de la Tierra. En todo caso la lucha entre el hombre y los recursos a su disposición se plantea de manera recurrente y la visión malthusiana en sus diversas versiones está incrustada en la conciencia de la sociedad.

Se calcula que hay en el mundo alrededor de 800 millones de personas crónicamente malnutridas, a las cuales hay que agregar una cantidad indeterminada de los que padecen hambre. Esto hace del asunto un tema político central, puesto que el fin de este siglo está asociado claramente con la extensión de la pobreza en grandes áreas del planeta. Los datos de la producción de alimentos indican que desde la década de los 50 ésta ha crecido de manera constante y más rápida que la población. Si ello lleva a aceptar que las causas del hambre no son de índole natural o tecnológica, entonces ese fenónemo tiene que ver con el hecho de que los hambrientos y malnutridos son pobres. Para algunos, como sabemos, esto es únicamente responsabilidad de los involucrados y de los gobiernos que fomentan su actitud mediante programas sociales y subsidios, los que en buena medida están ya condenados a muerte junto con la estructura del Estado de bienestar. Este argumento es muy controvertido incluso en aquellos países donde la red de protección social existe, pero debe ser un mal chiste en muchos otros lugares donde los conflictos sociales explotan por el control de los recursos, como ocurre en el Africa del sub Sahara.

Si el tema es el de la pobreza, entonces es necesario combinar las cuestiones asociadas con los recursos y los estímulos a la producción y aquellos vinculados con el acceso a esos recursos. A partir de ello se puede repensar el problema de la distribución de los alimentos. Los planteamientos de Malthus parecieron tan azarosos a sus contemporáneos que llevaron a Carlisle a calificar a la Economía Política como una ciencia lúgubre. Pero a pesar de lo lúgubre de la propuesta original de Malthus, en ella pesaba una limitación tecnológica que creaba la incapacidad de abastecimiento de alimentos. Hoy en cambio es claro que la pobreza es la condición determinante de la imposibilidad de cientos de millones de personas para alimentarse. No es un asunto eminentemente productivo el que delimita el conflicto del hambre en el mundo, sino uno derivado de las deficiencias del orden social. Son esas contradicciones las que ponen en cuestionamiento las políticas hoy llamadas globales y que crean fuerzas de desplazamiento muy grandes, sin acciones complementarias de compensación en un entorno de crecientes desigualdades. Para algunos seguramente esto será una manifestación más del fin de la historia.