Antes de la Segunda Guerra Mundial y del Holocausto, los judíos, en su mayoría, o se sentían integrados en sus países natales (como Francia, Alemania, Italia, Argentina, incluso Estados Unidos) o confiaban en un cambio social que resolvería sus problemas como explotados y como oprimidos y, por lo tanto, no eran sionistas y ni pensaban en emigrar al Cercano Oriente.
El barón Hirsch y otros líderes sionistas querían crear su Tierra Prometida en la Argentina o en Sudáfrica, no en Palestina. Fueron necesarias la tragedia del nazismo en Europa y la perfidia del gobierno inglés para que a partir de la mitad de los años cuarenta se crease una gran emigración judía hacia esa zona. Los sionistas que durante la guerra se habían aliado a los nazis y los fascistas para combatir a los ingleses en Palestina (como Shamir o Beguin) y que después de ella se convirtieron en terroristas fueron los jefes de la derecha en la construcción de Israel, mientras que los socialistas sionistas que querían crear un nuevo Estado judío libre y justo se vieron forzados a transformarse en colonialistas y a combatir sucesivas guerras de conquista que reforzaron las bases morales, ideológicas y políticas de esos fascistas judíos que aborrecían y aborrecen, pero con los cuales están obligados a marchar juntos, como forzados atados por la misma cadena.
La tragedia de los judíos que emigraron a Palestina huyendo del nazismo y del racismo fue que construyeron un Estado racista por definición y por necesidad, belicista por autopreservación.
La de los sionistas socialistas consistió en que llevaron al poder a los aliados del nazismo y que aplicaron a los palestinos la política y los métodos que habían sufrido en carne propia bajo el dominio hitlerista. La tragedia de los palestinos, en cambio, reside en que se encontraron apretados en una tenaza uno de cuyos brazos estaba constituido por la alianza estrecha entre el sionismo y el imperialismo y el otro, por los terratenientes, jeques y monarcas árabes, aliados de este último y enemigos, antes que nada, de su propio pueblo.
La partición de Palestina y la creación en ella de Israel como bunker de Estados Unidos, en 1947, condenó a los árabes de la región al papel de emigrados o de habitantes de una nueva ``reserva india'', papel que cumplen ya desde hace casi medio siglo. La protesta internacional, que llevó a la ONU en 1977 a declarar el 29 de noviembre día de la solidaridad con los palestinos, tiene casi 20 años pero no pudo doblegar la alianza estratégica entre Washington y Tel Aviv. Hoy los fascistas israelíes --que enfrentan la protesta de la mayoría de los árabes israelíes y de los progresistas israelitas de todo el mundo, sean ellos sionistas o no--tratan de cambiar la geografía y la composición demográfica de Palestina y, en particular, de los territorios de Cisjordania y de Jerusalén reforzando y extendiendo las colonias judías porque saben que el tiempo trabaja contra ellos y debilitará el apoyo estadunidense a su política y, a más largo plazo, a los mismos Estados Unidos así como a los regímenes árabes reaccionarios con cuya complicidad tácita cuentan Benjamín Netanyahu, el criminal de guerra Ariel Sharon, responsable actualmente del aumento de la colonización de los territorios palestinos, y otros halcones semejantes.
Por lo tanto en el caso de Palestina se unen, para todo demócrata, la necesidad de defender la descolonización, la independencia nacional y la autodeterminación de los pueblos y de combatir el fascismo y el racismo y el corolario de ambos, la guerra. Es bueno recordarlo al conmemorar el día de la Solidaridad internacional con Palestina instituido por la ONU. Israel existe y tiene derecho a existir como Estado independiente, cosa que los palestinos han aceptado. No tiene derecho, en cambio, a seguir siendo ocupante del Estado palestino ni a crear las condiciones para una nueva guerra con el pueblo árabe, que no estará siempre dividido ni sometido a los gobiernos dependientes de Washington. Si la ONU condena el estatus de Puerto Rico no se puede aceptar que los fascistas de Tel Aviv lleven a los israelíes a la aventura y a los judíos de todo el mundo al abandono de los principios democráticos que tanta sangre les ha costado defender, sin reaccionar ante el intento de reducir al Estado palestino al papel de siervo impotente del también siervo medioriental de Washington, de Puerto Rico de segunda clase del Puerto Rico que dirige Netanyahu.