La Jornada Semanal, 24 de noviembre de 1996


Entrevista con Andrei Voznessenski

Un poeta sin corbata

Jorge Bustamante García

Jorge Bustamante, poeta y ensayista, es un gran conocedor de la lengua y la literatura rusas. El año pasado estuvo en la dasha de Andrei Voznessenski, uno de los poetas más importantes de Rusia. Este texto es una suerte de crónica-entrevista de su encuentro con el autor de Antimundos, La sombra del sonido y Axioma. En medio de la nieve, en Peredilkino, la aldea de los escritores, y a unos pocos metros del Museo Pasternak, construido por iniciativa del propio Voznessenski, desfilan por esta charla el fin de la URSS, las condiciones de la Rusia actual, la vida del escritor, la relaciones con Brodsky, la nueva literatura rusa...



Nunca pensé que el día que fui a ver a Andrei Voznessenski iba a convertirse en uno de los más inolvidables de mi vida. Voznessenski me había dicho por teléfono que debería tomar un tren en la estación Bielorrusia y viajar hasta Peredilkino, la aldea de los escritores, a unos 50 minutos de Moscú. Desde mis tiempos de estudiante había escuchado hablar con frecuencia de ese lugar donde tantos escritores soviéticos vivieron, trabajaron y murieron. Allí escribieron Fedim y Simonov, allí nació la novela Doctor Zhivago de Pasternak. Voznessenski me esperaba a las 11 de la mañana, pero yo me entretuve en el camino. Visité el panteón de los escritores, me detuve largamente ante la tumba de Kornei Chukovski, el padre de Lidia Chukovskaya, estupenda escritora que realizó un inmenso libro sobre Anna Ajmátova. Luego, busqué lentamente la casa de Voznessenski, contemplando a cada momento el bosque de abedules cercano, las dashas hundidas entre la nieve, exhalando por sus chimeneas, a intervalos, pequeñas manchas de vapor. Pasé frente a la casa donde había vivido Pasternak, y me quedé ahí parado varios minutos, tal vez veinte, imaginándome al escritor abriendo la cerca verdeque separa a su jardín de la calle. Cuántos pensamientos, cuántos silencios, cuántas miradas del poeta había soportado este paisaje que ahora mismo yo miraba! Proseguí mi camino, llegué a la dasha siguiente, toqué el timbre insistentemente, pero nadie salió.

Abrí la puerta del jardín, me acerqué con paso silencioso a la puerta de la casa, golpeé con fuerza, pero nadie atendió. Insistí, miré por las ventanas hacia el interior, volví a golpear más ferozmente pero nadie salía. Pensé que Voznessenski, cansado de esperar, se había marchado ya. Me disponía a irme, cuando de pronto la puerta se abrió de par en par y un joven anciano de cabello canoso y alborotado, con los ojos todavía perdidos por el entresueño, me invitó a pasar vehementemente, pidiéndome disculpas por haberse dormido y haberme hecho esperar ahí en la nieve tanto tiempo. Yo pensé para mis adentros que había sido una gracia haberme detenido en el panteón y frente a la casa de Pasternak, mientras Voznessenski dormitaba tranquilamente.

La casa de campo de Voznessenski es tan grande como desordenada. Pantuflas, papeles, botellas, ollas sucias, platos con comida de hace tres días por todas partes. Subimos al estudio del poeta y descubro que en ese lugar el desorden es también general. Hay una mesa inmensa en medio del estudio, llena de papeles, recortes, cuadros que el poeta ha pintado últimamente, ceniceros llenos de colillas y una olímpica botella de vodka Nikolái todavía cerrada que espera por nosotros. Este hombre de fama legendaria en Rusia, parece un solitario de vivir tosco pero de trato afable y sencillo. Abre de inmediato la botella, llena los vasos con el líquido cristalino, dice unas palabras que no alcanzo a entender pero que parecen un brindis y empuja el trago hasta el final.

Andrei Voznessenski pertenece a una de las generaciones de poetas más brillantes que se han dado en Rusia en los últimos cuarenta años. Es la generación de Evtushenko, Bella Ajmandulina, Brodsky, Eugenio Rein... es la última gran generación de poetas rusos del siglo XX.

Al comienzo de la entrevista, Voznessenski me muestra su último escrito, Libromancia, que acaba de aparecer, y me enseña a utilizarlo. El libro trae incluidos tres dados de diferentes colores; al echarlos se puede adivinar, por la página y el número del verso, la suerte del lector. Cuando el poeta recibió el libro recién editado, a finales de 1994, fue invitado la noche de año nuevo por la televisión para que mediante él se adivinara el destino de su país para 1995. Al echar los dados el número obtenido los llevó a un verso que decía: "sálvanos, señor, de la barbarie". Teniendo en cuenta lo que sucedía en Rusia en aquel momento (el inicio de la guerra en Chechenia y la delicada situación económica y política del país), era un destino muy deseable.

Libromancia lo concebí me dice como un libro de bromas, juegos y adivinanzas. Jugando con los dados y los versos, muchas personas han encontrado en él ciertas cosas de sus vidas, o han visto reflejado parte de su destino. Es un libro extraño, que con frecuencia ha coincidido con los presentimientos de muchos lectores. Además, al final del libro vienen varias ilustraciones y collages realizados por mí. Me gusta mucho jugar con las palabras, con las vocales, con las letras, y con frecuencia se obtienen efectos inesperados. Desde muy joven he dibujado y me divierto mucho manejando colores, figuras caprichosas, vocales y palabras aparentemente caóticas que, sin embargo, al final adquieren un carácter bastante estructurado.

(Voznessenski me muestra las ilustraciones del final del libro que, de una manera u otra, hace referencia a grandes escritores: Esenin, Mandelstam, Ajmátova, Nabokov, Gumiliov, Proust, Allan Ginsberg, Pasternak... Al mirarlo allí en su casa tomando vodka Nikolái y hablando locuazmente, recordé las fotos, tomadas hace más de treinta años, en las que aparece en una sala del Kremlin hablando ante un auditorio de funcionarios y unos cuantos artistas. Fue la vez que Jruschev arremetió contra él, contra el novelista Vasili Aksiónov y el pintor Ylarión Golitzin. Cuando le menciono ese episodio, el poeta sonríe levemente y recuerda sólo un detalle:)

Yo estaba hablando ante el público en una enorme sala del Kremlin y detrás mío estaba el presidium encabezado por Jruschev y Brezhnev. De pronto escuché unos golpes en la mesa y la voz de Jruschev, quien, interrumpiendo, me decía:"Por qué usted, joven, ha venido al Kremlin sin corbata, sin camisa blanca y en suéter? Usted es un beatnik."

En la sala nadie sabía, a excepción mía, qué significaba esa palabra, beatnik. Desde entonces, en señal de protesta, nunca he vuelto a usar corbata...

(Voznessenski toma otro de sus libros, en donde aparece en varias fotografías con personas relevantes. Me dice:)

Aquí todavía aparezco con corbata, antes del incidente del Kremlin, en una reunión con Dimitri Shostakovich. En esta otra fotografía estoy con el filósofo alemán Martin Heidegger, en su casa. Creo que he sido de los pocos rusos que tuvo la oportunidad de hablar con Heidegger. En cierta ocasión yo hice una presentación en Freiberg y él asistió a mi recital. Luego, me invitó a su casa, donde me honró con su conversación y su inteligencia.


La última vez que vi a Brodsky fue en Estados Unidos, hace unos años. Recuerdo que conversa mos de muchas cosas: de su vida, de Rusia, de literatura, y lo mejor es que fue sin amarguras. Huboun momento en que yo comprendí la grandeza de espíritu de este hombre: se acercó a la ventana, miró, estaba atardeciendo sobre la ciudad, y por lo que me dijo la forma de captar ese instante, ese paisaje, comprendí que estaba ante un gran poeta.

(Voznessenski me muestra otras cosas interesantes: una carta que Jacqueline Kennedy le escribió, un poema que él le hizo después de su muerte y varias fotos en las que aparece con Bob Dylan, Pasternak, Jean Paul Sartre, Günter Grass, Louis Aragon, Robert Lowell y muchos otros escritores.

A mi pregunta de cómo fue que empezó a escribir, me responde que cuando tenía 14 años ya había escrito algunos poemas y un día se le ocurrió llevárselos a Pasternak:)

Creía que el maestro no iba ni a mirarlos, pero me llevé una buena sorpresa cuando unos días después el propio Pasternak me llamó por teléfono para hacerme comentarios sobre mis textos. Mis familiares no daban crédito al hecho de que Pasternak me hubiese llamado. Desde entonces empecé a frecuentarlo en su dasha de Peredilkino, y él me recomendaba libros, lecturas y a veces leíamos juntos a otros poetas.

Una vez en una comida conocí también a Anna Ajmátova, quien había llegado a visitar al poeta. Mi relación con Pasternak fue muy enriquecedora para mí, pero de alguna manera presentía que yo no debería caer bajo su influencia arrolladora, pues él era sencillamente un genio. Así que fue un poco difícil para mí, sobre todo al principio. Pero después fue más fácil, pues él nunca intentó imponerme sus gustos literarios, ni sus ideas. Todo esto lo cuento en mi relato autobiográfico "Tengo catorce años", que se incluye en este libro que quiero regalarle.

Hoy en día, soy el presidente de la Sociedad de Lectores de Pasternak y decidimos hacer en Peredilkino, en su dasha, un museo en su honor. Antes esto era imposible, porque muchos miembros de la Unión de Escritores y del gobierno sencillamente odiaban a Pasternak. Cuando llegó al gobierno de Gorbachov, le escribí personalmente una carta y él me contestó preguntándome qué era exactamente lo que se podía hacer con la casa de Pasternak. Así fue como se recibió cierto apoyo y desde 1990 se abrió el museo, que está aquí a cien metros de mi casa.

Qué opinión le merece todo lo que pasa ahora en su país, en estos años de postperestroika?

Todo lo que está pasando en el país me parece que está muy mal, pero siento que es el precio que debemos pagar por la libertad. Todos aquí, o casi todos, hemos luchado por la libertad, contra el totalitarismo, contra la censura, pero no sabíamos lo que iba a suceder: el aumento tan descarado de la criminalidad, por ejemplo. Tengo como un doble sentimiento sobre todo esto: de un lado, es terrible que los viejos, por ejemplo, se mueran sin recibir una atención adecuada. Uno de los sectores más golpeados por todos los cambios de estos años ha sido precisamente el de los ancianos. De otro lado, pienso que las consignas de todo tipo nos han hecho mucho mal: si antes nos decían que luchábamos por el socialismo, ahora gritan a todos los vientos que luchamos por el capitalismo, por el neoliberalismo. Son consignas idiotas.

Cuál neoliberalismo, si nosotros nunca hemos conocido nada del capitalismo? Nuestros dirigentes siempre han sido medio idiotas. Cuando hicieron la revolución, hace casi ochenta años, sabían exactamente qué era lo que había que destruir, pero nada sabían acerca de lo que debían construir. Ahora sucede lo mismo: no hay ideales ni concepciones. El país se ha desilusionado de la política. La corrupción es inmensa. Tal vez por eso, entre otras cosas, se empieza a observar un nuevo y creciente interés por la literatura. Ojalá sea así. De otra manera no sé hasta dónde se llegará en este país. Soy de la opinión de que pase lo que pase no me iré de mi país. Yo entiendo que otros se hayan ido y eso está bien, es su destino, pero yo no me iré aunque aquí caiga un diluvio. Y la razón es sencilla, mis lectores están aquí y eso para mí es suficiente. El poeta ruso no es un bailarín, ni tampoco un músico como Rostropovich: él debe vivir siempre aquí, de otra manera no tiene razón de ser.

La criminalidad ha aumentado tanto que es hoy día uno de los principales problemas que padecemos. Hace unos meses me robaron acá en esta dasha. Yo dormía en el estudio, en el segundo piso. Unos días después, los periódicos publicaron que la casa de Voznessenski había sido saqueada, que los ladrones se habían llevado aparatos eléctricos y otras cosas. Pero también decían que los ladrones habían olvidado los valiosísimos cuadros que tengo en el segundo piso. Ahora temo que vuelvan para llevárselos. Todo esto es terrible. Es terrible que maten a la gente por robarla, o por cualquier razón; es terrible el cinismo que nos invade. Pero lo más terrible de todo es pensar que de todas maneras no teníamos otro camino. Era imposible seguir viviendo como lo habíamos hecho bajo el socialismo. No veo una pronta solución a todo esto. Tal vez la mejor salida sea un poco surrealista, porque desde el punto de vista lógico esa salida es imposible.


Nuestros dirigentes siempre han sido medio idiotas. Cuando hicieron la revolución, hace casi ochenta años, sabían exactamente qué era lo que había que destruir, pero nada sabían acerca de lo que debían construir. Ahora sucede lo mismo: no hay ideales ni concepciones. El país se ha desilusionado de la política.

Cómo ve usted el panorama de la literatura rusa después de la perestroika?

Puedo decirle que hay una generación muy buena de escritores que hoy rondan los 30 años de edad. Son escritores muy bien formados, de una gran erudición y un talento creativo que se está poniendo en marcha. Por ejemplo, puedo citar al narrador y prosista Vladimir Sorokin, al novelista Andréi Makine quien ha tenido un gran éxito en Francia. Hace poco asistí a la presentación de la nueva revista Poesía y allí encontré jóvenes poetas que ya son autores de una obra importante, como Yuri Arábov, Alexander Eremenko y Alexander Trubin. Sé que hay una gran efervescencia entre los jóvenes: se reúnen, beben vodka, discuten, hacen sus revistas y publican. Por ahora, algunos de ellos todavía son más eruditos que creativos, pero creo que van por buen camino. En conclusión, puedo decir que en la actualidad hay muchas promesas y pocos resultados.

(Voznessenski no entró sigilosamente a la poesía rusa, sino que hizo explosión, como una fiesta de pólvora llena de metáforas de los más variados colores. Apareció desde el principio con una poética construida y estructurada. La génesis de su poética hay que buscarla, además de Pasternak, en el jazz norteamericano, en Ella Fitzgerald y Louis Armstrong, en los beatniks y la Piaf, en los ritmos de Tsvetáieva y en las rimas de Kirsanov, en la mirada equilibrada del arquitecto que llevaba dentro, en el collage que inventó en sus primeros libros con las culturas estadunidense y rusa, con la voluptuosidad de Marilyn Monroe y la perfección de movimiento de la bailarina Maya Plisétskaya. Todo esto junto, constituyó el singular fenómeno poético conocido en Rusia con una sola palabra: Voznessenski. Algunos de sus libros, como Antimundos, La sombra del sonido y Axioma, han alcanzado ediciones de hasta 200 mil ejemplares.)

Es más fácil publicar ahora que antes?

Claro que ahora es más fácil publicar, lo único que se necesita es tener dinero, un editor rico que se quiera arriesgar. Lo que no se puede es llegar a la gente fácilmente. Antes, si tenías el privilegio de que te publicaran, entonces todo el país se enteraba, te leían. Pero ahora es mucho más difícil. Se tiran pocos ejemplares y los libros, relativamente, son mucho más caros. Es una situación paradójica, que ha afectado la calidad de las cosas que se hacen. Los editores prefieren publicar libros que tengan salida: pornografía, historias de detectives, etcétera, pero poesía, muy poco. Para los jóvenes poetas es mucho más difícil publicar ahora, si no tienen dinero para editar por su propia cuenta sus libros.

Le gusta la poesía de Brodsky?

Se lo diré así: creo que es una poesía muy bien hecha, muy bien confeccionada, pero siento que no es para mí; indudablemente, Brodsky es un gran poeta. Me gusta tal vez su poesía escrita antes de que se fuera de Rusia, antes de que se convirtiera en un poeta occidental. Eran buenos versos. Nos conocíamos poco, nos vimos por primera vez en la Casa de los Literatos, y una vez que vino de Leningrado, me llamó para preguntarme si tenía un libro de un poeta inglés que ahora no recuerdo. Por lo general, los poetas de Leningrado y los de Moscú no teníamos muy buenas relaciones. Si Ajmátova quería a Brodsky entonces a mí casi ni me hacía caso. Para los poetas jóvenes moscovitas Pasternak era nuestro ídolo, para los de Leningrado lo era Ajmátova.

Después, nos vimos con Brodsky en algunas ocasiones. La última vez fue en Estados Unidos, hace unos años. Coincidimos, creo, en la presentación de un libro, platicamos y él me invitó a su casa. Recuerdo que conversamos de muchas cosas: de su vida, de Rusia, de literatura, y lo mejor es que fue sin amarguras. Huboun momento en que yo comprendí la grandeza de espíritu de este hombre: Brodsky se acercó a la ventana, miró, estaba atardeciendo sobre la ciudad, y por lo que me dijo la forma de captar ese instante, ese paisaje, comprendí que estaba ante un gran poeta. Nunca antes lo había experimentado así.