La Jornada 2 de diciembre de 1996

ASTROLABIO Mauricio Ortiz
Un rato

Mexicanísima virtud que exaspera al más audaz visitante de la patria y atiza hasta los más escondidos fuegos malinchistas que brillan en su interior, el ratito es una medida exacta del tiempo que transcurre. No hay cristal de cuarzo ni oscilación de cesio que le acongoje, no hay péndulo ni manecilla que le dure, reloj de sol o cucú, rólex sumergible de acero inoxidable que lo amedrente. Es más, no necesita astro ni instrumento alguno y esa es su primera virtud.

Aunque es imposible saber de antemano cuándo terminará, sí se puede tener una noción de cuánto durará el ratito que hemos dicho. A veces nos sorprende y termina más rápido y a menudo, muy a menudo se dilata y ya lo sabíamos, pero siempre en la certeza de que está terminando en el momento preciso. ¿Nos vamos, amor?: ahorita, tantito: una cuba, un cigarro, un tema en la conversación o de plano una patadita o un discreto pellizco. Formas diversas de percibir un mismo rato, igual eficacia en tomarle el pulso al tiempo.

La cultura de la eficiencia y la evaluación tienen una guerra casada con el ratito, explicablemente, ya que éste a su vez es un instrumento de resistencia contra aquélla. Se puede hacer un cronograma preciso con meses y días, horas y minutos, pero las cosas requieren un rato para madurar y dar el fruto. Invariablemente el reloj se coloca por delante del ratón: lo espera para comérselo (si bien, como sabemos, a menudo escapa).

La colgadez burocrática se asocia a la cultura del ratito y podría figurar como una de sus perversiones. El venga usted mañana decimonónico puesto al día: ¿cuánto dura la cola?, un ratote: ¿tarda mucho el trámite?, un rato: ¿hay alguien que atienda?, no tarda, es decir va a tardar un ratito.

Un segundo no es tan preciso: antes de 1956, se definía como la fracción 1/86,400 del día solar promedio; de 1956 a 1967, el segundo efeméride era definido como la fracción 1/31556925.9747 del año tropical a las 00h 00m 00s del 31 de diciembre de 1899 en el meridiano de Greenwich; actualmente el segundo se define como la duración de 9,192,631,770 periodos de la radiación que corresponde a la transición entre los dos niveles hiperfinos del estado basal del átomo de cesio 133. Se calcula que un reloj atómico guarda la hora sin alteración perceptible durante por lo menos 300 mil años.

El rato simplemente no sufre las consecuencias del tiempo porque, aunque se refiere a él, por lo común le tiene absolutamente sin cuidado. En un rato está listo el pedido y ya, no hay discusión ni prisas que valgan. Dar tiempo al tiempo, en vez de quitárselo en minutos de rubidio que salen volando.

Sin fechas labradas en la piedra, un epitafio altivo: vivió un rato largo.