Miguel Angel Velázquez
Una Francisca en el pasado de La Paca
El sol de aquel marzo empezaba a anunciar el final del invierno de 1989; en el gimnasio G-2 en Santa Cruz Meyehualco se servía un desayuno para 350 personas, más o menos. El acto oficial era el marco para la renovación de los líderes vecinales de la delegación Iztapalapa.
Era el momento del chisme, ese lapso entre el café y el último bocado de frijoles refritos y huevos revueltos, en el que se dice algo de los demás y se lanzan las reflexiones propias sin miedo al ridículo, cuando el chillido retumbó en el jacalón.
--¡Justicia, queremos justicia!
Bonifacio Juárez Mujica y Francisca Zetina irrumpieron en el inmueble, tintos en sangre; la mujer pedía a gritos, encolerizada, chispeante de odio, que se ejerciera la ley en contra de los militantes de la Conamup, con quien había tenido un enfrentamiento momentos antes.
En ese momento terminó el desayuno, la atención de todos se centró en aquella mujer y su acompañante. Casi todos sabían de quién se trataba. Casi todos conocían parte de la historia de la lideresa que trabajó para darle la presidencia de la colonia Lomas de Santa Cruz a Bonifacio Juárez. En todas partes se comentaba que la dupla Zetina-Juárez habían derrotado nada menos que a Ricardo Hernández, un hombre instruido, pianista de profesión, militante del Conamup, a quien se le conocía como El Hijo de Zaratustra, pero más que nada, por boca de los vecinos corría la especie de que si bien Bonifacio Juárez era el presidente de la colonia, Francisca ejercía el poder.
La poderosa mujer había llegado, atestiguan algunos, huyendo de Lomas de Becerra, donde se dice que traicionó un movimiento de colonos, pero nadie da con precisión, cuando menos en Santa Cruz, los datos del pasado inmediato de Doña Francisca, como le decían.
Lo que sí constaba a los habitantes de esas tierras fue que Francisca Zetina era una gente ``difícil, ignorante, jodida y muy corrupta''. La Zetina era dueña de una concesión de Conasupo por medio de la cual tenía una tienda donde se autorrobó cuando menos un par de veces.
Y no sólo eso. Aún se recuerda que sin ningún sentimiento de solidaridad para con sus vecinos, más pobres que ella, Francisca vendía la pipas con agua que la delegación enviaba gratis a los moradores de esas lomas.
El poder de la Zetina crecía, junto con sus ``ahorros'', mientras que Bonifacio nada más actuaba como el presidente en los momentos en los que había que enfrentar a los funcionarios en asuntos de poca importancia.
Las ambiciones eran muchas y se compartían entre familia. Patricia Zetina, la hermana, casada con un burócrata de responsabilidades muy reducidas, era un empleado más y Patricia esperaba algo más de la vida.
Por aquel tiempo aparece en Lomas de Santa Cruz un hombre un tanto diferente a los habitantes de la zona. Siempre con la guayabera blanquísima, siempre bien afeitado. Ramiro Aguilar no tarda en convertirse en el mejor amigo, en el ``amigo íntimo'', aún se recuerda, de Patricia. Ramiro, nacido en Jalisco y según él mismo contaba, líder de colonos en San Miguel Teotongo, estaba muy ligado al priísmo y es poco inteligente, pero quienes saben de él lo califican como ``muy rudo'', raro, dicen otros, ``era como algún tipo de tipo de agente, de informante...''
Las cosas empezaron a complicarse para Bonifacio, que decidió con la ayuda de la gente de la colonia, deshacerse de Francisca, que no conforme con lo sacado de su ``liderazgo'', fue en busca de la esposa de Bonifacio a quien le propinó una feroz golpiza por la que tuvo que permanecer varios días en cama. No obstante la separación de los quehaceres del liderazgo y de su venganza, y ya con más de 15 demandas en su contra, Francisca, su hermana Patricia y Ramiro, además del esposo de Patricia, claro, siguieron el camino de la prosperidad.
El marido de Patricia entra a trabajar, entonces, al lado de Raúl Salinas, que poco tiempo después conoce a Francisca con un pequeño detalle de diferencia: Francisca Zetina era simplemente La Paca inseparable de su hermana Patricia y de aquel Ramiro, el informante, el de la guayabera inmaculada.
Para aquel tiempo la metamorfosis de Francisca Zetina ya había concluido. Su nombre se transformó en Paca, su hablar arrastraba la zetas y la mujer había superado los poderes del liderazgo de colonos por la videncia del futuro.
Pero La Paca de Hoy tiene una Francisca en su pasado. Así lo cuenta el diario UnamásUno de antes, de 1982. En Junio de aquel año, los matutinos en el Distrito Federal daban cuenta de un desalojo de invasores en Alvaro Obregón.
En ninguno, salvo UnomásUno, se daban datos sobre los heridos o de quién lidereaba a los colonos invasores. La crónica en ese periódico señalaba a cuatro heridos y cerca de 5 mil desalojados por policías y motoconformadoras que derribaron las casas de los que se habían posesionado de los predios en un lugar llamado Jalalpa El Grande, allá por Santa Fe.
En ese mismo rotativo se identificó entonces a Francisca Zetina como la mujer que había manipulado a la gente y que les había impelido a arrojar piedras y botellas en contra de los granaderos, lo cual provocó el zafarrancho.
En recientes investigaciones, el diario Siglo 21, que se publica en la ciudad de Guadalajara, asegura que en aquel desalojo fueron 150 los muertos.
Los que aún recuerdan lo pasado en Jalalpa, dicen que Francisca Zetina formó una asociación de colonos bajo el nombre de ``Lomas de Zetina''. Eran 900 mil metros cuadrados de un terreno intestado que ella se había adjudicado.
En los terrenos considerados de alta peligrosidad por estar asentados en tierras minadas, se construyeron viviendas precarias para cerca de 5 mil familias: la filiación a la asociación que proporcionaría los terrenos se hacía por medio de una credencial que elaboraban la madre y la hermana de Francisca, y se vendían a 3 mil pesos cada una, además de los 175 mil que debía aportar cada familia para que se les considerara en la rifa de los lotes, porque quien resultaba ganador entraba en posesión de su terreno de inmediato.
Pero Francisca se enemistó con el delegado Raúl Zárate Machuca y vino el desalojo. El representante del gobierno en esa demarcación fue a parar a la cárcel por fraude, Francisca estuvo, dicen algunos, un par de semanas tras las rejas y salió huyendo de aquel lugar hacia Iztapalapa.
De todo esto tuvo conocimiento la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal, donde el ahora fiscal especial, Pablo Chapa Bezanilla, trabajó durante muchos años.
Pero eso está en el olvido. Hoy La Paca conversa con el futuro, adivina, mira, desde su mente los horrores del pasado, aunque no los suyos, e informa al procurador general de la República, Antonio Lozano Gracia, lo que sus investigaciones no encuentran; pero más que eso, el abogado de la nación cree en La Paca y en un informante anónimo: Ramiro, aquel de la guayabera inmaculada.