En la economía globalizada que vivimos resulta esencial la percepción de que nuestras perspectivas comerciales y económicas no se limitan a este continente, al norte (Estados Unidos y Canadá) y al sur (Centroamérica, Pacto Andino y el Mercosur), sino que se extienden al oriente, con Europa, y con las naciones asiáticas del Pacífico, al occidente.
Este mapa resulta fundamental para diversificar los contactos económicos, ampliar las posibilidades de exportación y reducir, de esa forma, la excesiva dependencia del TLC. Pero, al mismo tiempo, ha de operarse con conciencia de los límites inmediatos del comercio con la Cuenca del Pacífico.
En efecto, los intercambios con las naciones de esa región ofrecen más posibilidades para un futuro indeterminado que a corto o mediano plazo. El proteccionismo, por un lado, y la diferencia de desarrollo industrial o de costo laboral (sobre todo en el caso de China), por el otro, reducen las posibilidades mexicanas en el campo de la exportación y amenazan a nuestra industria con una inundación de productos de todo tipo, desde los agrícolas y semielaborados hasta los de alta tecnología.
En una perspectiva política surge también como obstáculo al comercio chino-mexicano el conflicto latente entre Estados Unidos y China, diferendo que está llegando ya al nivel de las amenazas estadunidenses contra Pekín, como lo demuestra la sugerencia del Departamento de Estado de que China estaría ayudando a Irán y a Pakistán a desarrollar su armamentismo nuclear.
China ocupa un espacio cada vez mayor en el comercio exterior estadunidense y el déficit de la balanza comercial de nuestro vecino del norte con ese país asiático crece sin cesar. Adicionalmente, Washington teme la eventual constitución, para su perjuicio, de un bloque del Pacífico, basado en un eje entre Japón y la China del año 2000 --que incorporará a Hong Kong, acaso también a Taiwan, que tiene poderosas minorías en los países más desarrollados de la región-- y que sería capaz de aglutinar los intereses de las otras naciones del área.
Dadas las relaciones entre México y Estados Unidos, en el caso de una creciente tensión entre Washington y Pekín, probablemente nuestro país tendría que adoptar un perfil bajo, sobre todo considerando que el comercio con China es limitado y deficitario y que, al ampliarlo, podría incrementarse el superávit a favor de esa nación asiática.
Quedan las ventajas políticas generales, como las que se pueden lograr con una política de coincidencias en la ONU, en el campo de la negociación del ingreso chino en la Organización Mundial de Comercio, o en el de la internacionalización de los contactos diplomáticos mexicanos, así como en el de la resistencia a la anulación de la identidad nacional por la acción de las grandes trasnacionales económicas y de la información. Queda, por último, y eso no es poco, la ventaja grande de la verificación de que el mundo globalizado es multipolar y de que, como en todos los grandes periodos de crisis y de cambio, es posible sacar provecho económico y político de las divergencias entre los bloques poderosos para trabajar en pro del desarrollo y defender las independencias nacionales.