Esperemos que en Lisboa el gobierno israelí acepte por fin aplicar los acuerdos anteriormente firmados en Oslo y en Madrid con la Autoridad Nacional Palestina (ANP) y, al menos, no siga postergando la retirada de sus tropas de ocupación en la ciudad de Hebrón, donde bastan y sobran las fuerzas de seguridad palestina para proteger a un puñado de colonos israelíes. De todos modos, la presencia de los soldados israelíes en Hebrón es insostenible desde el punto de vista jurídico, por no hablar del demográfico o histórico, y su retirada de esa ciudad, si bien sería una medida de distensión parcial, dejaría sin embargo sin resolver todos los problemas fundamentales encarados por los acuerdos que el gobierno de Netanyahu se niega a refrendar.
En efecto, presionado por el ala más extrema de su bloque, el Likud, y a pesar incluso de las protestas del Departamento de Estado, el primer ministro israelí sigue negando el derecho de los palestinos a la formación de un Estado independiente, prosigue con su intensa campaña de extensión de las colonias israelíes en las tierras árabes, dividiendo el territorio palestino con asentamientos-bunker que hacen parecer al mapa de Cisjordania una piel de leopardo, cada vez más llena de las manchas que los acuerdos se habían comprometido a eliminar. Además, prosigue la agresión económica contra los palestinos, a los que sólo con cuentagotas se deja ir a trabajar en Israel, continúa la construcción de carreteras estratégicas para unir entre sí las colonias y separar a los poblados árabes, sigue el cuasi monopolio del agua, que es vital para las tierras árabes, se mantiene el intento declarado de hacer que Arafat y la ANP se opongan frontalmente a su propio pueblo, incluso a costa de estimular así a los movimientos fundamentalistas (que, de paso, ``justifican'' a los derechistas israelíes en su oposición a la autodeterminación palestina). Esta espiral viola todos los días los derechos humanos del pueblo palestino, amenaza la democracia en Israel mismo porque durante más de 30 años la población se ha acostumbrado a oprimir y ocupar a su vecino y eso deja profundos rastros en la sicología social, pisotea cotidianamente las resoluciones reiteradas de la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre el derecho de los palestinos a su autodeterminación nacional.
Netanyahu no puede hablar sino en nombre de la mitad de los israelíes pero sigue fingiendo que es el representante, no sólo de todo el país (cuando la otra mitad lo repudia) sino también de todos los judíos del mundo (sean ellos creyentes, ateos, sionistas o de cualquier ideología opuesta al sionismo) y con esa pretensión chantajea a Washington. Pero ahora Francia, Rusia, la Unión Europea han tomado clara posición en defensa de los palestinos y de los acuerdos de paz negados: Estados Unidos, por lo tanto, debe enfrentar el costo político de su oposición a la voluntad, reunida, de la nación árabe, de los palestinos, de los israelíes progresistas, de la ONU, de las propias potencias aliadas. Como decíamos al principio, es de esperar entonces que en Lisboa, en la reunión de la Organización sobre la Seguridad Europea, Washington pueda presionar a Tel Aviv, porque la lucha por la tan necesaria paz en el Cercano Oriente no puede seguir siendo un trabajo de Sísifo