Jorge Legorreta
Despertar la imaginación ambulante
Hay dos formas de entender la ciudad. Una, resultado de actos administrativos, de planos coloreados por los planificadores o de las visiones ideales de algunos funcionarios. Otra, como una expresión de su sociedad, de sus necesidades reales y de sus fuerzas sociales. Esto, a propósito del ultimátum dado por el gobierno capitalino al mercado ambulante para que, a partir de ayer 27 de noviembre, desaparezca del Centro Histórico. Sin pensar por supuesto que se trata de un acto recurrente de la magia, es un plazo más de los muchos dictados en los últimos 15 años el cual desafortunadamente, como otros, será cumplido temporalmente; es decir, mientras dure la presencia de los cientos de granaderos apostados en las calles.
La solución al comercio ambulante no está en su prohibición jurídica o represión gubernamental. No está en las visiones parciales de un sector gubernamental que quiere ver las calles limpias y acordes a una ciudad por ellos idealizada. La solución está en reconocer al comercio ambulante como producto de necesidades sociales, e incluso, de una cultura del consumo conformada por los medios televisivos. Recurramos a un ejemplo: millones de niños presos de los programas donde emanan las violencias de seres galácticos y todopoderosos, anhelan esta navidad, un power rangers. En los almacenes de prestigio y del comercio establecido los hay exclusivamente con lucecita y cuestan 85 pesos; en el mercado ambulante se consiguen hechizos por las manufacturas chinas y tepiteñas (sin lucecita) en 6 y 8 pesos. Como éste, miles de mercancías útiles son parte de necesidades reales, no para el consumidor ``horrorizado'' del ambulantaje, sino para otros sectores más amplios, los que sólo pueden recurrir por sus ingresos, a esa forma de comercio; y lo hacen porque no hay otra forma de adquirirlos.
Insistimos. Al comercio ambulante no lo sostiene la corrupción ni los liderazgos políticos. Ambas prácticas, sólo lo hacen operar mediante millonarias ganancias para funcionarios y dirigentes. No se erradicaría con sustituir inspectores, encarcelar o reprimir a sus dirigencias, pues otros ocuparían su lugar. El comercio ambulante lo crea y lo sostiene la demanda, por cierto acrecentada a partir de la operación del Metro en el Centro Histórico. ¿Cómo y dónde resolver las necesidades reales del comercio para millones de compradores en una ciudad que ha dejado de construir mercados públicos desde hace 15 años?
La mayor parte de las plazas comerciales de los ambulantes han fracasado por sus deficientes estrategias de ubicación. En cambio se autorizan las ubicaciones convenientes de las grandes macroplazas y hasta se adecuan sus vialidades con cargo al erario público, como las trasnacionales Home Mark y Price. Los grandes consorcios trasnacionales del comercio y los almacenes de prestigio aspiran a convertirse en los únicos espacios del comercio, a semejanza de las grandes ciudades norteamericanas. Las fuerzas económicas del monopolio no son ficción, están presentes y actúan; hoy ocupan al pequeño y mediano comercio establecido contra el ambulante; pero mañana irán tras él, para exigir también su desaparición por sus ``competencias desleales''. Esta visión de la modernidad es la inspiradora de los actos autoritarios y amenazantes contra un sector informal de comercio en la ciudad.
Lo aparente son los enfrentamientos entre ambulantes, y entres éstos con las fuerzas públicas. Pero lo que subyace es el enfrentamiento de los contradictorios intereses entre el comercio monopólico y el ambulantaje. El gobierno capitalino deberá medir con mucha sensibilidad política las consecuencias de su actuación, inegablemente a favor de la modernidad monopólica. La intención de desaparecer el comercio ambulante del área central de la ciudad, que iría más allá de su perímetro ``A'', conducirá irremediablemente a estériles enfrentamientos violentos; o bien a convertirlos en delincuentes para sobrevivir. Es mejor despertar la imaginación gubernamental sobre los ambulantes, para conformar los espacios adecuados y dar así cabida a las necesidades y el derecho de consumo popular que tienen ante la crisis, millones de habitantes en la ciudad.