Carlos Monsiváis
El séptimo Informe Presidencial
Carlos Salinas de Gortari, aprovechando la solícita presencia de un delegado de la PGR, ofreció su ``testimonio'' sobre el caso Colosio, que no es en rigor sino un apéndice de su sexto Informe Presidencial. En el ``testimonio'' (en la magna alabanza de sí) Salinas de Gortari se excede un tanto en sus funciones de gobierno y nos aloja brevemente en su intimidad. Así fueron las cosas, o así debieron ser. No sólo nos hallamos ante el inocente más calumniado de la Historia, algo que ya intuimos luego de que José Córdoba proclamó su humilde lugar remoto en la Corte salinista, también leemos las remembranzas del jefe del candidato Luis Donaldo Colosio durante la campaña, del ser excepcional que no cometió error alguno, salvo el pequeño detalle de nombrar a Manuel Camacho comisionado de la paz en Chiapas. Nadie se engañe: la víctima en el Caso Colosio no fue el asesinado, sino el Presidente. Dudar de él es infamar a México, duplicando con el solo rumor la invasión de 1847:
``Atenta contra la legitimidad de nuestras instituciones y la estabilidad de nuestro país al sugerir que desde la Presidencia de la República pudiera haberse concebido aquel delito cuya consecuencia ha sido nada menos que trágica. El crimen en contra de Luis Donaldo Colosio fue, y que quede esto muy claro, un golpe tremendo en contra mía y de mi gobierno. Si alguna estrategia política quedó dañada a raíz del crimen, fue la que compartimos Colosio y yo con las principales fuerzas representativas de la sociedad mexicana''.
Demasiado en un párrafo. Para empezar, la consecuencia del delito ha sido nada menos que trágica. La tragedia ocurre después de la tragedia, y la consecuencia del delito no es la obvia, un asesinato en Lomas Taurinas, sino la que resulta del daño a la imagen presidencial. Ese es el golpe tremendo: el ``linchamiento moral'' de Salinas, no la extinción física de su colaborador. Y a esto lo complementa el lamento por la estrategia dañada, que involucra a ``las principales fuerzas representativas de la sociedad mexicana'', nuevo sinónimo del PRI y de los empresarios que apoyaban el proyecto de 24 años de duración. ¡Qué desastre histórico!
En su séptimo Informe, Salinas nos entera de cuán maravilloso fue siempre su comportamiento, salvo ese implante del talón de Aquiles. La actitud protagónica de Manuel Camacho y su manejo de esos títeres que informan (``el uso que hizo de los medios para promover lo que parecía ser una candidatura independiente''). Pero la señal en el cielo apareció de inmediato, y el salinamóvil traslada la voluntad de enmienda al lugar de los hechos.
``No sólo como Presidente sino también como militante de mi partido me daba cuenta que se estaba creando confusión por las actitudes del comisionado. Por eso a finales de 1994 me reuní con los miembros más destacados y los líderes de todo el priísmo del país en Los Pinos y pronuncié ante ellos un discurso de apoyo al candidato Colosio, haciendo ver sin ambigüedades y con claridad poco usual tratándose de la expresión de un Presidente de la República sobre un candidato a la Presidencia, que Luis Donaldo Colosio era el único candidato del PRI y que con el voto popular yo estaba seguro que alcanzaría la victoria en una elección libre y democrática. La reacción de los priístas fue contundente. Posteriormente Luis Donaldo me señalaba que apreciaba mi declaración y me comentó que ya no era necesario repetir esa muestra inequívoca de unidad''.
¿Cuál fue en rigor la famosa frase: ``No se hagan bolas, no es Camacho'', o ``No se hagan bolas, Es Salinas''? Porque según lo anterior, el jamás invitado al laberinto de dudas y reafirmaciones es el candidato del PRI, que no puede cruzar solo la calle, y que le agradece a su jefe la ``claridad poco usual'' que lo lleva a intervenir sin pudor alguno en la campaña. ¿Por qué no? Colosio es la criatura de Salinas, y su candidatura fue ``cuidadosamente construida por varios años'', debido a que su talento halló gracia a los ojos del Señor Presidente. ¿Colosio un crítico del Sistema? En su séptimo Informe la mera idea de un alejamiento entre ambos, o de que el discurso del 6 de marzo equivalía a un distanciamiento, le provoca a Salinas la sonrisa de la jactancia.
``Yo mismo le hice llegar a Luis Donaldo el comentario, a fines de enero de 1994, que le convendría distanciarse más del gobierno, a pesar de que él se sentía más comprometido con la política de la administración. Se me hizo saber que en la campaña había quienes no compartían la sugerencia sobre esa distancia. El mismo candidato era renuente a hacerlo, en gran medida por sus enormes cualidades de convicción, lealtad, buena fe y firmeza. En todo caso, aquel discurso que se ha señalado como significativo de una separación o un distanciamiento nuestro, me lo hizo llegar antes de pronunciarlo y yo de ninguna forma me opuse a que procediera como él lo tenía dispuesto''.
¿Y por qué tenía que oponerse? Salinas no era, formalmente hablando, el jefe de Colosio, sino, nada más, el que daba el imprimatur de sus discursos. Si eso fue la campaña priísta del 94, ¿por qué asombrarse del papelazo del mayoriteo en 1996? Entonces, un panorama de disciplina hacia las voces de pelotón de ejecución del libre albedrío: un Presidente de la República que le aconseja a su muy construido Candidato que se haga pasar por crítico para que le crean; un candidato que debe ser convencido, ya que se niega a censurar a su padrino político; un PRI que le tiene pavor a Camacho, encantador de los Medios; una independencia de criterio que se ratifica sometiendo los textos ``duros'' a la aprobación del supuestamente censurado ¿No se ha mencionado por ejemplo, como prueba del carácter insurgente de Colosio, que de las dieciséis páginas del discurso histórico del 6 de marzo nada más conservó dos?
Por lo visto, cada nuevo Presidente le debe a su antecesor no sólo el destape, sino la campaña. ¿Será justo decir que al candidato priísta se le deja la libertad de cansarse en las giras, mientras una figura diligente le garantiza la estrategia justa y la lealtad de los suyos? En este orden jerárquico, un Presidente comienza a serlo en las primeras vacaciones de su antecesor. En su séptimo Informe, Salinas nos añade a una escena crucial. Recuérdese el conflicto: el EZLN agrede la utopía primermundista y, Salinas lo admite, ``los espacios de opinión estaban prácticamente monopolizados por la misma guerrilla, como resultado de que era necesario reabrir de alguna manera el campo para que los diversos candidatos presidenciales pudieran conducir sus campañas y proyectar sus mensajes al electorado''. (La sintaxis ya no estaba becada en ocasión de este texto). En la emergencia, el 10 de enero de 1994 Colosio acude a clase con Salinas:
``La campaña había sido diseñada para iniciarse días antes, y se había pospuesto por las hostilidades de Chiapas. Compartí previamente con Luis Donaldo la necesidad de anunciar la designación del comisionado en esa fecha. Le externé que era parte de una estrategia global que incluía, sobre todo, las ventajas del posicionamiento ganadas en ese momento gracias a la labor notable y excepcional del Ejército Mexicano, la urgencia de anunciar la designación del nuevo secretario de Gobernación, y evitar que movilizaciones sociales anunciadas para ese día se escalaran a nivel nacional. Por eso, Luis Donaldo y yo comentamos la posibilidad de pasar el inicio de su campaña uno o dos días más tarde. El me hizo ver, sin embargo, que ya no consideraba prudente retrasarla más''.
El maestro da sabiamente la lección, y el alumno le pide que lo deje salir a una clase particular por la tarde. Lo que Salinas calla es el derrumbe del sueño predilecto: convencer a los pobres de México y al resto del país y al mundo que lo había ovacionado de la gran respuesta a la pobreza: el Programa Nacional de Solidaridad. En unos cuantos días los zapatistas y el subcomandante Marcos deshacen el vigor del engaño gubernamental. ``Conviene recordar además que a principios de 1994 existía una enorme inquietud nacional e internacional por el levantamiento indígena y guerrillero de Chiapas''. El EZLN introdujo la duda en la sólida egolatría salinista, o así interpreto esta frase: ``Su desaparición (de Colosio) vino a truncar la posibilidad de consolidar la estrategia de cambio que él y otros más habían venido promoviendo desde mi administración''. La confesión me intriga: se entiende el menosprecio a la administración de Zedillo, ¿pero por qué Salinas no encabezó la estrategia de cambio y dejó que otros la preparasen para el gobierno siguiente? ¿Desde cuando un Presidente pospone acciones urgentes para que el sucesor se lleve los créditos? ¿O, más bien, el licenciado Salinas se deja llevar por el idioma que todo lo resuelve y todo lo promete, que tantas veces gobernó en su lugar en el sexenio, y habla de lo que hubiese hecho Colosio Como si él hubiese estado al frente?
El ``testimonio'' de Carlos Salinas no añade nada a la investigación (por la vista nonata) del caso Colosio. Pero sí despliega un sentido autocrático del mando al cual el exilio no le añadió distancia ni autocrítica. ¿Para qué? Salinas goza de la impunidad y de la bendición de una memoria que al cabo de los años sólo encuentra un reparo en la vida perfecta de su propietario: haber nombrado alguna vez a Manuel Camacho, que por lo visto creyó posible que en un país, en un mismo momento, cupieran dos dirigentes protagónicos. La República, ahora lo sabemos, siempre se declina en primera persona.