Las elecciones de 1997 son ya el centro de la atención política del país. Ello se debe principalmente a la expectativa de una gran derrota del PRI. Ocurra o no, ese escenario está en la perspectiva de muchos y ese partido no parece estar en su mejor condición anímica y atlética para el combate. Los golpes bajos se dan entre el propio equipo con renuncias de unos, anticipos a las candidaturas de otros, y con ataques frontales a los gobiernos de la oposición que ponen al líder Oñate en una posición que sus antecesores no conocieron. Para consuelo del PRI se sabe ya que el Ejecutivo espera que use toda su fuerza, la que todavía le quede, para hacer mayoría con el gobierno.
Los partidos de oposición empiezan la carrera del 97 con el estímulo de sus recientes ganancias electorales en entidades como Guerrero, estado de México o Coahuila. El PAN sigue con el paso propio de los corredores de fondo que le ha dado buenos resultados en las urnas, aunque no necesariamente como gobernante. Y el PRD, al que le ha hecho mucho bien el cambio de liderazgo, muestra más flexibilidad siempre dentro del tesón que ha mostrado López Obrador frente al gobierno. La lucha electoral, la que se expresa en las urnas es, como sabemos, sólo una parte de la reforma política que no acaba de producirse. La mayor transparencia en las urnas no es sinónimo de equidad en las elecciones, como otra vez ha puesto en evidencia el propio gobierno con la asignación de los recursos a los partidos. Son enormes las resistencias del vetusto sistema político para cambiar y hoy es, tal vez, más peligrosa esa resistencia que un cambio de gobierno que hasta ahora parece haber sido percibido con temor por una gran parte de la población; ese temor se va debilitando ante el continuo desgaste de la credibilidad del PRI.
El año 2000 empezó ya también. Los aspirantes presidenciales empiezan a moverse y el más visible hoy es Vicente Fox aunque fue desairado por su propio partido en su reciente pero un tanto deslucido acto de presentación con el foro internacional organizado en Guanajuato. Sin embargo, una de las más claras manifestaciones de que ya está abierta la contienda para el próximo sexenio proviene del propio programa económico de esta administración. A pesar de la machacona insistencia de las virtudes de la gestión de la crisis y los anuncios asiáticos de que ésta ha sido superada, el funcionamiento de la economía no sostiene esta visión.
Los datos sobre el desempeño de la economía mexicana ponen de manifiesto una serie de condiciones que contradicen el mismo éxito macroeconómico que se proclama. El reciente crecimiento del producto, insuficiente por sí mismo, está marcado por una clara desarticulación de los sectores productivos. La actividad económica está muy concentrada en los sectores exportadores con muy poca vinculación con el resto y, además, la dinámica exportadora tiende a reducirse y no se convierte en el motor de la generación de más empleos y del incremento de los ingresos de los trabajadores. Aun en el marco de esta recuperación es cada vez más evidente el boquete fiscal que se ha creado y el tan anunciado saneamiento de las finanzas públicas está a punto de convertirse en otro de los asuntos pendientes de la reforma del Estado. Los datos económicos indican, asimismo, que este año el consumo total se redujo y la inversión no logra avanzar hacia los niveles que había alcanzado. Esto ocurre incluso después del año en que el producto interno cayó casi 7 por ciento. Este comportamiento se va a extender a 1997, conforme a las estimaciones oficiales, y de tal manera los elementos de la demanda interna seguirán siendo restringidos como parte de la recuperación del crecimiento. La contracción del consumo se vinculará no sólo con la caída del salario real y la lenta creación de empleo, sino también con la entrada en vigor del programa de ahorro forzoso con los fondos de pensiones. Así, el ingreso disponible seguirá siendo reducido adicionalmente con el aumento de los impuestos y de los precios y tarifas de los bienes y servicios producidos por el gobierno. La inversión, por su parte, seguirá enfrentando dificultades para crecer, no sólo por la reducida demanda sino por lo que se espera será otro año de restricción monetaria y de intereses que seguirán siendo rígidos para bajar. Lo que no puede decirse de la política económica es que sea inconsistente, pero lo que sí puede discutirse cada vez más es que sea la correcta. Este asunto abre de par en par la disputa política para el próximo siglo. Este sexenio está ya en el camino de ser similar al que siguió a la crisis de 1982, pero con la desventura de tener más tiempo y desgaste acumulados en su contra.