Será feo decirlo así, pero los conservadores españoles, para bien de España, necesitaban gobernar. Aunque sea para descubrir cotidianamente su inadecuación sustancial frente a un tiempo del país que le es ajeno. Necesitaban gobernar para narcotizar la conciencia de su redundancia. Redundancia en un momento decisivo de la historia del país, en que, con la integración europea, se trata de construir la unidad de una nación tan políticamente antigua como socialmente inacabada. Debían gobernar para descubrir por su propia experiencia que no tienen mucho qué hacer ahora.
No se integra a Europa una España internamente desintegrada. Esto, mal que bien, los socialistas lo entienden, aunque no sepan qué hacer. Los conservadores no solamente no vislumbran la respuesta, no tienen la menor idea acerca de la pregunta. Pero Aznar debía gobernar para que entendiera su primitivismo de cultura y de psicología de patrón desde siempre. De no gobernar, después de tantos años de socialismo en el poder, los conservadores habrían comenzado (desde lo alto de su paranoia acostrumbrada) a pensar en algún complot que otra vez requería su hombría para ponerle remedio. Inútil señalar que en cuestión de cruzadas antidemocráticas España tiene cierta experiencia acumulada. Los conservadores son herederos de una psicología de zángano acoplada con otra de caballero de ventura.
En el asunto de Cuba, Aznar revela al mundo, y esperemos que a sí mismo, toda su inadecuación para una función que, no obstante todo, sigue noble: gobernar. Aznar está arriesgando las relaciones del Estado español con América Latina sobre un albur ideológico. Sigue sin entender que Cuba, en el imaginario latinoamericano, es símbolo de la dignidad de un pequeño país enfrentado al mayor gigante de la historia, Estados Unidos. Y llega España con tonos rídiculamente imperiales que, si bien dirigidos a Cuba, tienen la virtud de irritar a todo mundo en estas partes del planeta. Aznar no pasará a la historia como un Metternich.
Pero además ¿para qué acelerar la caída del dictador Castro? Espero que nadie dude de la legitimidad del sustantivo. Se podrán aducir razones sociales para justificar una indeseada dictadura, pero de dictadura se trata. ¿Puede haber alguna duda? Suponiendo que no, uno se pregunta si era esto lo que los camaradas Marx, Ulianov, Mao o Bronstein deseaban: planificación centralizada más dictadura. ¿Era ésta la propuesta socialista de los padres fundadores? Qué poco respeto intelectual tienen para sí mismos aquéllos que lo piensan. El futuro de la humanidad no estaba en una dictadura, que suponía retroceder frente a las conquistas de la Revolución Francesa, sino en la construcción de una sociedad más brillantemente humana que la presente. Más viva y vital, donde cada individuo se propondría a sí mismo y a su entorno como materia prima para el más azaroso de los proyectos artísticos y humanos: la autoconstrucción.
¿Qué tiene que ver Cuba con todo esto? En política la revolución cubana no aportó nada sino una reedición del caudillismo militar, ahora en versión ``socialista'', y en economía no ha hecho mucho más que socializar la pobreza. ¿Con qué derecho puede Castro hablar de socialismo? Cuando lo hace, lo hace con la misma autoridad (moral e intelectual) de Brezhnev en su tiempo. Ni más ni menos.
Pero una cosa Cuba no es. No es territorio de conquista. Ni Estados Unidos, ni mucho menos España, pueden o deben decirle a Cuba lo que quiere o puede hacer de sí misma. La Helms-Burton es una aberración imperial decimonónica, una especie de ``Guerra del Opio'' en versión hollywoodesca, si bien dramáticamente real. El punto sigue siendo el mismo, y son los cubanos. Más vale que Aznar lo entienda, aunque, por desgracia, la capacidad de autocrítica no sea uno de los rasgos sobresalientes de la psicología conservadora.
Si los cubanos siguen pensando que aquello que Castro les permitió construir es ``socialismo'', allá ellos. Si piensan que la suya no es dictadura sino democracia más directa que la burguesa, allá ellos. Tienen todo el derecho a sus errores y nadie tiene derecho de decirles a los cubanos cuál es el ``camino correcto''. Y menos que nadie, Estados Unidos o España. Aunque fuera solamente por decencia.