LA CIENCIA EN LA CALLE Luis González de Alba
A palos

Actividad en familia

La calle estaba oscura porque el farol vecino se había fundido. Bajo el árbol una familia bonita parecía limpiar la banqueta de la suciedad dejada por su perro. El era alto, ella también, muy alta y muy delgada. El niño tendría unos tres años, rubio, con el pelo rizado un poco largo. Era una clase paterna de civismo en una familia de buenas maneras. Los tres empuñaban ramas largas arrancadas al árbol y el niño se afanaba en barrer con la suya torpemente la acera, bajo la mirada complacida de sus padres, aunque consiguiendo apenas arrojar a un lado y a otro la suciedad del perro, seca y dura a juzgar por la facilidad con que rodaba a los varazos del niño. Pasamos de prisa, evitando pisar alguno de aquellos objetos largos y duros. El perro responsable de aquella falta contra el reglamento de policía y buen gobierno no aparecía, pero la noche era oscura. Acabamos de pasar a saltos sin ver al perro. Si el delincuente no era la mascota del niño, parecía un exceso de urbanidad permitirle jugar tan divertido con excrementos ajenos, o emplear las banquetas para enseñar limpieza. Fue éste un pensamiento apenas instantáneo antes de encontrar la mirada del padre y descubrir en ella una expresión inesperada: una sonrisa incómoda.

Un día infernal

Abríamos la puerta cuando el padre informó al niño que ya era suficiente: ``Ya tumbamos más de 20 capullos''. Entré con la palabra dando vueltas ¿capullos? y la puerta metálica se estrelló con el ruido de siempre, empujada por su resorte neumático. Días antes habían aparecido, caídas bajo el mismo árbol, una o dos gordas orugas negras cubiertas de antenas amarillas, hermosos animales que no dejan de producir cierto temor, y que por la tarde ya habían sido aplastadas. Resultó entonces clara la actividad familiar. Debía regresar y hablar con ellos. Las palabras apropiadas para inicio de la fulminante filípica aparecieron con nitidez de anuncio luminoso, eran: ¡Pero qué ociosidad! Los pasos hacia la escalera se volvieron lentos. La jornada había sido horrible. La Jornada también. El tráfico espantoso. Inútiles trámites bancarios, la demanda de un disk jockey, la de un cantinero que robaba, los últimos relatos de asaltos a bordo de taxis confabulados, un ex socio que se apropia de todo, San Juanico otra vez, la demanda de un loco satánico que debo responder en un juzgado, la tomadura de pelo de Ramona, medio millón en cheques sin fondos cuyos firmantes huyen; los ezetos que siguen negociando, por interpósita cocopa, con los mismos con quienes afirman que no negocian (ah la impunidad del fariseísmo), los conductores que nos echan sus autos a quienes pasamos por las rayas para peatones, los peatones que no usan los puentes, un largo artículo mío en LJS arruinado por la transformación de una nota en párrafo final. El antitodismo de moda... No, no saldría a defender mariposas.

Opciones

Pero algo había que hacer. La mejor opción era sin duda el ataque frontal y lleno de argumentos. Pero eso haría llorar al niño y la madre podría entonces, fácilmente, defenderse con el recurso insidioso pero efectivo, de cambiar el tema de la discusión y constituirse en hembra que defiende a su cría, imagen arraigada en los genes masculinos desde hace millones de años y que desde entonces resulta en la inmediata huída del macho agresor. Aun sin ese riesgo, tal opción estaba desechada por el abatimiento que nos produce el mundo. Otra era el cobarde lanzamiento, desde el balcón oscuro de la cocina, de una bolsa llena de miados. Pero no tenía ganas de orinar y el recurso me parecía indigno. Además de que siempre era posible que, con todo y el escudo de las cortinas, escuchara al marido gritar algo así como:¡ya te vi, González de Alba! Sí, era posible, como en aquellos baños sauna de París, donde tan divertido había estado, hasta que escuché exactamente esa frase.

Armas tomar

A la mitad de la escalera surgió otra opción en la que el niño no lloraba y la madre adoptaba una actitud más bien displicente. ``Pues a mí los gusanos me parecen horribles, son peligrosos y no quiero que alguno le vaya a caer encima a mi hijo. Además éstas son de las mariposas negras y peludas que me dan terror''. Entonces yo bajaba con una pistola y le decía: ``Señora, usted me acaba de otorgar el derecho de matar lo que no me guste y fíjese nada más que no me gusta usted, pinche vieja'', y bang, bang, bang. Pero claro, debería ser una pistola de petardos para que la discusión no concluyera con mi regreso a Lecumberri. Y no tenía pistola de ninguna.

La solución

Al entrar a la cocina para preparar un licuado de chocolate, la óptima Opción apareció deslumbrante como todas las soluciones en verdad acertadas. Había que aproximarse al niño, prodigarle una gran sonrisa, una ligera caricia en sus bucles y ponerse en cuclillas junto a él para estar a su altura. Luego coger uno de los capullos y decir lo que viene a continuación: Hola, chiquitín, estás muy trabajador, mira que bonitas estas cosas que tiraste del árbol tu solito. ¿Sabes qué son? Mira... (aquí, mostrar el capullo dándole poca importancia) aquí adentro se envolvió un gusano... ¿sabes para qué? Para que le salieran alas. Fíjate nomás. Aquí en su casita comenzó a transformarse, cada parte de su cuerpo se hizo otra distinta. De un gusano gordo y redondo como mi dedo, mira mi dedo, así, se comenzó a formar un cuerpo ligero, con dos largas antenas en la cabeza, unas patas largas que antes no tenía y sobre todo, ¿sabes qué?, unas alas más grandes que todo su cuerpo y que comenzaron a tomar muchos colores, aunque el gusano no tenía colores. En unos días iba a romper su capullo y a salir volando... Pero no saldrá (aquí voz sobreactuada), ¿sabes por qué, chiquilín?, porque tu papá la mató a palos. (Ponerse de pie por si acaso y concluir:) Así que acuérdate cuando seas grande de que tu papá te quiso enseñar a matar mariposas a palos, pero que tú no quisiste aprender.

Claro, para ese momento de lucidez, ya la familia y célula de la sociedad había desaparecido en la noche, rumbo a su merienda. La banqueta parecía estar llena de cacas de perro secas. Más de 20, si habíamos de creerle al padre.