Jean Meyer
Fidel y Juan Pablo

¿El diablo en el convento? Al ir al Vaticano y declararse impresionado por la personalidad de Juan Pablo II, Fidel Castro, el amigo de fray Betto, el dominico brasileño no ha puesto sus barbas a remojar; tampoco ha recibido el abrazo de la muerte por parte del ``papa que vino del Este''. Fidel, ``el Supremo'', quien sorprendió a más de uno cuando, allá por 1960, soltó la carcajada al decir: ``Yo he sido comunista desde siempre'', está dispuesto a muchas cosas para mantener su poder.

Fidel forjó el mito de una Iglesia católica entregada al tirano corrupto Batista, de una Iglesia confabulada con los ``gusanos'' y los agentes de la CIA; la confabulación vino después de la ruptura entre Fidel y los cristianos revolucionarios, tanto protestantes como católicos. Los mejores dirigentes del directorio revolucionario cayeron en la lucha contra el tirano: José Antonio Echevarría, católico; Frank País, bautista. Huber Matos, comandante de la Sierra, encarcelado 30 años por Castro, es bautista. Faustino Pérez, uno de los dirigentes del Movimiento 26 de Julio, presbiteriano. Cristiano también, el P. Sardinas, comandante del ejército rebelde que tuvo sus capellanes católicos en el Oriente. A Fidel se le olvidó muy pronto su afirmación, a la hora de la victoria de una revolución que aún no había confiscado: ``los católicos de Cuba han prestado su colaboración decidida a la causa de la libertad''. Precisamente: de la libertad.

Adentro del Movimiento había una tendencia nacionalista, reformista, a veces democrática, a veces autoritaria. Los católicos, en su mayoría, se identificaron a esa tendencia que, antes de seis meses, se vio marginada, antes de caer a la cárcel, huir en exilio o remontarse a la sierra, de nuevo. En 1960 Fidel pospuso sine die las elecciones prometidas y en mayo afirmó: ``quien es anticomunista es contrarrevolucionario''. La Iglesia católica contestó con una pastoral ``Roma o Moscú''. Playa Girón, en abril de 1961, no hizo más que precipitar el inevitable desenlace. Una ola de terror masivo encarceló a 100 mil personas y provocó el segundo exilio, ya no de los ``gusanos'' sino de las clases medias y de los revolucionarios. Entre los encarcelados y los exiliados fueron muy numerosos los católicos. De hecho el clero quedó reducido por muchos años a unos 200 sacerdotes y otras tantas religiosas. Cabrera Infante cuenta que en esos años, frente a los paredones, se oía el grito de ``Viva Cristo Rey''. Fue hasta 1994 cuando la Constitución castrista se afirmó laica: antes afirmaba un ateísmo de Estado muy soviético, hostil a todas las manifestaciones religiosas, sea eclesiales, sea populares.

Entonces ¿Por qué esa visita? ¿Por qué tres días después, Fidel permite la llegada a Cuba de 50 sacerdotes extranjeros que van a trabajar de planta? Con Gorbachov, en diciembre de 1989, el papa habló de libertad de conciencia y de derechos religiosos. Con Fidel tocó los mismos temas; Castro busca la normalización de las relaciones con la Iglesia y ya dio un adelanto con ese permiso. Espera su apoyo en la lucha contra el embargo norteamericano, como en 1989, cuando invitó (en vano) al papa a visitar Cuba y a formar una ``alianza estrátegica entre cristianos y marxistas''.

Juan Pablo II hace la síntesis entre una oposición ética intransigente al comunismo, una crítica no menos dura al capitalismo y la voluntad de diálogo y acercamiento. En su lógica anticapitalista, diez veces reafirmada, el papa ha condenado tanto el embargo como la ley Helms-Burton. Cayó la URSS; China y Vietnam gozan de las delicias del mercado y de un capitalismo desatado; los ayatolas olvidaron sus condenas iniciales contra el capital. El papa de Roma es el último, es el único terco en recordar la supremacía del bien común, en afirmar que si no es un instrumento al servicio del hombre y de la justicia, el capital no es más que el ``Mammón de iniquidad'', el ``deshonesto dinero'' y que ``no se puede servir a dos amos, no se puede amar a Dios y al dinero''.