Néstor de Buen
La irresponsabilidad social de la empresa

Me llega, con la convocatoria a una muy interesante reunión, un documento base que intenta precisar las condiciones que en el futuro deberán darse para que vivamos en un mundo adecuado a la productividad y a la competitividad en un margen razonable de ser los empresarios buenos chicos con sus trabajadores.

El esquema es fascinante: los empresarios deberán decidir, por sí mismos, los beneficios que podrán otorgar a los trabajadores, sin normas imperativas que los determinen dictadas por el Estado y aceptando, únicamente, normas muy generales (no precisan cuáles) y la posibilidad de un entendimiento directo entre empresarios y trabajadores por medio de los contratos colectivos de trabajo.

Por supuesto que los empresarios reclaman para sí el control de los servicios principales y de manera especial la seguridad social (que ya no sería social como en cierto país que conocemos), la construcción de viviendas para los trabajadores y la cancelación de las legislaciones laborales paternalistas junto con el gasto público inflacionario.

En ese esquema paradisiaco a la empresa le tocaría la organización del trabajo, sin compromisos de empleo; la aportación personal de los empresarios y ejecutivos (?) a obras y causas sociales; colaboración con la comunidad para la educación, la cultura, la recreación, la salud y el bienestar del pueblo; el apoyo a instituciones de investigación, entre otras cosas todo ello con el objeto de abatir el desempleo (?), también entre otros propósitos.

Entre las tácticas a seguir se indica un mecanismo de subcontrataciones (los famosos y de moda intermediarios), maquilas, distribución geográfica de procesos (la famosa también ``Red'' de Robert Reich, el secretario del Trabajo de Estados Unidos), con la participación de los trabajadores y su colaboración (lo que no está mal, dicho sea de paso) en el proceso de mejora continua, aunque eso huela un poco a los sistemas japoneses tan de moda en el culto a la productividad.

Se propone, por supuesto, la creación e impulso de una nueva ``cultura laboral'' (¿otra?) que valore profundamente el trabajo, que aproveche la tecnología en la organización del trabajo (el ya comentado ¡adiós al trabajo!) ``y oriente el sano disfrute del descanso y el tiempo libre, que por lo visto será todo el tiempo para la mayoría de la población activa y ya no tan activa.

Se rechazan los subsidios gubernamentales y la justicia distributiva (social), reclamando el respeto por la muy liberal conmutativa (para iguales) y se propone, cosa curiosa, influir en los legisladores para que conozcan mejor la realidad y pueda discutirse qué aspectos de la responsabilidad social pueden ser legislados, lo que me hace suponer que muy pocos.

Al final sale el peine: a los empresarios buenos chicos el Estado tendrá que subsidiarlos de verdad (menos impuestos, créditos baratos, etcétera) cuando por propia iniciativa se porten bien con sus trabajadores, lo que me hace suponer que portarse bien se convertiría en un buen negocio. Todo sería cuestión de analizar costos contra subsidios pero como se proponen las cosas, no me queda duda de que lado quedaría la diferencia a favor.

El remate --o casi-- es precioso: ``Reconocer la magnitud de los problemas sociales que no se pueden resolver en el corto plazo por la dinámica del mercado y atenderlos con profundidad, generosidad y eficacia''.

De nuevo la utopía como en los mejores tiempos de Fourier, Saint Simon, Roberto Owen y tantos otros. O la caridad generosa recomendada, hace más de cien años, por la Rerum Novarum. A ser buenos chicos por que es bonito ser buenos chicos y no porque los trabajadores y sus familias tengan derecho a ello.

No deja de ser interesante e instructivo.