La Jornada Semanal, 1o. de diciembre de 1996


Máquina de nieve

George Szanto

George Szanto nació en Irlanda del Norte, creció en los Estados Unidos y hace varias décadas emigró a Montreal, donde fue director del Departamento de Literatura Comparada de la Universidad de McGill. Szanto es autor de las novelas Not Working y The Underside of Stones (ambientada en Michoacán) y obtuvo el premio Qspell al mejor volumen de relatos de Quebec, con Friends & Mariages, al que pertenece "Máquina de nieve". Su libro más reciente es Inside the Statues of Saints, que reúne entrevistas con siete escritores mexicanos.



Las carrocerías eran rojas, con tapiz negro. La capota de fibra de vidrio y la trompa en formade cono brillaban con un tono escarlata que contrastaba con la nieve y el azul frío del cielo. Cuatro esquíes, protuberancias invisibles bajo la nieve silbante, se mantienen paralelos, dos y dos. Los carburadores con válvula flotante fueron diseñados para absorber la mayor cantidad de aire y optimar el poder del caballaje. Cada conducto y la unidad de biela están hechos de aluminio Toledo de alta resistencia. Dos máquinas ejemplares, de alta precisión, de partes impecables, armoniosamente compatibles.

Esto lo sabían las máquinas.

Estaban vibrando, con diminutas oscilaciones, la potencia esperando el movimiento. Un batir de pulso desde las entrañas. La vibración movía los troncos de los árboles. Las ramas, de abedul y maple rojo, sólo mecidas durante meses por el viento, se agitaban ligeramente y, debajo de los motores, las raicillas temblaban.

De esto las máquinas eran ignorantes.

Cada una retaba el vacío del silencio helado. Cada cual era una unidad absoluta. Los tanques estaban llenos.

"Una y quince. No está mal", asintió Jamie. "Casi le atinas."

Web viró su Pontiac hacia el camino despejado, sobre cinco centímetros de nieve reciente. Se detuvo cerca de la cabaña, se inclinó y dio unos golpecitos al tablero. "Buen trabajo, viejo." Siete horas en el norte de Ontario, en el extremo norte de la tierra de las cabañas.* El camino serpenteaba hasta la puerta por una zona libre de nieve, con algunos huecos ocasionados por el viento. "Desde aquí vamos a descargar."

Jamie abrochó su botas, subió el cierre de su chaleco y abrió la puerta. El aire era cortante. Sacudió la cabeza.

Web se detuvo, con las manos en las caderas, los ojos devorando el lago, la cara convertida en una máscara de reverencia.

La nieve suelta cubría la superficie dura y más de un metro de nieve compactada sobre la tierra helada. Jamie también revisó el hielo atentamente: el Pantano Lauralee, el más grande de los tres lagos que forma el río. Al sur, a varios blancos kilómetros de distancia, Jamie creyó ver la presa. Desde ahí hasta aquí el brillo del sol producía incontables reflejos cristalinos. "No puedo creer que exista un solo pescado vivo allá abajo."

Web se echó la mochila sobre el hombro y se abrió paso hacia la cabaña. "Hay chorros de vida debajo de ese hielo. Animalotes."

Jamie sacudió la cabeza, cubrió su huesudo cráneo con una gorra, sacó una caja con provisiones del asiento trasero, la colocó en su hombro y siguió a Web. Cojeaba ligeramente, un viejo accidente. Qué sería lo que le hizo pensar que disfrutaría de la pesca en el hielo? Tres noches en ese lugar. Web había prometido carpas y quizá percas. Los otros dos, Gas y Brandon, debían llegar en una hora más o menos.

"Ponla aquí." Web, metido dentro del refrigerador de gas, ajustaba el termostato. La mitad delantera de la cabaña era un espacio abierto, la sala con chimenea, la zona del comedor, la cocina.

Jamie dejó la caja y revisó la parte posterior una recámara con camas gemelas, baño, un segundo baño muy similar al primero. Prefabricada, pensó Jamie. Esta bien para unos cuantos días. Lejos de su hermano Richard, con quien estaba enojado.

"Puedes traer lo que falta?" Web echó a andar el generador. "Yo voy a organizar el lugar."

Hacerse pato no era del gusto de Jamie. Estaba seguro de que Web conocía la cabaña, él y Gas habían venido en enero durante años, y en junio pasaban una semana; no obstante, en media hora Jamie pudo darse cuenta cómo funcionaba la cabaña mucho mejor que Web.

Jamie sacó cuatro cubetas llenas de carnada de la cajuela, pesadas las cabronas, junto con una gruesa de señuelos brillantes, las bolsas de dormir y los zapatos de nieve de Web. En la cabaña había dos pares, pero a Web le gustaban los suyos. Gas y Brandon traerían consigo la mayoría de los aparejos de pesca, y la cerveza.

Web y Gas eran el alma del grupo. Jamie había conocido a Gas la noche anterior en Montreal. Gas era periodista, Washington su centro de operaciones. Les contó chismes sobre las vidas secretas de las figuras públicas, los legisladores que cometían pillerías como si no pudieran controlar su conducta privada, las partes ocultas de ciertos icebergs políticos que nunca ven la luz de los periódicos. Gas imitaba a todos los actores, caricaturizaba las voces de los famosos. Un montón de chismes, muchas carcajadas. Jamie admitió que Gas lo había hecho reír como pocos.

Gas y Brandon habían sido amigos en la universidad; hacía sólo un par de semanas que Brandon reapareció en la vida de Gas. Le había llamado a Washington: "Voy a andar por tus lares a fines de enero, vas a estar ahí?"

Habían pasado años desde la última vez que se habían visto. Gas, a pesar de que sentía curiosidad por la vida de Brandon, no tenía muchas ganas de verlo. "Voy a reunirme con mi amigo Web en Montreal, para ir a pescar en el hielo." Gas presionó: "Te acuerdas de él? Estuvo en tu boda con Sandra. Te acuerdas de Sandra?"

"Vagamente", rió Brandon. "Eso fue hace muchas mujeres. Bueno, por qué no nos vemos ahí? Voy a estar en New Hampshire, al norte, en Littleton. Cerca de la frontera. A un salto de ahí."

"Qué hay en Littleton?"

"Patsy", dijo Brandon.

"Y Patsy es?"

"Encantadora."

"Y Cynthia?" La última vez que Gas supo de él, Brandon estaba haciendo su residencia en Los Ángeles y vivía con alguien de nombre Cynthia.

"Te cuento cuando te vea."

Gas quedó en llamarle en los próximos días. Brandon volvía desde el pasado: era eso lo que quería Gas ahora? No sabía. Sandra había sido su amiga. Reducida por Brandon a un recuerdo, a muchas mujeres de distancia. Ella se casó con Brandon, así que Gas también se convirtió en amigo de él. Gas llamó a Web y le explicó. "Supongo que habrá que invitar a Brandon."

Web, dudoso, pensó un rato en la cabaña. Alguien más. "Me parece, no sé, impertinente." Al decir esto, Web se sintió aminorado. Hablaron. Y qué había de malo con una intromisión de vez en cuando? "Claro, trae a Brandon." Con tal de que se turnaran; también iría el amigo de Web que necesitaba zafarse. Web le preguntaría a Jamie si quería venir.

La noche anterior, en lugar de alcanzar a Gas y Jamie en la casa de Web y Claire, Brandon había llamado. Gas habló con él. Web y Jamie oyeron la voz de Gas pasar de la irritación a la ironía. Colgó el teléfono. "Brandon va a llegar hasta mañana."

"Qué está haciendo?"

"Patsy. No pudo zafarse." Imitó a una Patsy a la que no conocía: "Oooooh Brandon, no te vayas así!"

Web dijo: "De castigo, vas a manejar. De cualquier manera necesitamos dos coches. Nunca debiste invitarlo."

Jamie y Web se adelantarían y arreglarían todo. No habría nadie a mediados del invierno; tendrían todo el pantano para ellos.

Web estaba enredado con la estufa. Jamie dejó caer las bolsas de dormir, regresó al carro, recogió su mochila y la última bolsa, dejó caer todo en el sofá. Web espetó: "No hay gas."

Jamie prendió la hornilla delantera y olió. Nada. "Abriste el tanque?"

"Por supuesto."

"Hay otro?"

"Claro, pero siempre dejan los dos llenos."

"Estas cosas tienen fugas. Traes una llave de tuercas?"

"En el carro." Web encontró un perico.

Exhalando vaho, siguieron las pisadas de Web hasta la parte posterior de la cabina. La leña estaba apilada bajo un cobertizo pegado a la casa. Había dos tanques; uno conectado a un tubo de cobre de un cuarto, otro sin conectar. Jamie abrazó el tanque conectado, trató de cargarlo, pero estaba congelado en su lugar. Le dio unos golpes con el perico. Vacío. Golpeó el otro. "Este está lleno."

"No oigo la diferencia."

"Vamos a cambiarlo."

Web levantó la tapa. "Deténla." Cerró la válvula del tanque y agarró el perico al tornillo que sostenía el tubo dentro de la boquilla.

Jamie esperó.

Web apretó el perico y empujó en sentido opuesto a las manecillas del reloj. Otra vez, más duro. "Está congelado."

"Para el otro lado."

"No." Web se quedó pensativo. "A la derecha aprieta, a la izquierda afloja. Me tomó un tiempo aprender eso." Volvió a intentarlo. "Congelado."

"Déjame."

Web se encogió de hombros y se hizo a un lado.

Jamie aflojó el perico, le dio vuelta, lo colocó en la tuerca.

"Vas a trasroscarlo." Jamie golpeó el perico con la palma de la mano. Cedió un grado. Otra vez; cedió un par de grados. Entonces, lentamente, dio la vuelta.

"No entiendo."

"A la izquierda afloja, excepto en los tanques de gas."

Web sacudió la cabeza. "El mundo es demasiado complicado."

Conectaron el otro tanque, abrieron la válvula, regresaron adentro.

A tres metros de la estufa olieron el gas. Web cerró la llave. "Perdón." Jamie ventiló el cuarto con la puerta abierta.

Web prendió el fuego, extendieron las bolsas de dormir, guardaron la comida. El lugar se calentó. Gas y Brandon seguían ausentes. Oscurecería en un par de horas.

"Tomemos las cordeles y el taladro para hielo." Web se puso la chamarra. "Vamos a instalarnos."

El metal se deslizaba, rojo y negro, dejando surcos profundos de dos en dos. Entre cada par, los dientes de la banda de tracción rasgaban la superficie blanquecina. Entonces, como si fuera una sola, las máquinas aumentaron su velocidad y salieron disparadas desde el bosque hasta la base de la colina que estaba al otro lado del campo blanco. Redujeron la velocidad. El brazo amarillo del tripulante más alto se alargó. Como un reflejo, el segundo, más pequeño, lo imitó. Subieron suavemente por la amplia ladera, unidos los guantes.

Ya en la cresta, merodearon disfrutando el placer de su avance.

El pantano estaba abajo, pálido, vasto, una extensión unida con la tierra que lo bordeaba. Las islas salpicaban la superficie, formando un borde rugoso en la parte más lejana.

Por encima del rugido de los motores, el más alto exclamó: "Increíble."

Desde la parte superior de la colina se veía apenas un canal que fluía entre la cadena de islas. Alguna vez el río había resonado dentro de la inmensa barranca. Ahora, el agua arrastraba lentamente grandes pedazos de hielo. Sólo las islas se elevaban en la superficie, entre las paredes de la barranca.

La primavera dejaría ver algo menos y algo más: dónde cesaba el agua, dónde se alzaba la vegetación dominante.

[]

Jamie fue el primero en oír el carro. "Son ellos."

"Qué?"

Se detuvieron, esperando. El viento silbaba entre la nieve. Entonces, sobre el chillido se escuchó el ronroneo de la combustión interna. "Tu amigo Gas tiene un Saab?"

"Sí. Por qué?"

"Ahí viene uno."

"Te dijo que tenía uno?"

"No", gesticuló Jamie.

"Okay, de qué color?"

"Tendría que verlo."

Observaron el Saab verde claro estacionado detrás del Pontiac de Web. Dos figuras caminaron por el hielo, saludaron y se acercaron a ellos.

Gas presentó a Brandon. Había algunas manchas blancas en la barba roja de Brandon. Dijo: "Qué lugar tan increíblemente bello."

Web contestó: "Deberías verlo sin hielo."

Brandon se dio de palmadas. "Toda esta parte del mundo está llena de lugares hermosos. Ha picado algún pez?"

"Ha estado flojo", señaló Web.

Y Jamie: "Se nos acaba de escapar uno."

"Magnífico." Brandon lanzó sus brazos al aire.

"Es promisorio", indicó Web. "Estás tratando de volar?"

"Mantengo la línea. Y el calor."

Gas dijo: "Vamos a desempacar."

"Bien. Luego nos vemos, muchachos." Brandon se dirigió a la cabaña.

En la sala, Gas preguntó: "Te acaban de soltar la correa?"

"No, eso fue hace una semana."

"Vamos a cambiarnos y demostrarles a esos dos cómo atrapar un pez."

Brandon había llegado a Montreal a las ocho. Hacía siete horas. Apretó la mano de Gas.

"!Hey Gas, me da gusto verte!"

"Me da gusto verte también." Menos entusiasmo en la voz de Gas.

"Caramba, deberías ver la cama que dejé! Y el maldito viaje de tres horas."

"Bueno, no tenías por qué venir."

"Claro que sí."

"Por qué?"

"Porque tú me invitaste, y porque quería hablar contigo."

"Vamos entonces."

Acababan de atravesar un largo puente, el hielo que estaba abajo se rompió a la mitad, agua negra, y poco después la isla de Montreal había quedado atrás.

"Pensé que tú querías hablar."

Brandon se había quedado atrás, prendió el walkman y cerró los ojos. "Quiero encontrar la forma de decírtelo."

Gas sintonizó el radio del carro en onda corta. Aun cuando salía de pesca tenía que mantener contacto con el mundo.

Habían manejado veinte minutos. Brandon dijo: "Tú no conociste a Cynthia."

"No."

"Me sentía atrapado."

Gas rugió como oso. "Brandon, el oso gris enjaulado."

"Ella quería un doctor. Yo no quería serlo."

"Pero sí querías cuando te fuiste a Los Ángeles."

"La gente cambia, Gas."

"Claro." Pero era el propio Brandon quien seguía cambiando y cambiando o eran todos los Brandons una versión distinta del mismo?

"Cuando conocí a Patsy todo se hizo posible de nuevo." La había conocido en Santa Mónica, ella estaba visitando a su hermana, quien también estudiaba en la facultad de Medicina; fueron unos días fantásticos. Acordaron verse otra vez en un territorio neutral. Cada uno voló a un punto intermedio. Cuatro días en Kansas City. Espléndido. Luego, Patsy lo invitó a su cabaña en New Hampshire, aislados, cerca de una pista de esquí; pasaron un tiempo juntos para ver si encajaban uno con otro. "Déjame decirte, Gas, fue tan maravilloso que no podrías creerlo. Quiero decir, la paz. Sólo había otra casa en todo el lago. Los dueños rara vez estaban ahí, la cierran al final del verano."

"Y Patsy?"

Brandon sonrió . "Ella es magnífica, también."

"Y?"

"Es parte de lo que quería decirte. Voy a dejar la medicina."

"Estás loco." Bajó la inflexión de su voz una octava, para adoptar el tono de la institución médica: "El Tío Doctor te necesita, Brandon."

"Estoy prácticamente a punto de lograrlo, así que ya demostré que puedo hacerlo. Pero me aburre, sabes?"

Ese entusiasmo por lograr algo. Desapareció. Gas sacudió la cabeza. Vivir sin la novedad haría que Brandon pareciera muerto. "Y Cynthia?"

"Eso se acabó también." La culpa lo tocó; Cynthia trataba de mantenerlos juntos.... "Pero no quedaba mucho."

"Así que estás tirando todo al desagüe."

"Gas, todo está es un montón de cáscaras vacías, ya no hay vida, no hay jugo." En ese momento parecía inútil estar ahí, pueril. Había algo qué enmendar con Gas?

"Todos esos años en la medicina? Qué con Cynthia, qué piensa ella de esto?"

"Que, bueno, es necesario." Pero Brandon no sabía. Lo que sucedía dentro de Cynthia era un enigma, siempre lo había sido. Un lugar laberíntico y oscuro. Uno se perdía ahí.

"No la conozco, así que no debería comentar. Pero lo haré." La molestia hizo que su voz tomara un tono agudo: "Si empiezas como doctor puedes llegar a ser lo que tú quieras. Hasta Dios."

"Estoy empezando de nuevo." Éste era el problema con Gas, siempre lo mismo, y también el porqué Brandon no lo había visto durante años: Gas siempre se enfrentaba a la situación, no a la gente. "Y se siente muy bien."

"Y, qué vas a hacer?"

Él hubiera podido, debido, quedarse tres días más con Patsy. "Periodismo, me imagino."

"Así nomás?"

Un error, hablar de manera casual. En parte, quería hablar con Gas porque Gas conocía sus cosas, escribía una columna satírica dos veces a la semana para el Post, "Las Púas Tramposas de Gas", y había tenido que trabajar como esclavo para llegar a esas alturas. "Hay que pasar años aprendiendo, lo sé. Pero si trabajo duro en la escritura como lo hice en la facultad de medicina, va a resultar." No mencionó que Patsy era una periodista, que ella lo ayudaría a empezar.

"Bien, si hay alguna cosa que pueda hacer"

"Gracias." Habrá muchas. Tantas direcciones que tomar, tantas esquinas donde quedarse, tanta gente con la cual tratar. Se lo dijo, veladamente, a Gas. Cuando llegaron al lago, Brandon sintió que habían recuperado algo de su antigua cercanía.

Con sus calzones largos de seda con estampado de piel de cebra, una camiseta haciendo juego, se detuvo en la puerta de la habitación, modelando.

"Dioses, Brandon!"

"Te gustan? Es un regalo de Patsy. Justo lo que necesito para hacer la transición del clima caliente al frío, del sur de California a Nueva Inglaterra."

"Estamos en Ontario. Me voy a pescar. Ponte algo."

"Nos vemos en el hielo."

* La Tierra de las Cabañas, lugar boscoso y lacustre donde los residentes de Ontario acostumbran vacacionar o ir de paseo.

Traducción: José Manuel Springer