Los reacomodos de las simpatías partidistas de los electores a raíz de las recientes elecciones en el estado de México, Coahuila e Hidalgo y el recuento de las razones que movieron a la aprobación del Cofipe, son ya del dominio público en sus líneas más gruesas. Queda un remanente de finuras que se irá hilvanando en los días por venir. Pero el gran diseño ha sido expuesto y absorbido por los distintos actores.
La ruptura del modo consensual para arribar a tan delicados acuerdos legislativos revela, sin grandes dotes para la investigación, un conjunto ominoso de señales emanadas desde las cúpulas decisorias.
Todo indica que el mensaje de las urnas fue leído de manera disímbola. La oposición se inundó de optimismo y otea un horizonte de posibilidades ilimitadas para su acceso al poder. La conducta de los urbanitas, dicen, les ha confirmado sus más recónditas profecías: pueden ganar el gobierno de la gran ciudad sin ayuda y, en una de ésas, hasta el mismísimo Congreso. Sus propias fuerzas les bastan. El temor escénico en cambio, se enseñoreó de los mandos priístas. De inmediato se dieron a la tarea de cortar los puentes por donde la oposición podía interponérseles en el camino hacia el espaldarazo del rumbo adecuado (97). El costo que deberían absorber se juzgó pagable. El financiamiento debería desbordarse sin penalidades y la coalición en el DF quedó cancelada.
Sin embargo, las disyuntivas para la acción que a la actualidad del país se le presentan parecen encajonarse de tal manera, que configuran sendos problemas de espinoso tratamiento. Recuperar para el dúo PRI-gobierno las simpatías que se pierden con la misma velocidad de los escándalos, la caída del salario, la pauperización masiva y el cierre de oportunidades, se entreveía como la resultante de dos conjuntos de acciones simbióticas. Por un lado el agrupamiento de la militancia priísta en torno a una mística renovada con su XVII Asamblea y, por el otro, la inducción, desde el gobierno, de una reactivación económica a partir del 96 con base en un gasto público de vigoroso clientelismo.
Pero el año de la recuperación anhelada toca a su final y la marcha de la economía se despliega en sus postreros cuan discordantes rumbos y acciones. La imagen que va quedando de ella habla de una fábrica nacional que recupera energías en sus sectores conectados con el mundo exterior, no así por el consumo interno que sigue despeñándose aunque a menor ritmo de caída. Si bien el desempleo ha perdido por fortuna cierto dinamismo y se restituyen algunos puestos cancelados por la debacle del 95, el salario continúa su escandaloso deterioro llevándose consigo la poca esperanza de un sueño mexicano de prosperidad a la medida de los esfuerzos personales. El ahorro, fuerza motriz en la que han sido depositadas todas las expectativas para financiar el crecimiento, no hace su entrada triunfal. Las famosas Afores, recipientes que pondrían en eficiente movimiento los cuantiosos fondos que los trabajadores depositarán en sus manos, van a resentir el retraso impuesto por la sequía presupuestal y los retobos de un sistema de pagos todavía en riesgo. Los pocos recursos públicos disponibles son el campo de batalla de los gambusinos que buscan el oxígeno del erario. Las carreteras, los bancos y el IMSS le han achicado aún más el margen de decisiones al Ejecutivo y son concursantes de primera línea a ser atendidos en el 97. El déficit anunciado (.5 por ciento del PIB) parece imposible de contener y se agranda hasta un 2 o 3 por ciento. Arriba de lo cual todo parece nebuloso a pesar de los atajos diseñados con el financiamiento privado de infraestructura. La presión para que Pemex entre a la subasta de recursos adicionales hace palidecer a los hacendistas que navegan con sus ingresos incautados.
Las urgencias sociales han sido una vez más pospuestas y las rupturas no se han hecho esperar. Aún cuando la conexión entre pobreza y balas no es directa ni causal mecánica, el caldo de cultivo, la excusa, el medio de reproducción existe y es un buen catalizador. Tres conjuntos guerrilleros en el horizonte de las referencias nacionales son ya una combinación mortífera y se tornan continuos puntos de medida del costo país y la inestabilidad. Al ``no pasa nada'' de todas las consignas estúpidas, la hicieron jirones los enmascarados con AK-47. Por lo demás, el giróscopo de los acontecimientos parece centrarse en las reacciones de la sociedad ante los subterfugios adoptados, sus penurias incontestables y las reducidas opciones entrevistas. Al 97, con todo y sus limitantes y asfixias, se le espera bien si no lo ahuma otra explosión de gasolina.