Pintores de todas latitudes retoman hoy día el realismo académico, pero tamizado por el hiperrealismo, de modo tal que sus trabajos no podrían confundirse jamás con lo que se pintaba hace cien años, entre otras cosas porque muchos de quienes practican este tipo de figuración hacen evidente el reciclamiento de lenguajes. El peruano Claudio Bravo (n. 1936) y el cubano Julio Larraz (n. 1944) están entre ellos. Tienen buen éxito de mercado, sobre todo el primero, desde hace tiempo. En México Rafael Cauduro, Arturo Rivera, Roberto Cortázar y Santiago Carbonell, cada uno bajo sus respectivos estilos y recursos iconográficos, se inscriben en los realismos actuales. De más reciente horneada es Luis Fracchia, nacido en Paraguay en 1959, con estudios en Italia y asimilado a nuestro país desde 1980. Presenta actualmente una muestra individual de 8 óleos y 6 acuarelas en la Galería Oscar Román.
Lo que más sorprende quizá son las acuarelas, pues suponen un modo inédito de abordar ese oficio, que vinculamos aquí generalmente a la pintura de paisaje, a las naturalezas muertas, al retrato o al abstraccionismo practicado como ejercicio, casi siempre en pequeño formato. Las acuarelas de Fracchia son a veces casi tan grandes como sus óleos y todas las que ahora presenta están referidas al desnudo.
Por momentos dan la impresión de ser temples y desde luego que suponen un manejo muy singular de este medio, tanto que no se alcanza bien a entender cómo es que logra efectos de luz y sombra caravaggescos valiéndose sólo de los pigmentos diluidos con agua sobre papel.
Todas las obras exhibidas son cuerpos, planteados casi siempre al centro de la composición, la mayoría de ellos escondiendo a medias el rostro. La única figura que hace contacto de ojo con el espectador lleva precisamente el título de La mirada devuelta y es el retrato de una joven con las rodillas flexionadas, semicubierta por un elaborado textil pintado con preciosismo. Este cuadro es un óleo, como también lo es el más ambicioso de todos: La horizontal y la vertical, razones de la materia prima y el espíritu, que mide 175 x 120. Aquí, como en otras composiciones, Fracchia se vale de la madera, una escalera rústica, para plantear efecto dentro-fuera, y los peldaños le sirven para escenificar sus dos figuras, la mujer en cuclillas y el hombre de espaldas --sosteniéndose con los brazos-- de las guardas verticales. El fondo es neutro, muy teatral, el color está aplicado con leves gradaciones evitando así efecto de aplanamiento.
El único cuadro en el que no aparece la figura humana es Crucifixión y navío, un óleo donde propiamente hablando no hay tal crucifixión (más que insinuada con dos perforaciones simuladas) ni tampoco navío. Combina aquí dos técnicas, una suelta, muy pictórica, texturada, que aplica a la sección que representa un objeto hueco de madera, encima del cual hay un pequeño navío en tipo distinto de madera. La crucifixión es un racimo de mazorcas que a golpe de ojo se perciben realizadas con sumo detalle, los granos se podrían contar uno por uno. En realidad no es así, las luces y las sombras están manejadas de tal modo que el ojo las recompone a cierta distancia, y de aquí el efecto de minucia (como sucede con cuadros, por ejemplo, de Franz Hals).
La exposición ha sido justamente celebrada, pero a mí me parece que algunas de las piezas que más han llamado la atención son algo frías, como si para perfilar hombros y espalda el pintor se hubiese valido de plantillas evitando así cualquier mínimo desperdigamiento de la línea que debe destacarse con absoluta nitidez de su entorno. Como no hay efecto de pátina, el color es muy cuidado, verosímil siempre. No sólo eso: procura mantenerse en una clave que tiene sólo dos acordes y que resulta a veces un poco monótona, salvo en las acuarelas, donde como dije antes, los efectos de claroscuro suponen un tratamiento cromático muy distinto. La mayoría de las figuras se encuentran bañadas por una luz uniforme que desde luego produce efectos de luz y sombra, pues se trata de que los volúmenes realmente se entreguen y de que la textura de los elementos esté bien diferenciada, ya se trate de la piel, los blue jeans, unas piedras, la banca de madera, el tronco de árbol que atraviesa el cuadro por lo ancho de derecha a izquierda. Pocos elementos, bien seleccionados, todos acordes, todos efectivos. Unos escenarios minimal dramatizan las poses de las figuras.
Queda claro es que este tipo de pintura requiere muchísima dedicación y un profesionalismo considerable