Mar de Historias Cristina Pacheco
El Teléfono del amor
En el comedor de empleados los tufos de grasa y tabaco se reconcentran en la frase machacona de una melodía en boga: ``Amame, ámame; ámame, ámame...'' Saturnino avanza despacio para que no se derrame la limonada que lleva en la charola donde transporta su ración del día. Conforme avanza escucha fragmentos de las conversaciones que sostienen sus compañeros. Le interesan menos que encontrar un sitio para comer:
--Y'ora ¿dónde me siento? --pregunta Nino a la empleada que acaba de colgar al teléfono de monedas. La muchacha le indica la mesa próxima a la salida de emergencia. La ocupan Carmelo y Evaristo. Al verlo le hacen señas para que se aproxime. Nino acepta la invitación. Apenas deposita su charola en la mesa se queja de las ráfagas de aire helado: --¿No pudieron sentarse en otra parte? Aquí está muy fuerte el chiflón.
Nino percibe las miradas maliciosas que intercambian sus amigos y pregunta qué sucede. Antes de responderle, Carmelo comprueba que nadie los escucha:
--Esta vez sí... Ya hablamos.
--No, tampoco; el que habló fuiste tú. Yo nomás paré oreja y te dí mi apoyo moral. Pero ya sabes: luego, si te hace falta del otro, nomás me avisas--. La voz de Evaristo se ahoga en la servilleta de papel.
--¿A poco crees que voy a necesitarte?
--No se enoje, mi Carmelo. Yo sé que usté puede, mexicano, ¡me cae que sí!
--Evaristo golpea suavemente el hombro de su amigo.
--Ya no le hagan de tanto misterio, suéltenla de una vez--. Nino vuelve a concentrarse en el guisado de lentejas: --Todos los días lo mismo. ¿Qué no sabrán hacer otra cosa? Y para colmo, la musiquita esa: ámame, ámame. Así hasta yo compongo una canción.
--¡Qué genio! Se me hace que tu ñora te dejó anoche sin cenar --El comentario de Evaristo va cargado de malicia.
--Ojalá --responde Nino sin convicción. --¿Qué se tráin? Y tú, Evaristo, a ver si ya dejas tu pinche risita. ¿Qué onda, Carmelo?
--Habló. La mercancía es de primera, pero cuesta una lana: quinientos varos con entrega inmediata. ¿Cómo la ves?
Nino aleja el guisado, le da un trago a la limonada y declara:
--No entiendo ni madres. ¿De cuál fumaron o qué?
Evaristo saca del bosillo un recorte de periódico y lo pone sobre la mesa. Nino lo toma y lee en voz alta: ``El teléfono del amor. Vuelve realidad a la mujer de sus sueños. Marque nuestro número...''
--No grites, güey, todo el mundo te va a oír --dice Carmelo mientras observa inquieto a los comensales.
Nino guarda silencio. Observa a la modelo semidesnuda que, para volver más atractivo el anuncio, sonríe con un gesto prometedor. Al cabo de unos segundos Nino suelta una carcajada:
--No seas pendejo, Carmelo, ¿a poco crees que te van a mandar un bizcochito como éste?
--La chava que me contestó el teléfono me salió con que hay mejores, que si quería me mandaban un catálogo con todas las rorras.
--¿Y luego? --pregunta Nino interesado.
--Le dije que yo quería a la del anuncio y me dijo que sí, que la muchacha estaba a mi disposición. ¿Tú crees? --Carmelo toma el recorte de periódico y se lo acerca para mirarlo.
--¿A poco? --insiste Nino.
--Me cae que sí. Yo oí la plática por la extensión. La tipa que contestó el teléfono dice que puedes recibir la mercancía en una casa cercana al lugar donde trabajas o donde vives; pero lo más vaciado es que te mandan a la chava en menos de una hora: cuarenta y cinco minutos. ¿Te imaginas? Como si fueran dos pizzas de las que piden mis chamacos los domingos.
El comentario de Evaristo provoca las risotadas de Nino. Carmelo observa el anuncio y confiesa en tono soñador:
--¿Se imaginan? Bañadita, perfumada, toda desnuda, contenta...
--¿Y de a cómo no? --pregunta Saturnino temeroso.
--Quinientos varos por media hora, garantizada. El tiempo extra tiene otra tarifa, pero se me hace que con treinta minutos el compadre Carmelo tendrá más que suficiente... --Evaristo abraza a su compañero que, con un movimiento brusco, repele el contacto. --No se me ponga nervioso...
--Entonces, los dos van a entrar ¿o qué? --Nino mira alternativamente a sus compañeros. Sólo Carmelo responde:
--Yo sí, total: un gusto que me dé en mi pinche vida.
--Pero quinientos chuchos... es casi todo el aguinaldo.
--Orale, Nino... Me costó un montón de trabajo que el compadre se decidiera y sales con eso. Caray ¡no mames! Total, cada quien que haga con su dinero lo que le dé la gana.
--'Pérate, si no lo estoy criticando. Nomás pensé en la señora.
--¿Cuál señora? --inquiere Evaristo.
--¿Pos cómo cuál? Su vieja, su esposa. ¿Qué le va a decir? Porque ésas, luego luego preguntan por el aguinaldo. Yo todavía no lo recibo y mi vieja ya me salió con que tenemos que componerle los dientes a Joel, que le hace falta un abrigo a Yamilé. Nomás en eso ya se me fue todo el dinero y ni lo he recibido.
Derrotado por el argumento de Nino, Evaristo, muy serio, se vuelve a Carmelo:
--Sí cierto... No había pensado en ella.
--Yo sí. Voy a decirle que este año no me dieron aguinaldo, o que me lo robaron. ¡Total, sucede a cada rato!--. Carmelo interpreta las miradas de sus amigos como reproches: --Están pensando que soy un ojéis ¿verdá? Ni modo... Y es que, ¡híjole!, desde que los papás de Lila se fueron a vivir con nosotros...
--De veras... qué chinga, ¿no? --subraya Evaristo.
--Oye, mano, es que mi suegra, apenas siente un ruidito en nuestra cama, se agarra a tose y tose.
--Déjala, a lo mejor también quiere que le den prau-prau --deduce Nino entre carcajadas.
--No seas bruto. La señora tiene como sesenta años.
--¿Y a poco crees que por eso no tiene su corazoncito? Por cierto, vi a tu suegra el día que bautizaron a tu chamaco y la señora está re'bien... Si ella quisiera, yo me sacrificaba.
--A ver si no le faltas el respeto a mi suegra.
--Era broma, carnal. ¿No te digo? Ni aguantas nada.
--Ya dejen eso. A ver, ¿para cuándo será el atracón?-- pregunta Evaristo.
--El día que salgamos de vacaciones. Voy a decirle a mi fiera que pienso quedarme a la fiestecita de fin de año--. Carmelo ansía la aprobación de sus amigos.
Nino se echa para atrás en la silla y con gesto de suficiencia aconseja:
--Yo que tú no le decía nada, porque va a sospechar. Y ya no lo pienses tanto. Si yo pudiera, haría lo mismo. Todos queremos un cambio--. Nino ve el guisado grasiento: --Las lentejas son ricas, pero de repente se me antojan otras cosas.
--Las mujeres piensan lo mismo. Me lo dijo mi esposa el domingo. Es que estábamos platicando en buena onda --aclara Evaristo.
--¿Y qué le dijiste? --pregunta Nino.
--Nada. ¡La madrié!
Nino y Evaristo ríen. Sus carcajadas ahogan las conversaciones el timbre del teléfono y el sonsonete de la canción en boga: ``Amame, ámame...'' Carmelo vuelve a observar el recorte de periódico. Al contemplarlo descubre el motivo de su fascinación por la modelo que lo ilustra: algo de su sonrisa, de su abandono, le recuerda a Lila en los comienzos de su matrimonio. Interrumpe sus reflexión el golpecito que un compañero le da para informarle que le hablan por teléfono.
--¿A mí? No lo creo. Nadie me habla, ni mi señora.
--A lo mejor es el bizcochito. ¿Le diste el teléfono de aquí?--. El entusiasmo de Evaristo se borra cuando oye la respuesta negativa de Carmelo y ve la expresión angustiada con que abandona la mesa. Sus amigos le siguen con la vista y observan cómo gesticula. Apenas se aproxima, lo asaltan con la misma pregunta:
--¿Quién era, Carmelo?
--Mi esposa. El tinaco se partió y hay que cambiarlo de volada. Todo va a salir en quinientos varos--. La voz de Carmelo tiembla a causa del llanto que apenas logra contener. Rápido, toma el recorte de periódico y se encamina a la puerta.
--¿Adónde vas? --le pregunta Nino.
--A ver si el patrón quiere adelantarme el aguinaldo...
En silencio, Evaristo y Saturnino vuelven a sentarse. Contemplan el plato de lentejas mientras se escucha otra vez la canción: ``Amame, ámame''.