En el caso del financiamiento a partidos y campañas políticas --incluido en la menguada reforma electoral-- prevaleció, como dice el presidente Ernesto Zedillo, la visión de Estado ``por encima de la óptica necesariamente parcial de cada partido político''. Se impuso, efectivamente, la visión de un Estado concebido como patrimonio y monopolio del PRI, en la cual la oposición debe conformarse con las porciones de poder que el régimen vigente tenga a bien concederle.
La visión zedillista de Estado se identifica, pues, con los intereses del PRI, al cual es necesario dotarlo de recursos cuantiosísimos porque el dinero, no la convicción partidaria, es el que ha propiciado, sobre todo en los últimos años, los triunfos priístas mediante la coacción o lo que popularmente se llama compra de votos. Un PRI sin dinero es un partido perdidoso, suponen los priístas, sin caer en la cuenta de que cada vez con más frecuencia lo es a pesar de sus caudales.
Al hablar de tal visión de Estado, el Presidente censuró también a la minoría que pretende imponer su parecer. No pudo percatarse, como tampoco han podido hacerlo el secretario de Gobernación y el líder priísta que eso, imponer el parecer de la minoría, fue exactamente lo que ocurrió con los financiamientos aprobados. ¿O alguien podría suponer, en el colmo de la ingenuidad, que el gobierno y su partido constituyen hoy por hoy la mayoría del pueblo mexicano? Ni siquiera considerando la abultada votación de Zedillo en 1994 pueden considerarse mayoría los priístas. Recuérdese que el actual mandatario recibió, en cifras cerradas, 17 millones de votos, pero también hubo 18 millones de sufragios en su contra. Y después de la crisis cuyos efectos aún padecemos, difícilmente conserve hoy el apoyo comicial que tuvo ayer. O sea, excepto la formal, por ninguna otra parte puede considerarse mayoría el régimen de partido de Estado.
Desde otro ángulo, supone el Presidente que los cuantiosos recursos oficiales destinados a los partidos los librarán de la posibilidad de captar dinero sucio, en obvia referencia al narcotráfico, pero éste es otro argumento engañoso. Con ese criterio, ¿cuánto sería necesario darles a los policías y jueces para que no se corrompieran? Obviamente ése no es el camino, sino el de privilegiar valores más altos que la conservación del poder a cualquier precio. Pero además, ¿cómo tener la certeza de que los dineros asignados serán los únicos que del gobierno recibirá el partido de Estado? ¿Cómo saber que no obtendrá otros adicionales por los ilegítimos canales acostumbrados?
Algún priísta dijo que aceptar la limitación de recursos equivalía a cavar la tumba del PRI. Se equivocó. La tumba ya está cavada. Sólo falta su ocupante. Y no tardará en caer, empujado por la sociedad y con la colaboración de dos poderosos enterradores, palas en ristre, el PAN y el PRD.
Lamentablemente sus ostentosos funerales serán muy gravosos para el erario. Aunque pese a todo, no resultarán tan onerosos como ha sido su existencia para la causa democrática.
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De continuar en las mismas, el Canal 22 seguramente será recriminado por el secretario de Gobernación, Emilio Chuayffet, tan exigente en cuestiones lingüísticas como lo sabe Manuel Camacho. Hay errores y erratas disculpables cuando son excepciones, pero se tornan inadmisibles cuando son frecuentes.
Resulta que el 22 no sólo difunde incorrecciones como decir y repetir en la traducción de un programa sobre Charles de Gaulle que el canciller alemán Eisenhower (en vez de Adenauer como incluso se escucha en la voz del narrador francés), sino que comete erratas relevantes como cuando en su publicidad a toda plana alude a ``la historia de un periódico anticomunista que de pronto se haya ante una conspiración verdadera''. Nada de esto le resta mérito a la encomiable labor del 22. Pero sí la deslustra.
El otro canal cultural, el 11, no canta mal las rancheras, como cuando el erudito Gerardo Kleinburg habla de ``dos óperas que de alguna manera se adecúan (en vez de adecuan) a las características vocales...'' y el admirable Lorenzo Meyer afirma que ``una parte que no debe pasar desapercibida (en vez de inadvertida) de este fenómeno es su universalidad''.
Meyer se refirió recientemente así al fenómeno de las telenovelas, tema que trae a la mente el caso de Nada personal, que acaba de ser desequilibrada con la salida de Ana Colchero, su protagonista femenina. Uno se pregunta el porqué no se dejan de tonterías todos --inclusive La Tal Alondra adorable que le enviaba pasajes de Shakespeare al subcomandante Marcos-- y, en honor de su teleauditorio, vuelven todos a la normalidad.