Bernardo Barranco V.
El papa y Fidel, duelo de estrategas

El histórico encuentro que sostuvieron el papa Juan Pablo II y Fidel Castro en Roma, dos grandes estrategas políticos de fin de siglo, desdibuja el tablero geopolítico internacional ya complejo desde el fin de la era bipolar. La carta vaticana es peligrosa y seguramente ya lo habrá medido el experimentado comandante Fidel Castro. Pareciera que Cuba encuentra en el Vaticano un poderoso aliado internacional para enfrentar el histórico bloqueo y la unilateralidad de la ley Helms-Burton, condenada explícitamente por la Santa Sede; postura a su vez, reprobada no sólo por grupos cubanos residentes en Estados Unidos sino por la propia Conferencia Episcopal norteamericana. Castro tiene necesidad imperiosa de romper el aislamiento para activar la decaída economía, mientras el Papa podrá robustecer las condiciones materiales, jurídicas y políticas de su Iglesia local. En el fondo el Vaticano pretende, a partir de los derechos humanos, asegurar el creciente posicionamiento que la Iglesia católica cubana ha ganado en los últimos diez años. Esta posición rindió frutos sorprendentes en el este europeo, cuando el papa Wojtyla decidió transformar la ostpolitik del cardenal Casaroli por una política más agresiva en torno a los derechos humanos que incluyen libertad de conciencia y de creencias.

Por increíble que parezca, la historia moderna de la isla caribeña ha estado ligada en momentos críticos a la intervención del sumo pontífice. Recordamos la efectiva mediación secreta, siguiendo las investigaciones del vaticanista italiano Giancarlo Zizola, del papa Juan XXIII durante la crisis de los misiles en Cuba, que estremeció al mundo en octubre de 1962 y que tuvo como principales protagonistas a John F. Kennedy y al entonces dirigente soviético Nikita Kruschev. El actual apoyo romano tendrá quizá un precio muy alto que pagar, esto es, una visita a la isla por parte del papa polaco el próximo año. Aquí gira todo el simbolismo de los hechos ocurridos en Europa del este, particularmente la firmeza y contundencia de Juan Pablo II en Polonia que sin duda precipitaron la caída del régimen socialista. ¿Sucederá lo mismo en la isla? Cuba es el único país latinoamericano no visitado por el pontífice: ¿tendrá capacidad de convocar masivamente al pueblo cubano? ¿Será catalizador, como en Polonia, de la precipitación del sistema socialista? Estas preguntas no podrán responderse con seriedad sin tomar en cuenta el arraigo, fuerza y capacidad organizativa de la propia Iglesia cubana.

Antes de la Revolución de 1959, en Cuba, como en la mayoría de América Latina, más del 90 por ciento eran católicos. El mismo Fidel tuvo una formación jesuítica y participó en movimientos como la Juventud Estudiantil Cristiana (JEC); muy pronto el nuevo gobierno revolucionario se distanció de la Iglesia, desde 1962 se le acusaba de ser instrumento contrarrevolucionario; la desconfianza se generaliza, y sobrevienen las expulsiones de curas y confiscaciones. En 1960 había cerca de 800 sacerdotes y 2 mil 250 religiosas; hoy apenas son 240 sacerdotes y 400 religiosas. Entre fines de los años 60 y 70, los católicos cubanos asumen tres posturas: la de los nostálgicos del pasado asociativo vivido en los 50; la de los entusiastas colaboracionistas inspirados en la Teología de Liberación, que pretendieron sumar la acción religiosa a la revolución, pero que en realidad fue una minoría que se desgastó al no encontrar eco ni en el propio gobierno ni en la jerarquía católica, cuyo cordón umbilical a Roma le aislaba de las corrientes latinoamericanas de la época. Finalmente la tendencia predominante fue la llamada iglesia hacia dentro, refugiada en la liturgia, la acción discreta y de modesto perfil; en suma, en la llamada ``iglesia del silencio''. Hay que reconocer que Castro no ha sido claro en torno de la cuestión religiosa. En el plano interno ha condicionado y limitado estructuralmente su desarrollo mientras en el exterior ha manifestado sus simpatías hacia diversas formas de la Teología de la Liberación; es más, en los 70, llamó a los cristianos revolucionarios a establecer una ``alianza estratégica'', se encontró en Chile en 1971 con los del movimiento ``cristianos por el socialismo'', y en 1978 sostuvo un diálogo semejante con pastores protestantes.

La Iglesia cubana ha ganado presencia con acciones asistenciales y humanitarias. La crisis y la escasez han colocado a la Iglesia, que ha recibido millones de dólares y apoyo en especie del exterior, en una situación de privilegio. A través de las parroquias canaliza medicinas, ropa, comida, útiles escolares y sobre todo materiales para vivienda. El Papa llegará a uno de los últimos bastiones del socialismo del que se siente vencedor, al que considera reminiscencia ``jurásica''; una vez que arribe hablará fuerte: más que derrocar el régimen procurará legitimar y proteger su Iglesia. El comandante cubano le recibirá en el aeropuerto con todo protocolo, sabrá muy bien lo que está en juego y tendrá presente sin duda la confesión que le planteó años atrás al dominico brasileño Frei Betto, entrevista que se hizo libro y que dice: reconozco que ``...las revoluciones han sido inflexibles pero ninguna institución ha sido más rígida e inflexible, a lo largo de la historia, que la Iglesia católica''. Tendremos nuevamente, cara a cara, a los dos últimos grandes estrategas de la geopolítica del siglo XX.