La Jornada 3 de diciembre de 1996

Néstor de Buen
Y Antonio Lozano recuperó la libertad

Volvemos a lo que parece ser el orden de nombramientos: sale un procurador general de la República y entra a sustituirlo el presidente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos.

No le queda fácil la tarea a Jorge Madrazo Cuéllar, un hombre de la academia, que podría ser, como pocos, un buen candidato a la Rectoría de la UNAM, dados sus excelentes antecedentes como director, por muchos años, del Instituto de Investigaciones Jurídicas, un organismo que en la UNAM se aprecia por su historia incomparable y sus excelentes resultados y prestigio internacional. Jorge contribuyó mucho para ello.

Por otra parte, como ya ocurrió con Jorge Carpizo, con quien Madrazo formó equipo en el mismo instituto, el salto de los derechos humanos a la dirección de la institución en la que, años atrás, se solían violar con particular violencia esos mismos derechos, no parece fácil de realizar.

Hay, por supuesto, un cúmulo de asuntos pendientes que Jorge tendrá que enfrentar. Desde luego que la primera tarea será constituir un equipo humano y no será fácil en este momento. Los temas pendientes de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu parecerían las asignaturas de mayor exigencia, sin olvidar que los datos más recientes parecen hacer renacer el asunto supuestamente concluido del cardenal Posadas.

Es claro que la cuestión principal y probablemente el motivo del despido de Antonio Lozano Gracia será la fantasiosa diligencia llevada a cabo en la embajada de México en Dublín para recoger tanto las declaraciones de Carlos Salinas de Gortari como su manifiesto de inocencia publicado ya en algunos medios. Y es que, como ocurrió con la comparecencia inteligente de José Córdoba Montoya --y en ese caso con mayor gracia por parte del protagonista, enfrentado a diputados de la oposición-- la prueba de confesión resulta, en general, bastante desairada cuando se pretende que con ella se resuelva un problema de esa magnitud. Me temo que fue un precio costoso para el gran público. Con muchos riesgos, como ahora vemos.

Es fama entre los litigantes que la confesión es buena prueba cuando no comparece el que tiene que declarar y si está bien notificado, se le tiene por confeso fictamente de las preguntas (posiciones) que se le hagan. Pero un confesante bien preparado, más allá de la incomodidad evidente de la diligencia, no debe tener ningún problema para salir airoso de la prueba. Y mucho más si se hace en el ambiente de respeto de una embajada nuestra, sin olvidar la antigua investidura del investigado.

Ha habido, además, en contra de Antonio Lozano Gracia, la presión del PRI cuyos miembros de base, molidos a palos por derrotas espectaculares y, ante sus maniobras, de nuevo molidos por sus vergüenzas electorales, han buscado a quien echarle culpas de algo, cansados de que a ellos, claro que con razón, les echen la culpa de todo. Y el PRI es un cliente al que hay que tratar bien.

Yo creo, y lo digo sin reservas, que Antonio Lozano hizo un papel muy digno al frente de la Procuraduría. No era fácil a partir de haber sido designado de un partido de la oposición, un caso insólito, sin antecedentes en nuestra vida política de los últimos años. Se manejó con discreción. Los resultados no fueron espectaculares, particularmente en la persecución a Mario Ruiz Massieu, pero en ese caso, en mi concepto, pudieron más los manejos turbios más allá de lo visible de la política estadunidense, encantados los responsables de tener en casa y bajo custodia a un testigo hablador, que las razones jurídicas. Y los otros tres casos, endemoniadamente complicados: recordemos los asesinatos de los Kennedy y de Martin Luther King, entre muchos otros, hasta hoy sin solución salvo el ejecutor final (que en el caso de Martin Luther King quiero recordar que no fue detenido), por lo menos han presentado avances importantes.

Le deseo a Antonio una cómoda vuelta al litigio, para el que tiene cualidades especiales, y una gran etapa de tranquilidad. Lo merece. Y a Jorge, uno de esos hombres que, por lo visto, agregan a su buen prestigio académico y de funcionario, experiencias notables como la de Chiapas y desde luego su labor importante en la Comisión Nacional de Derechos Humanos, no quisiera decirle que le espera el porvenir dramático que anunció Winston Churchill al iniciarse la batalla de Inglaterra, pero sí que debe sentirse muy orgulloso de que el Presidente de la República le haya depositado su confianza en esta tarea y en este momento.

Cuando eso ocurre, sólo hay un camino. Creo que Antonio lo recorrió con dignidad como también lo hará Jorge Madrazo. Ojalá que, además, con éxito.