Angeles González Gamio
Colonia Roma

Resulta hechizante conocer la historia de las colonias que han ido conformando la actual urbe capitalina. Como bien sabemos, hasta mediados del siglo pasado lo que hoy llamamos Centro Histórico fue la ciudad de México. En 1859 nace la llamada colonia de los Arquitectos, poco después, en 1861, a su vera, surge la Santa María La Ribera, seguida por la Guerrero, la Americana --hoy llamada Juárez-- y la San Rafael.

La capital estaba rodeada de pueblos, en muchos de los cuales las familias pudientes tenían sus casas de campo, por ejemplo Tlalpan, Tacubaya, San Angel y Coyoacán. Llegar a esos lugares era una excursión, como lo prueba que se hacía una hora y media en tranvía para arribar a Tlalpan.

El nacimiento del presente siglo mostraba una ciudad ``moderna'', bien iluminada, con faroles importados de Berlín y calles pavimentadas con adoquines de asfalto comprimido. Había una intensa vida social que giraba alrededor de centros exclusivos, como el Jockey Club, que tenía su sede en la Casa de los Azulejos y los casinos Nacional, Alemán, Francés, Español e Inglés; también muy concurridos eran el Club Americano y el Polo Club, en donde practicaban el aristocrático deporte los ``niños peras'', léase juniors o ``pirrurris'' de la actualidad.

Era la cumbre del porfiriato, según nos informa el arquitecto Edgar Tavares López en su magnifico libro Colonia Roma, en donde nos hace la génesis de ese barrio citadino, que ahora está teniendo un renacimiento; por cierto, la obra acaba de recibir el premio que otorga la Asociación Nacional del Libro (Caniem) al mejor libro de arte. Allí explica cómo el crecimiento de la población, en la segunda mitad del siglo pasado, generó la necesidad de desarrollar nuevos asentamientos.

El 24 de enero de 1902, don Edward Walter Orrin, el exitoso empresario que fundó el célebre Circo Orrin, casa del famoso payaso Bell, informó al ayuntamiento que había adquirido un terreno llamado Potrero de Romita, con el propósito de establecer en él una colonia dotada con todos los servicios. Tras una serie de ajustes en los planos, finalmente fueron aprobados y se iniciaron las primeras obras de infraestructura.

La propiedad formaba parte de la Hacienda de la Condesa, una de las más prósperas de la época; por su parte, los fraccionadores anunciaban los terrenos como los más ``pintorescos y sanos'' de la ciudad, antecedente de la preocupación ecológica. El diseño urbano fue verdaderamente innovador: calles amplísimas. muchas de ellas de 20 metros de ancho, con camellón central, bellamente arbolado, al igual que las generosas banquetas. La avenida principal, entonces llamada Jalisco, hoy Alvaro Obregón, hasta la fecha es lujosa, con sus 45 metros de anchura y su doble hilera de magníficos árboles, muchos de esa época.

Los lotes originales eran para mansiones: los grandes tenían entre mil y 5 mil metros cuadrados. Los frentes de 25 hasta 37 metros y entre 52 y 60 metros de fondo, permitían construir casonas y jardines espléndidos, con espacio para caballerizas o bien edificios de departamentos con calles privadas. Los lotes medianos eran de 600 a mil metros y los pequeños de ¡400 a 600 metros cuadrados¡. Esto propició que los más opulentos adquirieran allí sus terrenos y contratarán a los mejores arquitectos para que les construyesen magníficas residencias estilo parisino... y así se hizo, como todavía podemos ver, por las pocas que se salvaron de la fiebre destructora que nos ha caracterizado.

La traza urbana de la colonia Roma, fue el modelo para las colonias Condesa, Hipódromo y Polanco, pues además fue muy buen negocio: para 1906, las tres cuartas partes del fraccionamiento habían producido ganancias aproximadas de dos millones de pesos, una verdadera fortuna, si se considera que el metro cuadrado de terreno costaba 25 pesos, y su compra requería un enganche de 10 por ciento, con el resto pagadero a diez años; si la operación era al contado, se concedía el mismo porcentaje de descuento.

Esta hermosa colonia, desgraciadamente tuvo el mismo destino que otras igualmente bellas y valiosas, como el propio Centro Histórico; las casonas fueron abandonadas y arrendadas para usos comerciales; muchos las vendieron y los adquirientes las destruyeron para hacer edificaciones viles, con diseño y materiales deleznables, con el sólo afán de obtener ganancias rápidas y fáciles.

Dentro del movimiento de revaloración de nuestros antiguos barrios, que ha tomado auge en los últimos 20 años, la colonia Roma es de las favorecidas por los habitantes sensibles que aprecian la belleza de esas construcciones y poco a poco les van devolviendo la dignidad y disfrutando volverlas a vivir.

Las delicias de la vida de barrio incluyen tener, a ``tiro de piedra'', atractivas opciones para comer opíparamente, como el excelente restaurante vasco Guria, en la calle de Colima, que ofrece el mejor bacalao y una chistorra de lujo, desde luego todo acompañado de un buen tinto, de los que tienen en su bien surtida cava.