La Jornada 24 de noviembre de 1996

CUNDE EN EUROPA LA PROTESTA SOCIAL

Hace casi un año toda Francia paró y obligó al gobierno a ceder parcialmente, abriendo así una brecha por la que entraron los trabajadores alemanes. Ahora, y por segunda vez en un mes, hubo en Italia una huelga general de los trabajadores metalúrgicos, que suman un millón 700 mil, y el viernes llenaron Roma 250 mil obreros de este ramo industrial. Como la cámara patronal alega no estar en condiciones de conceder aumentos y sólo ofrece 120 mil liras (contra las 230 mil que piden los sindicatos), muy probablemente se llegará a una nueva huelga general y a nuevas manifestaciones masivas que se caracterizan por la participación de los jóvenes y rompen con seis años de desmovilización obrera. Hace menos de una semana 200 mil trabajadores y desocupados conmovieron Nápoles con una gran manifestación en favor del trabajo, sobre todo para los jóvenes meridionales, entre los cuales la desocupación llega a 50 por ciento de la mano de obra activa. Ayer sábado tocó el turno a los empleados públicos españoles, 150 mil de los cuales se manifestaron por las calles madrileñas. Los despidos en ese sector y la congelación virtual de sus salarios (cuando España tiene el récord europeo de desocupación) provocaron esta lucha que, al igual que la italiana, será prolongada, ya que el gobierno sostiene que, para cumplir con los acuerdos de Maastricht, debe reducir su déficit y, por lo tanto, su aparato estatal. La operación sufrida por el presidente ruso Boris Yeltsin, por otra parte, ocultó la huelga general que abarcó a 15 millones de trabajadores rusos y movilizó a cientos de miles de ellos en diversas ciudades, para protestar contra la virtual bancarrota del Estado, que les debe cuatro meses de salarios vencidos que dice no poder pagar ni siquiera con un préstamo internacional de más de 9 mil millones de dólares. En Francia hace seis semanas que están en huelga los transportistas, que han paralizado enteras flotas de camiones de otros países, hoy estacionados en las ciudades francesas en su tránsito hacia el norte o hacia Italia, desquiciando así toda la economía del continente. En Gran Bretaña, al mismo tiempo, el gobierno se había negado a aplicar las llamadas ``cláusulas sociales'' de la Unión Europea, o sea, en otras palabras, a reconocer las leyes sociales y ventajas salariales imperantes en los países de sus asociados. Estos, ni lerdos ni perezosos, resolvieron encarar el problema del horario de trabajo como parte del rubro ``defensa de la salud de los trabajadores'', y ahora el gobierno de Londres, que sostiene que hay que ``flexibilizar'' aún más el trabajo y alargar la semana laboral más allá de las 48 horas, se enfrenta no sólo a sus sindicatos, sino también a toda Europa occidental.

Frente a la férrea ley del neoliberalismo se levanta ahora una ola de protestas que tienen en común la defensa del nivel de vida y de las fuentes de trabajo, y la exigencia de que el resanamiento del presupuesto estatal se haga combatiendo la evasión impositiva o reduciendo los gastos militares y para las fuerzas represivas, que en todos esos países han aumentado. La mano de obra es una mercancía especial porque piensa y tiene derechos políticos. Será difícil, por lo tanto, aplicarle la ley del mercado como a las demás. A menos de preparar una explosión social que tenderá a generalizarse y requerirá, en su dinámica, gobiernos represivos. Al querer volver a fines del siglo anterior, el neoliberalismo reproduce toda la historia social europea que, como sabemos, estuvo lejos de ser pacífica.