Fernando Benítez
Volodia Teitelboim
Entró a mi casa un hombre robusto de pelo blanco como la plata; me abrazó afectuosamente y me dijo: ¡querido Fernando!
Yo no sabía quién era, y él parecía conocerme muy bien. Pasado un momento se aclaró el misterio, se trataba del gran escritor chileno Volodia Teitelboim.
Hace más de 40 años el presidente Mao, casi al inicio de su gobierno, invitó a una delegación de todos los países que conforman la Cuenca del Pacífico a visitar China. Asistieron los mexicanos (yo entre ellos), los chilenos, los peruanos y otros muchos. Los chilenos sumaban más de 20 y los mexicanos un número igual. Mao en tres meses construyó el magnífico Hotel de la Paz, para alojar a sus invitados. Nos dio un banquete en un gran salón de la Ciudad Prohibida, y nos ofreció un tren a fin de que conociéramos una gran parte de China. Durante nuestra estancia en ese país me hice muy amigo de Volodia, que entonces era muy joven, pero nos separamos y no volví a verlo.
A la caída del régimen de Allende, Volodia no se exilió en México como la mayoría de los refugiados chilenos, sino decidió permanecer diez años en la Unión Soviética. Desde allí se transmitía un programa de radio que llegaba hasta Chile y Volodia lo aprovechó para atacar a Pinochet y darle aliento a su pueblo.
Volodia Teitelboim vino a México para dictar tres conferencias: sobre Pablo Neruda, Gabriela Mistral y Vicente Huidobro y tuve el gusto de asistir a una de ellas. Habló sin papel, del modo más sencillo y claro; con una suavidad y una dulzura que entusiasmó a su numeroso público.
Al día siguiente comió en mi casa, acompañado de Alvaro Covacevich --el gran coleccionista de arte--, otro chileno que tuvo la audacia de ir con su cámara de cine a Chile y hacer una película --él era cineasta--, y pudo evitar la vigilancia extrema de los espías y cómplices de Pinochet.
Nos despedimos y tengo la pena de no ver más a mi querido Volodia, pero me dejó en compañía de sus libros maravillosos. La vida a veces nos proporciona horas mágicas, y así han sido las que he vivido en el reencuentro con el amigo.