La Cumbre Iberoamericana vivió el detalle de pésimo gusto de que José María Aznar, presidente del gobierno español, injuriara a Fidel Castro.
No soy partidario, desde luego, de la permanencia de Castro en el poder ni de las medidas que restringen libertades como, por ejemplo, que los ciudadanos no puedan salir del país ni de que sólo se permita la participación de un partido político. Cuba necesita realmente de un cambio democrático. Pero admiro a Fidel Castro porque es un hombre valiente y por sus evidentes logros sociales.
Lo que me parece absurdo, desde cualquier punto de vista, es que Aznar se haya dado el lujo de insultar a un Jefe de Estado y con ello generar una reacción en cadena en la que los más afectados serán, sin duda, los inversionistas españoles que han considerado adecuado --y con éxito-- remozar las instalaciones turísticas de la isla bella y contribuir, de paso, a la superación de la tremenda crisis económica motivada, en lo fundamental, por el inicuo bloqueo norteamericano. Pero Aznar ha roto, además, con una relación que España venía manejando con sentido humanitario y mayor inteligencia.
Aznar ha demostrado que carece de lo más elemental para asumir las responsabilidades de jefe de gobierno. Ya en este momento las encuestas --en las que, dicho sea de paso, creo muy poco-- ponen de manifiesto un descenso serio del Partido Popular (PP) en la opinión pública y ventajas de Felipe González en la apreciación de la gente. Y es que Aznar, envuelto en la debilidad de una victoria mínima, depende de la malicia catalana e interesada de la Convergencia i Unió de Jordi Puyol, hoy su apoyo fundamental, pero no siempre fiel.
El problema mayor es que la actitud de Aznar coincide con la presencia en España de Jorge Mas Canosa, dirigente máximo de la Fundación Nacional Cubano Americana y el núcleo duro del anticastrismo en Miami. Ya se dice que Aznar ha disfrutado de beneficios cedidos por Mas Canosa lo que parecería inclinarle a ser, en el marco de la Unión Europea, el representante vergonzante de la corriente propicia a ese escándalo mundial que es la Ley Helms-Burton.
Para colmo de idioteces, el gobierno español nombró como embajador en Cuba a un señor José Coderch que previo el placet del gobierno cubano se dio el lujo de decir que en la Embajada española en La Habana estarían abiertas las puertas para la oposición anticastrista. Fidel agarró la ocasión al vuelo y con toda razón, desplaceteó al señor embajador. Tendrá que buscar otras playas.
Eloy Gutiérrez Menoyo, por muchos años preso en las cárceles cubanas y dirigente desde Miami de Cambio Cubano ha criticado la postura española que invalida, dice Gutiérrez Menoyo, la posición tradicional de España de ser un valioso interlocutor para Cuba. Otro antiguo revolucionario, dirigente de Cuba Independiente, Huberto Matos piensa que la actitud del gobierno español extenderá a España la crítica, antes exclusiva para Estados Unidos, de que participa en el criminal bloqueo. Lo que expresa, claramente, que el exilio cubano no coincide en su totalidad con las imprudencias de Aznar.
A Aznar se le olvidan muchas cosas. Su conducta ha provocado nada menos que la reacción violenta en su contra de Manuel Fraga, fundador de Alianza Popular, origen del PP y sin duda una autoridad respetable en la política española y muy amigo de Fidel Castro.
Da la impresión de que Aznar está demasiado tierno para el mando. Lo asumió, aprovechando el mar de confusiones de un Partido Socialista Obrero Español (PSOE) que perdió la brújula y que a pesar de todo, con una semana más de campaña, lo dijo Felipe González, le habría ganado las elecciones al PP. Es obvia su inmadurez.
Una buena señal de las debilidades de Aznar la ha dado el fracaso de su Partido para lograr que la Segunda Sala del Tribunal Supremo fuera presidida por un reaccionario claramente inclinado a juzgar a Felipe por el tema incómodo de los GAL. Pero la alianza entre el PSOE y Convergencia i Unió fue suficiente para derrotar a su candidato. Muy sintomático.
Entre tanto Felipe González, con una estrategia de silencio discreto, recupera terreno. La verdad sea dicha: él si conoce el oficio.