Transcurridos dos años del sexenio de Ernesto Zedillo, ¿cuál podría ser la mejor definición de su gobierno? ¿Débil, carente de liderazgo, valiente, arbitrario, prodemocrático, insensible? Como tiene todos estos contradictorios atributos, la palabra más definitoria es la que titula a este artículo: Claroscuro.
Luces y sombras, por supuesto, son inherentes a toda gestión pública, pero en la de Zedillo son más acentuadas.
Débil y falto de liderazgo lo es porque ha sucumbido ante presiones de los priístas ``duros'', como en el caso Tabasco, donde el Presidente llegó al escandaloso hecho de apoyar pública e innecesariamente al actual gobernador, cerrando ojos y oídos a las pruebas palmarias de la ilegitimidad de Roberto Madrazo. Y en el sector externo, por ejemplo, aceptó la virtual hipoteca de los ingresos petroleros en la Reserva Federal de Estados Unidos.
Esa debilidad, empero, no ha impedido que Ernesto Zedillo, fiel al modelo autoritario del presidencialismo mexicano, haya hecho prácticamente lo que ha querido: desde aplicar a rajatabla su impopular programa económico hasta imponer una reforma electoral que, importante y todo, frustró expectativas torales de la oposición y de las franjas sociales más amplias.
Pareciera exceptuarse, de entre las imposiciones zedillistas, la marcha atrás en la venta de las petroquímicas, que para muchos fue una victoria, así sea a medias, de la presión popular. Pero se trató más bien de una derrota a medias, pues el propósito privatizador gubernamental siguió en pie, no sólo en el 49 por ciento abierto a los particulares, sino en el cien por ciento de inversión autorizada para nuevas plantas.
Por otro lado, Ernesto Zedillo ha sido valiente al encarcelar a Raúl Salinas de Gortari, y éste es un mérito que no debe regateársele, aun cuando en ese encarcelamiento parezca habérsele agotado el ímpetu, a juzgar por la delicadeza con que, hasta ahora, ha sido tratado el gran sospechoso: su antecesor en Los Pinos. Tal valentía ha cohabitado con la insensibilidad, cuya más clara expresión acaso haya sido imponer --a un pueblo golpeado y decepcionado-- el aumento de 50 por ciento en el Impuesto al Valor Agregado (IVA).
En esa aprobación, como en otras, el Ejecutivo ha tenido la complicidad del Legislativo, con la notable excepción, en los casos del IVA y la petroquímica, de la senadora Layda Sansores Sanromán. Y Zedillo está dispuesto, como lo dijo en Singapur, a usar ``su mayoría'' en el Congreso cuantas veces sea necesario para salirse con la suya. Bueno, quizá no le quede mucho tiempo para hacerlo, pues probablemente estemos ante la última presidencia y el último Congreso en manos del partido de Estado. Esas son las sombras en la relación Ejecutivo-Legislativo, donde también ha habido zonas de luz, como haber hecho a los legisladores partícipes activos en asuntos vitales para la nación, la paz en Chiapas por ejemplo.
En el haber zedillista ha de contarse la aceptación priísta a las victorias de la oposición, lo cual, si bien no ha carecido de puntos negros, es un innegable avance prodemocrático. Ello no es acreditable sólo al Presidente, pero si él se hubiera opuesto, seguramente el PAN y el PRD no habrían tenido tantos triunfos ni los obtenidos por ellos habrían sido tan tersos, y si no, ahí está el inadmisible Tabascogate como prueba.
Y en el debe zedillista ha de situarse la anulación de la ``sana distancia'' entre el mandatario y su partido, proclamada en el discurso presidencial y desmentida en la conducta. Otra vez la contradicción, el claroscuro definitorio de los dos primeros años de Ernesto Zedillo.
Habiendo transcurrido un tercio del periodo zedillista, en la perspectiva del resto del sexenio descuella el previsible fin del régimen de partido de Estado, que no equivale a la desaparición del PRI sino más bien a una suerte de Pascua política en la cual el PRI bajará a su tumba como partido de Estado y resucitará como auténtico partido. La gran tarea que en este escenario compete al actual gobierno es prepararse para esa transición y prepararla para que no sea traumática sino tersa. La gran pregunta es si Ernesto Zedillo, quien no ha sabido ser líder de la sociedad mexicana en sus dos primeros años, podrá conducir --sólo conducir, que la concreción compete a ciudadanos y partidos- - esa transición.
* * *
De cara a las elecciones de 1997 en el DF, a los aguinaldos de los funcionarios del DDF y a las alzas a impuestos y tarifas de transporte, el PAN y el PRD deberían levantarle un monumento a Oscar Espinosa Villarreal.